Colombia y el monstruo
Algo se est¨¢ moviendo en Am¨¦rica Latina. He conocido sus pa¨ªses, pueblos y ciudades desde muy joven, cuando el azar decidi¨® por m¨ª que Colombia formase parte de mi vida personal y literaria. He viajado a Bogot¨¢ invitada por la Feria Internacional del Libro. Sal¨ª de all¨ª, de regreso a Espa?a, el d¨ªa antes de que las FARC asesinaran a dos hombres de bien: Guillermo Gaviria, gobernador de Antioquia, y Gilberto Echeverri, ex ministro, secuestrados por la guerrilla. Esa misma noche cen¨¦ en Barcelona con Carlos Fuentes, interesado en escuchar la visi¨®n real de mi experiencia bogotana. Susan Sontag estuvo all¨¢, presenci¨¦ junto con gran parte de la sociedad civil colombiana su condenatoria a la represi¨®n y fusilamientos en Cuba y, de paso, tambi¨¦n a Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez. La prensa anuncia un pr¨®ximo refer¨¦ndum presidencial en Venezuela y en estos d¨ªas el nuevo presidente argentino, N¨¦stor Kirchner, convierte a Buenos Aires en la capital de la izquierda latinoamericana teniendo como hu¨¦spedes de lujo a Ch¨¢vez, Castro y Lula da Silva. Se suma a todo esto la amenaza en el aire de que Bush pueda repetir con la misma impunidad que le caracteriza otra invasi¨®n al estilo de Irak en cualquier lugar del planeta, especialmente en Am¨¦rica Latina. ?No estamos ya en el infierno de la Tercera Guerra?
Cuando me preguntan a bocajarro si Bogot¨¢ es una ciudad en guerra, suelo responder lo mismo que dicen muchos colombianos necesitados de di¨¢logo y reconciliaci¨®n: Colombia vive en guerra desde hace m¨¢s de cincuenta a?os. Esta salida tan airosa como esperanzadora quiere decir tambi¨¦n que, si la ciudad est¨¢ atacada por la guerra y la violencia, la capital de Colombia disfruta al mismo tiempo de una belleza, vitalidad y cultura dignas de ser apreciadas, comentadas e imitadas.
De c¨®mo han conseguido los colombianos hacer una ciudad hermosa en medio de esta tragedia cotidiana es algo asombroso y digno de inter¨¦s, pues han sido los mismos ciudadanos, y no la pol¨ªtica, casi siempre corrupta, quienes se est¨¢n ocupando de transformar su capital en un espacio cultural y urbano inmejorable.
Sorprende al viajero que, en el avi¨®n que vuela a Bogot¨¢, haya tan pocos pasajeros (estos vuelos transoce¨¢nicos van habitualmente llenos). Vienen a bordo Juan Villoro, Rodrigo Fres¨¢n y Dar¨ªo Jaramillo, pero son tambi¨¦n escritores. Sorprende a¨²n m¨¢s el aterrizaje cuando uno ve que una gran parte de los aviones apostados en la pista del aeropuerto de El Dorado son aviones de guerra. Algo est¨¢ pasando en Colombia, sin duda alguna, y, para compa?¨ªa mejor, llevo conmigo las palabras del poeta y ensayista William Ospina: "?ste es un pa¨ªs peligroso pero valeroso. La gran mayor¨ªa de la sociedad est¨¢ compuesta por seres valientes que salen cada ma?ana desarmados a las calles a luchar por la vida, a trabajar y a crear. Nuestro gran desaf¨ªo es ayudar al monstruo a desaparecer. Y para ello es fundamental cambiar nuestras ideas de la valent¨ªa y de la cobard¨ªa. Es el monstruo el que tiene miedo, es por eso que anda armado y enloquecido".
All¨¢ sigue ese monstruo pero los bogotanos ya han empezado a re¨ªrse de ¨¦l. Avenidas y calles de la ciudad se cruzan entre inmensos parques que envidiar¨ªan los londinenses. El caos, la suciedad, el ruido, la miseria se han transformado en m¨²sica, arte, educaci¨®n y bibliotecas. Suena a panfleto publicitario, pero el visitante se da cuenta enseguida de que no es as¨ª; el monstruo duerme mientras los ciudadanos consiguen convertir a Bogot¨¢ en una ciudad de veras envidiable. No son los pol¨ªticos del Gobierno al uso los responsables de este milagro urbano. Son los bogotanos. Su sociedad civil, sus queridos y dem¨®cratas ciudadanos que no tienen miedo al monstruo y trabajan a marchas forzadas por hacer una ciudad tan bella como humana. Han sido sus dos ¨²ltimos alcaldes, Enrique Pe?alosa y Antanas Mockus, no vinculados a partidos pol¨ªticos, los que han invertido en la ciudad. Al uno se debe la limpieza administrativa y una terca pol¨ªtica independiente de cultura ciudadana; al segundo, la inversi¨®n en grandes obras urbanas, adem¨¢s de la continuaci¨®n de las pol¨ªticas del primero. Mockus ha vuelto a repetir. Despu¨¦s de estos alcaldes es dif¨ªcil que los bogotanos elijan a un pol¨ªtico.
Es domingo por la ma?ana cuando mi editor en Colombia, Mois¨¦s Melo, viene a buscarme al hotel dispuesto a mostrarme las bibliotecas de la ciudad. En cualquier otra ciudad del mundo el anfitri¨®n llevar¨ªa al turista o visitante a ver los museos reci¨¦n inaugurados en la urbe. En Bogot¨¢, que bellos museos tiene, adem¨¢s de su ciudad colonial de La Candelaria, de lo que con raz¨®n se enorgullecen sus ciudadanos es de sus bibliotecas. La Luis ?ngel Arango en el centro de la capital, las bibliotecas p¨²blicas llamadas El Tunal y El Tintal, que son los nombres de los barrios a que pertenecen, y la Biblioteca P¨²blica Virgilio Barco, en la zona del museo de los ni?os y el parque de Sim¨®n Bolivar.
Cuatro enormes y bellas bibliotecas construidas en distintos puntos neur¨¢lgicos de la ciudad de manera tal que los ciudadanos, sea en el centro o bien en los suburbios, puedan entrar y salir de ellas como Pedro por su casa y acceder a los libros con una libertad envidiable. La idea de sus impulsores (vuelvo a insistir: ciudadanos bogotanos) es que ni?os, estudiantes, trabajadores y adultos vayan a las bibliotecas. Y claro que van, especialmente los j¨®venes, pues en Bogot¨¢ tienen la suerte de creer que la lectura los aparta de la violencia. Alrededor de las bibliotecas, parques enormes con toda suerte de ¨¢rboles, flores y avenidas que las circunvalan. Aunque lo parezca, no es a¨²n el para¨ªso, ya que, por desgracia, el monstruo vive cerca y no siempre est¨¢ dormido. Pero casi lo parece.
?Son las bibliotecas, la cultura, el arte que ha caracterizado de siempre a los colombianos, sus armas de lucha contra el monstruo? Por supuesto que s¨ª. Cuando est¨¢n hechas a conciencia, estas armas son las m¨¢s efectivas. Y lo m¨¢s esperanzador es que son los ciudadanos los que quieren cambiar y est¨¢n cambiando su realidad urbana. En Bogot¨¢ se oyen tiros en la noche, hombres, mujeres y ni?os viven en una frontera de riesgos. Para salir de la ciudad o moverse en ella hay que calcular y estudiar qu¨¦ zonas o lugares pueden ser visitados y cu¨¢les son las carreteras m¨¢s seguras. Se vive al borde de la muerte bajo la sombra de un monstruo de varias cabezas que se cree due?o del pa¨ªs y que decide, como apunta Ospina: "Quien vive y quien muere, quien permanece en el territorio y quien se va de ¨¦l". El poder del monstruo es el miedo que la sociedad le tiene. De ah¨ª que la rumba, la fiesta sea para colombianos y visitantes el mejor ant¨ªdoto para la pelea y la supervivencia.
Los bogotanos, con su impagable cultura, han aprendido a re¨ªrse del monstruo, aunque esta salida no los saque de su encierro y de su tendencia a volver relativas las muchas virtudes que este pueblo tiene. Es conocida su facultad casi innata para el arte de la narraci¨®n que tal vez est¨¦ relacionado con el modo admirable con el que hablan la lengua espa?ola o castellana. No les gusta que vengan desde fuera a condenar a sus narradores. Su capacidad para el di¨¢logo sigue abierta pese a que asuman algunos de sus errores en haber tratado de imitar el mal ejemplo de otros pa¨ªses. La amistad es otro valor que el colombiano concede a la vida, como algo primordial de ella. La generosidad hacia las personas. La palabra. La eficacia del relato. Los colombianos ponen letra y m¨²sica a todas sus desgracias pues saben que el olvido total es la muerte de la vida. Es un pa¨ªs de v¨ªctimas y h¨¦roes.
El monstruo no tiene un solo rostro aunque la droga sea su cara m¨¢s visible. Por eso es tan dif¨ªcil combatirlo y Bogot¨¢ trata de lavar su cara con su actitud tan abierta al mundo, tan equiparable en muchos sentidos al mejor de los mundos posibles. Los bogotanos creen en la educaci¨®n y en la cultura, lo que es decir mucho en esta realidad internacional tan fr¨ªvola y barata. Y necesitan el di¨¢logo con pueblos y Gobiernos dem¨®cratas porque el peligro est¨¢ tambi¨¦n afuera. Colombia necesita del mundo para deshacer las tribus de las guerras y el mundo necesita de Colombia, de su fuerza, de sus h¨¦roes, de su ox¨ªgeno, de sus selvas, de su agua. La era Bush es capaz de buscar cualquier pretexto para invadir este pa¨ªs. Cada vez que el monstruo mueve sus feroces patas y otro crimen atroz vienen a sumarse a la tr¨¢gica historia colombiana, voces irracionales resucitan clamando por una invasi¨®n militar extranjera como si el otro monstruo, el imperial, no tuviera tambi¨¦n la omnipotencia ciega del que lo puede todo con su brutal insignificancia.
Nuria Amat es escritora.
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