La partida internacional y el comod¨ªn europeo
El autor sostiene que la revalorizaci¨®n de la moneda com¨²n permitir¨¢ a Europa cobrar una influencia mundial acorde a su tama?o, tras medio siglo de predominio de EE UU.
A pesar de la muy extendida sensaci¨®n de que Europa nunca ha sido tan irrelevante frente a la superpotencia estadounidense, el horizonte europeo es m¨¢s prometedor de lo que puede parecer. Independientemente de las bien conocidas debilidades de la UE, la mera existencia del euro, m¨¢s all¨¢ de consolidar el mercado interior, presenta la posibilidad de que Europa, a trav¨¦s de la proyecci¨®n de su moneda, pueda cobrar de nuevo una influencia internacional acorde con su tama?o geogr¨¢fico y econ¨®mico. Este nuevo escenario tambi¨¦n ayudar¨¢ a Europa en su objetivo de reconfigurar la relaci¨®n transatl¨¢ntica y de moldear el sistema internacional para que sea aut¨¦nticamente multilateral. Con este comod¨ªn, Europa no debe resignarse a otros 50 a?os de hegemon¨ªa estadounidense.
"La UE tiene que evitar que su socio americano saque su pistola y ponga fin a la partida"
Durante la guerra fr¨ªa esta posibilidad no exist¨ªa. Aunque EE UU nunca lleg¨® a producir m¨¢s de la mitad del PIB mundial (y ahora produce menos de un tercio) el d¨®lar reinaba sin rival. Dado que el sistema monetario est¨¢ dominado por econom¨ªas de escala y no funciona como un mercado competitivo, el d¨®lar disfrutaba de un monopolio casi total en las transacciones comerciales y financieras.
Aunque el proyecto europeo ya estaba en marcha, entonces se limitaba al comercio, sin afectar al substrato monetario. Las monedas europeas segu¨ªan segmentadas en espacios demasiado peque?os para tener m¨¢s que una m¨ªnima relevancia para la econom¨ªa mundial. Por lo tanto, la influencia monetaria de Europa era mucho menor que su tama?o econ¨®mico.
En la primera ¨¦poca de la guerra fr¨ªa, este desequilibrio estructural a favor de EE UU no era demasiado relevante. Europa estaba m¨¢s o menos de acuerdo con la manera en que EE UU, como l¨ªder de Occidente en su lucha contra la Uni¨®n Sovi¨¦tica, estaba ejerciendo la influencia pol¨ªtica de la que disfrutaba como resultado, entre otros factores, de la hegemon¨ªa del d¨®lar y la alta flexibilidad econ¨®mica que ¨¦ste le proporcionaba. Mientras que el d¨®lar serv¨ªa de columna vertebral del sistema Bretton Woods de tipos de cambio fijo, el super¨¢vit exterior de EE UU y el rigor de su pol¨ªtica econ¨®mica "exportaba" a Europa disciplina y estabilidad macroecon¨®mica.
Pero a partir de los sesenta las cosas empezaron a cambiar. La intensificaci¨®n de la guerra de Vietnam y la insistencia de EE UU de llevarla a cabo a cualquier precio, provoc¨® en Europa por primera vez serias dudas sobre la bondad -o, por lo menos, la sabidur¨ªa- de su liderazgo. Sin embargo, aunque la guerra de Vietnam y el programa social Great Society -imprescindible para que la guerra fuese aceptable en t¨¦rminos pol¨ªticos- estimularon la econom¨ªa norteamericana, tambi¨¦n produjeron un notable d¨¦ficit fiscal y otro por cuenta corriente.
Lejos de seguir "exportando" estabilidad, un EE UU cada vez menos disciplinado en t¨¦rminos macroecon¨®micos, pon¨ªa en un dif¨ªcil dilema a las econom¨ªas europeas. O bien Europa permit¨ªa un aumento de precios para defender el tipo de cambio, o bien se revaluaban las monedas nacionales, lo que da?ar¨ªa las exportaciones. Un n¨²mero creciente de europeos empez¨® a interpretar este dilema como un injustificable traslado del reajuste econ¨®mico estadounidense. Como m¨ªnimo, estaba claro que Europa no disfrutaba de autonom¨ªa por su dependencia monetaria.
Cuando, a finales de los sesenta, Francia desafiaba a EE UU con la venta de sus reservas de d¨®lares por oro estadounidense, su objetivo fue mostrar una capacidad real de poner l¨ªmites a EE UU. Pero, EE UU se sali¨® con la suya. Se retir¨® del sistema Bretton Woods dejando a los relativamente m¨¢s vulnerables europeos a su suerte, en un sistema financiero internacional cada vez m¨¢s vol¨¢til y forz¨¢ndolos a soportar el peso del reajuste.
Ocurri¨® algo parecido durante los ochenta, aunque esta vez Europa no arriesg¨® la estabilidad del v¨ªnculo transatl¨¢ntico con un desaf¨ªo al unilateralismo de Reagan. Europa decidi¨® no interrumpir la financiaci¨®n de los crecientes "d¨¦ficit gemelos" de EE UU, llevada a cabo por sus inversores (junto con los japoneses). Dichos d¨¦ficit estimularon tanto el boom como la explosi¨®n de los gastos militares, factor clave en la eventual victoria de EE UU sobre los sovi¨¦ticos. Pese al crash de 1987 y el siguiente periodo de fragilidad, EE UU logr¨® su objetivo de derrotar a la URSS manteniendo la complicidad financiera de Europa y Jap¨®n.
Pero entonces Europa no podr¨ªa haber influido en el juego de otra forma aunque hubiera querido. Mientras la capacidad norteamericana de definir y lograr su propio proyecto estrat¨¦gico depend¨ªa de la impl¨ªcita cooperaci¨®n financiera de Europa y Jap¨®n, los beneficios de los inversores europeos y japoneses depend¨ªan incluso m¨¢s del mercado norteamericano, dado que todav¨ªa no exist¨ªa otro tan amplio, l¨ªquido y cre¨ªble.
Ahora la realidad es otra. Contra todo pron¨®stico, el uso del euro est¨¢ creciendo. Aunque el euro representa s¨®lo el 13% de las reservas oficiales del mundo, frente al 68% del d¨®lar, muchos pa¨ªses est¨¢n considerando un cambio hacia el euro. Si bien es verdad que en t¨¦rminos de renta variable y activos bancarios el d¨®lar sigue captando el doble (50%) de la cuota del euro (25%), en el mercado internacional de deuda el euro (aproximadamente el 35%) ya est¨¢ acerc¨¢ndose al d¨®lar (alrededor del 45%) y en ciertos segmentos lo ha superado en t¨¦rminos de nuevos flujos anuales.
Si el euro finalmente llega a rivalizar con el d¨®lar, Europa adquirir¨¢ por lo menos algo de la flexibilidad que EE UU ha disfrutado para definir de forma cada vez m¨¢s unilateral la agenda estrat¨¦gica de Occidente y moldear las caracter¨ªsticas m¨¢s importantes del sistema internacional a su gusto. El cl¨¢sico debate de "guns and butter" que EE UU ha evitado desde 1945, en gran parte gracias a la posici¨®n privilegiada del d¨®lar, volver¨¢. Por primera vez desde 1945, EE UU no podr¨¢ contar con financiaci¨®n extranjera ilimitada para su agenda sin da?ar sus perspectivas.
Un euro que llegara a compartir la hegemon¨ªa con el d¨®lar significar¨ªa tipos de inter¨¦s estructuralmente m¨¢s altos para EE UU. Por lo tanto, el diferencial de crecimiento se podr¨ªa volver en favor de Europa a pesar del mayor dinamismo aparente de EE UU. A medio y largo plazo, cuando este poder se consolide a trav¨¦s de una reestructuraci¨®n de las capacidades relativas de financiaci¨®n p¨²blica, el impacto sobre el equilibrio de poder transatl¨¢ntico ser¨¢ evidente.
Sin embargo, esta influencia en potencia del euro no est¨¢ garantizada. Depender¨¢ de ciertas reformas que todav¨ªa anhelan los mercados: una integraci¨®n financiera m¨¢s profunda y la continuada flexibilizaci¨®n de la econom¨ªa. Tambi¨¦n depender¨¢ del comportamiento de otros pa¨ªses. Aunque la pol¨ªtica macroecon¨®mica de EE UU seguir¨¢ siendo importante, las grandes econom¨ªas emergentes y los pa¨ªses exportadores del petr¨®leo ejercer¨¢n su influencia. Si la OPEP considera un cambio de la moneda en que se denomina el precio del petr¨®leo, el d¨ªa del euro habr¨¢ llegado.
No es ning¨²n disparate mantener que Europa puede seguir desarroll¨¢ndose de tal forma que el euro llegue a rivalizar con el d¨®lar. Por eso, tampoco es sorprendente que el proyecto euro siempre haya encontrado la gran mayor¨ªa de sus cr¨ªticos entre economistas anglo-americanos. Uno de ellos incluso ha llegado a declarar que el euro acabar¨¢ devolviendo a Europa a las guerras del pasado. Frente a esta hostilidad latente, Europa tendr¨¢ que actuar como un experimentado jugador de p¨®quer para evitar un futuro conflicto abierto con EE UU. Deber¨¢ evitar la tentaci¨®n de revelar su comod¨ªn demasiado pronto o de apostar demasiado fuerte (como posiblemente ya ha hecho con la reciente confrontaci¨®n con EE UU en la ONU) antes de tener asegurada la que puede ser su mano ganadora en el futuro sistema internacional. En este sentido, es comprensible que la UE mantenga una estricta neutralidad oficial respecto a la internacionalizaci¨®n del euro. Tiene que evitar que su socio norteamericano, sinti¨¦ndose amenazado, saque su pistola y ponga fin a la partida.
M¨¢s que a una partida de ajedrez, la diplomacia ahora se parece a una partida de p¨®quer. El nuevo horizonte geopol¨ªtico del euro es una nueva carta (el comod¨ªn europeo) que Europa deber¨¢ jugar inteligentemente para lograr una cierta autonom¨ªa para su modelo econ¨®mico y mantener viva la posibilidad de que el futuro sistema internacional se parezca m¨¢s a lo que es la Europa de hoy y menos a lo que era el Salvaje Oeste de los EE UU durante el siglo XIX.
Paul Isbell es investigador principal de econom¨ªa internacional del Real Instituto Elcano.
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