Morir en el Congo
Un d¨ªa cualquiera, hace millones de a?os, la evoluci¨®n dio el salto definitivo y una hembra primate pari¨® los primeros homo sapiens. Ocurri¨® en el valle del Rift, regi¨®n de los Grandes Lagos, en el coraz¨®n de ?frica. Algunos hijos de esa primera mujer permanecieron all¨ª, pero otros emigraron, y conforme se alejaban y se establec¨ªan lejos del ecuador, su piel fue palideciendo. Muchos a?os despu¨¦s esos hombres, ya completamente blancos, regresaron a su tierra natal para secuestrar y hacer esclavos a sus oscuros hermanos.
La Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo, antes Zaire, antes Congo Belga, es ese coraz¨®n de ?frica: una inmensa cuenca fluvial atravesada por el Zaire, Congo o Lualaba, el "r¨ªo que se traga a los otros r¨ªos". Los portugueses no encontraron otra forma de hacerse con las riquezas del Congo que negociar con las tribus de la costa la entrega de sus enemigos del interior para revenderlos despu¨¦s en Am¨¦rica, y los ¨¢rabes tambi¨¦n sostuvieron una floreciente industria esclavista, pero la geograf¨ªa inexpugnable del Congo le salv¨® durante siglos: sus r¨ªos no navegables, su clima extremo, su naturaleza animal y vegetal inh¨®spita y salvaje, las enfermedades, la ausencia de caminos y, sobre todo, la mosca del sue?o, que hac¨ªa caer fulminados a los caballos, retrasaron la conquista territorial. El Congo, tan extenso como toda Europa occidental, fue el ¨²ltimo pedazo del pastel colonial, inexplorado hasta finales del siglo XIX, y finalmente adjudicado como dominio personal a un monarca inveros¨ªmil, Leopoldo II, rey de los belgas. Veinte a?os de explotaci¨®n y cinco millones de muertos m¨¢s tarde, el d¨¦spota muri¨® siendo uno de los hombres m¨¢s ricos del mundo, sin haber pisado jam¨¢s su preciada posesi¨®n. Otros cincuenta a?os de colonizaci¨®n belga, supuestamente mod¨¦lica, cat¨®lica y tutelar, permitieron saber que las entra?as del Congo albergaban las mayores reservas del planeta en yacimientos minerales de excepcional importancia geoestrat¨¦gica; por ejemplo, de colt¨¢n, ese mineral con el que se fabrican nuestros tel¨¦fonos m¨®viles, nuestros ordenadores port¨¢tiles, los videojuegos de nuestros hijos, y tambi¨¦n las armas inteligentes recientemente arrojadas sobre Bagdad.
La independencia no trajo a los congole?os la paz ni la libertad. El Congo se pacific¨® bajo el dominio corrupto y sanguinario del sargento Mobutu Ses¨¦ Seko, pactado con las superpotencias durante la guerra fr¨ªa a cambio del suministro equitativo de sus materias primas. Su reinado termin¨® cuando otro personaje que se le parec¨ªa bastante, Laurent Desir¨¦ Kabila, organiz¨® una revoluci¨®n "con diez mil d¨®lares y un tel¨¦fono v¨ªa sat¨¦lite", y con ayuda de tropas de Ruanda y Uganda, algunas milicias irregulares, y un ej¨¦rcito de ni?os, derrib¨® en pocos meses el r¨¦gimen de tres d¨¦cadas de Mobutu, financiando la guerra con concesiones mineras futuras.
El precario equilibrio de los nuevos se?ores de la guerra dur¨® lo que tardaron en discutir por el pastel. Uganda se qued¨® con el noreste, el alto Zaire, rico en oro. Ruanda se apropi¨® de Kivu, la regi¨®n del colt¨¢n. Kabila pudo retener Katanga y Kasai y sus yacimientos de cobre, cobalto y diamantes. La guerra recomenz¨® y todav¨ªa no se ha detenido. Laurent Kabila fue asesinado en 2001 y reemplazado por su hijo, y se han logrado precarios acuerdos de paz que han posibilitado el repliegue aparente de los ej¨¦rcitos contendientes.
Pacificado Irak (es un decir), las agencias de prensa internacionales nos informan ahora de enfrentamientos tribales entre individuos salvajes y primitivos de las etnias hema y lendu en Bunia, provincia de Ituri, y de actos de canibalismo. La informaci¨®n oculta una gran parte de la verdad. Y no porque no sea conocida.
Esos enfrentamientos, "ambiciones regionales y disputas tribales" (editorial de EL PA?S, 9 junio de 2003), comenzaron hace una d¨¦cada en Ruanda y han sido documentados por Naciones Unidas. La mayor¨ªa gobernante hutu asesin¨® entonces, en apenas tres meses de 1994, a m¨¢s de medio mill¨®n de tutsis. El general canadiense Romeo Dallaire que comandaba los cascos azules en Ruanda advirti¨® a tiempo del peligro, pero no fue autorizado a desarmar a las milicias interahamwe, y el genocidio se consum¨® sin interferencias. A pesar de ello, el Ej¨¦rcito tutsi del Frente Patri¨®tico Ruand¨¦s se hizo con el poder, y el nuevo Gobierno solicit¨® al Consejo de Seguridad un tribunal internacional como el de la ex Yugoslavia para juzgar los cr¨ªmenes de los hutus. La ONU accedi¨®, y el nuevo tribunal fue ubicado en Arusha, Tanzania.
La victoria militar tutsi en Ruanda provoc¨® el ¨¦xodo de un mill¨®n de hutus y la extensi¨®n de la violencia hacia el Congo. All¨ª continuaron los combates y las masacres de poblaci¨®n civil hasta la ca¨ªda de Mobutu en 1997. Un a?o m¨¢s tarde, Kofi Annan remiti¨® al Consejo de Seguridad el Informe S/1998/581 de su Equipo de Investigaci¨®n: describ¨ªa las matanzas, imputaba a las tropas de Kabila y a las tutsis ruandesas cr¨ªmenes de lesa humanidad y solicitaba que se pusiera fin al "ciclo inacabable de cr¨ªmenes y venganza sustentado por la impunidad" ampliando el mandato del tribunal de Arusha, que ten¨ªa limitada su competencia a los hechos de 1994. El Consejo de Seguridad no lo consider¨® oportuno.
Como el informe hab¨ªa predicho, la impunidad provoc¨® la nueva guerra, la "guerra mundial africana". Kabila no cedi¨®, y los mismos que le hab¨ªan conducido al poder en 1997 le combatieron despu¨¦s, agreg¨¢ndose a congole?os, ruandeses y ugandeses, tropas de Burundi, Zimbaue, Namibia, Angola, Chad y Sud¨¢n. Las matanzas prosiguieron y, en 2001, los expertos del Consejo de Seguridad volvieron a emitir un informe, el S/2001/357, en el que se?alaron a los Gobiernos de Uganda y Ruanda como principales responsables del "saqueo masivo" de las riquezas del Congo en una guerra "autofinanciada". Los expertos denunciaron duramente el trato de favor que ambos pa¨ªses han recibido del Banco Mundial, que ha puesto a Uganda como modelo de Estado que hace frente a su deuda externa merced a sus exportaciones de oro, colt¨¢n, diamantes y niobio, sin reparar en que no produce nada de eso en su territorio. As¨ª pues, el banco felicita a los saqueadores.
La ONU propici¨® entonces los acuerdos para la paz, pero el Consejo de Seguridad tampoco adopt¨® medidas eficaces para terminar con el expolio que, seg¨²n sus propios expertos, est¨¢ financiando la guerra. Un a?o m¨¢s tarde, el Informe S/2002/1146 ha expuesto c¨®mo queda la situaci¨®n. La Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo se divide en tres zonas. En la primera, controlada por Joseph Kabila con ayuda militar de Zimbaue, se malversan los diamantes, y sus ¨¦lites corruptas han conseguido desviar y repartirse cinco mil millones de d¨®lares en tres a?os, en un pa¨ªs que se muere de hambre, que no tiene carreteras ni hospitales, y en el que falta el suministro de agua potable y electricidad a la inmensa mayor¨ªa de la poblaci¨®n. En las zonas segunda y tercera, las provincias orientales del Congo, militarmente controladas por Uganda y Ruanda, el saqueo se ha producido igual, pero adem¨¢s se estiman entre 3 y 3,5 millones el n¨²mero de personas cuya muerte es "directamente atribuible" a la ocupaci¨®n, y se reitera que la causa principal no son los enfrentamientos tribales, sino la explotaci¨®n de los recursos naturales del territorio.
El informe del Panel de Expertos, presentado por el secretario general el 15 de octubre de 2002, se?ala algo m¨¢s: aparte de las personas f¨ªsicas y las empresas ruandesas y ugandesas responsables del saqueo, est¨¢n las empresas destinatarias, las que compran. La comunidad internacional ha puesto en pie un mercado ¨¦tico, el de la "globalizaci¨®n buena", en el que la Organizaci¨®n para la Cooperaci¨®n y Desarrollo Econ¨®mico ha establecido unas normas b¨¢sicas para las transacciones internacionales, unas directrices que los Estados deben hacer cumplir a sus empresas. Los expertos del Consejo de Seguridad de la ONU dicen cu¨¢les son las empresas que est¨¢n comprando minerales del Congo violando las normas de la OCDE. En la lista hay, entre otras, 21 empresas belgas, 12 brit¨¢nicas, 12 surafricanas, 9 estadounidenses, 5 alemanas, 5 canadienses, 2 suizas, 1 francesa, 1 holandesa y 1 finlandesa. Pocos cambios desde que las primeras naves portuguesas atracaron en la desembocadura del Zaire.
El informe advirti¨® al Consejo de Seguridad de algo m¨¢s: le inform¨® de que el Ej¨¦rcito de Uganda segu¨ªa armando a los grupos locales y provocando conflictos ¨¦tnicos, por lo que, de no impedirse, la retirada de Ituri de las tropas ugandeses vendr¨ªa seguida de matanzas entre hemas y lendus. En esas fechas, el Consejo de Seguridad estaba muy ocupado discutiendo sobre Sadam Husein y sus armas de destrucci¨®n masiva. Retirado el Ej¨¦rcito ugand¨¦s, la predicci¨®n del Panel de Expertos se est¨¢ cumpliendo palabra por palabra. Para que una mina resulte rentable, basta obtener 12 gramos de oro por tonelada de mineral bruto, y all¨ª donde se matan los can¨ªbales, la tierra esconde 18 kilogramos por tonelada. Los cuatro jinetes del apocalipsis cabalgan libremente sobre ?frica. La muerte, la enfermedad, el hambre y la guerra est¨¢n destruyendo ese continente sin esperanza, y los supervivientes del infierno llegan en patera a nuestras playas. No deber¨ªa sorprendernos c¨®mo se juegan la vida: all¨ª de donde vienen, el suelo que pisan vale demasiado, y la vida no vale nada.
El Congo est¨¢ en el ojo del hurac¨¢n de una guerra verdaderamente moderna: el Primer Mundo suministra las armas y retira discretamente el bot¨ªn. Es cierto que se necesita una "implicaci¨®n concertada y decisiva de Europa, Norteam¨¦rica y Sur¨¢frica para detener ese genocidio", pero no es la implicaci¨®n que descarnadamente patrocina The Economist (24-30 mayo de 2003): "A veces, los pa¨ªses ricos deben estar preparados para matar... Si Francia env¨ªa pacificadores al Congo, el mundo le ovacionar¨¢". Har¨¢ falta mucho m¨¢s que 1.400 cascos azules para pacificar esa regi¨®n, y nuestros Gobiernos deber¨ªan empezar por adoptar medidas con respecto a sus empresas. Entretanto, es bueno que los soldados espa?oles que van a integrar esa fuerza de paz de la Uni¨®n Europea sepan, esta vez antes de ir, d¨®nde les mandan y por qu¨¦.
Carlos Castresana Fern¨¢ndez es fiscal de la Fiscal¨ªa Anticorrupci¨®n.
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