Informe desde la Luna
En otros tiempos era un europeo del Este, luego ascend¨ª en el escalaf¨®n y pas¨¦ a ser centroeuropeo; fue una ¨¦poca hermosa (aunque no para m¨ª personalmente), pues exist¨ªa el sue?o centroeuropeo, y hab¨ªa una visi¨®n y una idea del futuro; hab¨ªa de todo (de todo cuanto se necesita para una buena mesa redonda, aunque dicho as¨ª suene un poco injusto). Al cabo de unos meses, sin embargo, me convert¨ª en un nuevo europeo, pero antes de poder acostumbrarme o rechazarlo, ya pas¨¦ a ser alguien no perteneciente al n¨²cleo europeo. O sea, me va m¨¢s o menos como a aquel que vive en Munk¨¢cs [ciudad que fue h¨²ngara y ahora pertenece a Ucrania], no se mueve de all¨ª en toda su vida y, sin embargo, es ora ciudadano h¨²ngaro, ora checoeslovaco, ora sovi¨¦tico, ora ucraniano. As¨ª se vuelve uno cosmopolita por estos pagos.
Estoy en Budapest, sentado en una habitaci¨®n, muy lejos de toda esta discusi¨®n. La discusi¨®n apenas se oye aqu¨ª, aunque en ella intervengan casi todos los "gerifaltes". Quiz¨¢ no deber¨ªa ser as¨ª (existe Internet, se reciben cuatro o cinco canales de televisi¨®n alemanes, etc¨¦tera), pero lo es. Sin embargo, no s¨®lo la discusi¨®n transcurre lejos de Budapest, sino que Budapest tambi¨¦n est¨¢ lejos de la discusi¨®n. "... zunaechst in Kerneuropa" ("... primero en el n¨²cleo europeo"): exagerando un poco, a esto nos hemos reducido en la argumentaci¨®n de Habermas. No obstante, no encuentro ning¨²n motivo serio para no traducir esta nueva divisi¨®n (n¨²cleo-no n¨²cleo) en t¨¦rminos de primera y segunda clase y para no hablar desde la eterna susceptibilidad de la Europa del Este, que quiz¨¢ pueda calificarse de fen¨®meno habitual.
Entiendo perfectamente el reflejo de Habermas. Esa palabra, zunaechst, "primero", es zunaechst algo muy l¨®gico. Considerar a los nuevos miembros de la UE como un factor perturbador es una observaci¨®n racional y objetiva (y un sentimiento). Es y ser¨¢ dif¨ªcil trabajar con los nuevos miembros. Aunque nos guste insistir en que siempre hemos sido europeos, vivimos a otro ritmo, por as¨ª decirlo; tenemos otras cosas por importantes; percibimos otras cosas; usamos de otro modo las palabras. Por ejemplo, no entendemos por libertad el equilibrio entre derechos y deberes, sino la oportunidad de sobrevivir, de esconderse h¨¢bilmente ante el poder, de ir tirando. En la dictadura aprendimos que el Estado es el enemigo al que es preciso enga?ar cuando se pueda, mientras confiamos en ¨¦l para que nos solucione los problemas. Acabamos de recuperar nuestra soberan¨ªa, ni siquiera hemos tenido tiempo para saber lo que es, y ya es preciso restringirla. Para nosotros, Am¨¦rica nunca ha sido una gran potencia, sino siempre s¨®lo un sue?o. Un sue?o importante, el pr¨ªncipe montado en caballo blanco que viene a rescatarnos. Ni se le ocurri¨® venir a rescatarnos (en 1956, por ejemplo), pero este hecho apenas modific¨® su status. Nosotros nunca percibimos directamente la arrogancia de la gran potencia ni notamos la pesada carga de la ayuda recibida. Aqu¨ª no hubo ni 1968, ni movimiento estudiantil ni elaboraci¨®n del pasado. En una dictadura no hay nada salvo dictadura. Y la gente.
Echemos un vistazo a los ¨²ltimos acontecimientos. El 15 de febrero, cientos de miles de personas se manifestaron en toda Europa. Aqu¨ª tambi¨¦n se celebr¨® una manifestaci¨®n, en la que participaron unas treinta personas que, para colmo, se enzarzaron in situ porque simpatizaban con partidos diversos. Vimos las manifestaciones por televisi¨®n. Esta pasividad social tambi¨¦n proviene de la experiencia de la dictadura. ?C¨®mo entender, si no, que nuestros llamados partidos conservadores (incluida la extrema derecha) se opusieran a la guerra y que los socialistas m¨¢s bien la apoyaran? ?O, m¨¢s bien, quisieran eludir la toma de una decisi¨®n? Tambi¨¦n es un reflejo de la ¨¦poca de K¨¢d¨¢r: "Que no ocurra nada, que as¨ª no habr¨¢ problemas". Ahora, sin embargo, s¨ª que habr¨¢ problemas. El m¨®vil de aquella carta de los ocho no fue tanto la lealtad a Bush, sino m¨¢s bien la impotencia, la inexperiencia diplom¨¢tica o la torpeza. Pero ?c¨®mo iban a dejar de ser torpes de un d¨ªa para el otro, en base a qu¨¦ tradici¨®n? No hay a qu¨¦ aferrarse.
Lo cierto es que, tal como dice el poeta, Europa Central s¨®lo se entiende desde Europa Central, y ser centroeuropeo significa, a su vez, no conocerse a s¨ª mismo. Este otro existe. Desde 1989 apenas le ha ocurrido nada a este otro; no hemos hecho nada con nosotros mismos, y tampoco se ha hecho nada con nosotros. Cuando el Este irrumpi¨® en Occidente a trav¨¦s de la RDA, hubo un momento de esperanza: se pod¨ªa confiar en que Alemania tomara conciencia de ello y conociera a este otro. Pero no ocurri¨®. (Cosa que luego trataron de compensar de las maneras m¨¢s diversas).
Y ahora se nos echa encima el nuevo orden mundial que empieza a gestarse, con una Am¨¦rica fuerte, una Europa ca¨®tica; ya ni siquiera queda tiempo para que Derrida escriba un art¨ªculo aparte, hay que actuar, r¨¢pido, y eso, a decir verdad, resulta m¨¢s f¨¢cil con tropas de ¨¦lite. ?Qui¨¦n resolvi¨® de la manera m¨¢s eficaz esta clase de problemas? El absolutismo ilustrado (si descontamos las dictaduras). El zunaechst es un t¨¦rmino que se adecua perfectamente a los labios de Catalina la Grande.
Existir¨ªa, pues, esta Europa como locomotora de vanguardia, con las puertas abiertas por intereses propios, a la que, tambi¨¦n por intereses propios, podemos subirnos de un salto. Es una imagen bonita y nada simplista. S¨®lo me parece problem¨¢tico que a estas alturas las v¨ªas est¨¦n ya puestas. Lo cierto es, en resumidas cuentas, que la Europa Central y del Este supone un factor perturbador, pero si s¨®lo vemos en ella un factor perturbador, ?de qu¨¦ estamos hablando? No me interesa plantear la siguiente pregunta, pero as¨ª y todo la formulo: siendo as¨ª, ?para qu¨¦ toda la ampliaci¨®n de la UE? ?Por altruismo? ?Por cortes¨ªa?
Esto es m¨¢s bien poco, o nada. No podemos escapar de nosotros mismos. Europa del Este debe aprender a comportarse como un adulto, es decir, a tomar decisiones reales, que tienen sus consecuencias e implican responsabilidades. A su vez, Europa Occidental no puede evitar conocer el factor perturbador, lo cual no equivale a contentarse con unos cuantos gestos. (Ni con la falta de ¨¦stos: con qu¨¦ natural petulancia se?al¨® el presidente franc¨¦s que los pa¨ªses nuevos no hab¨ªan aprovechado la oportunidad de callar. Bon. A m¨ª lo que m¨¢s me gusta en el mundo es la petulancia francesa. Si algo es petulante, que sea franc¨¦s. Es, desde un punto de vista estil¨ªstico, lo mejor que puede ofrecer el esp¨ªritu europeo; la petulancia h¨²ngara, voil¨¤, es rid¨ªcula; la alemana es pesada; la italiana, demasiado ruidosa; quiz¨¢ pase la inglesa, pero es tan fina que ni tan s¨®lo abre la boca...).Visto desde aqu¨ª, desde la Luna, el resentimiento respecto a Am¨¦rica que se percibe en la incipiente definici¨®n de Europa y, en general, el esfuerzo por establecer un equilibrio entre Am¨¦rica y Europa parece demasiado miope y de car¨¢cter meramente t¨¢ctico. A mi juicio, no puede ser ni un objetivo ni un punto de partida. Deber¨ªa ser una consecuencia. En mi opini¨®n, resulta dif¨ªcil explicitar los rasgos comunes europeos, que se perciben m¨¢s que nada en movimientos, reflejos, importantes proporciones. Es como si Bush tapara Am¨¦rica. Creo que Am¨¦rica es exactamente como nosotros, pero diferente. No es el polo opuesto que nos permite definirnos por comparaci¨®n. Para formularlo con tacto, no nos ir¨ªa muy bien si, fanfarroneando, sigui¨¦ramos la l¨ªnea de "que gane el m¨¢s fuerte". Una vez m¨¢s: ?de qu¨¦ estamos hablando?
Al ver las argumentaciones referidas a la nueva conciencia europea, tuve la extra?a sensaci¨®n de que queremos un nuevo y gigantesco Estado-naci¨®n, con su identidad afectiva, su enemigo com¨²n y sus caracter¨ªsticas nacionales europeas en vez de las caracter¨ªsticas nacionales a secas. (Lo dec¨ªa el viejo chiste: ?C¨®mo es el enano sovi¨¦tico? Gigantesco.) Sin embargo, una estructura tipo Estados Unidos de Europa tampoco parece llevar a ninguna meta... somos demasiado diversos en comparaci¨®n con Am¨¦rica. La distancia es mayor entre Kiel y Hamburgo que entre Boston y San Francisco. Y eso que ni siquiera he mencionado H¨®dmez?v¨¢sar-hely [ciudad de provincia del sur de Hungr¨ªa].
Es como si Europa se hubiera sostenido por las dictaduras, tambi¨¦n espiritualmente. Por la oposici¨®n a las dictaduras. Pero ?qu¨¦ ocurre despu¨¦s de 1989? ?D¨®nde encontrar los talleres del pensamiento org¨¢nico que den a conocer una imagen de Europa? No existen. Adem¨¢s, nos dan miedo las visiones, y con raz¨®n. Si fuera un tipo apocal¨ªptico, ver¨ªa Europa, el esp¨ªritu europeo, como un cad¨¢ver, y aquello que consideramos cultura ser¨ªa entonces el crecimiento de las u?as. Sin embargo, retiro estas palabras en el acto, angustiado (y si olvidara hacerlo, seguro que lo har¨ªa en mi lecho de muerte).
Escribe Habermas: "Una 'visi¨®n' de una Europa futura que sea atractiva e incluso contagiosa no caer¨¢ del cielo. Hoy en d¨ªa s¨®lo puede nacer de la inquietante sensaci¨®n de desorientaci¨®n". Son frases importantes. Pero es como si la desorientaci¨®n generalizada no resultara inquietante, sino que fuera, al contrario, muy tranquila. La desorientaci¨®n tranquila es vacua. De all¨ª s¨®lo se puede llegar a la cansada ecuaci¨®n UE = Euro + Bruselas.
En tal caso, habr¨ªa que inquietarse para empezar. Encontrar (?percibir conscientemente!) lo inquietante com¨²n europeo.
* En el art¨ªculo-llamamiento Europa: en defensa de una pol¨ªtica exterior com¨²n, de los fil¨®sofos J¨¹rgen Habermas y Jacques Derrida -publicado el pasado 4 de mayo en EL PA?S-, los autores se?alan la existencia de l¨ªneas de fractura entre los pa¨ªses de la "vieja Europa" y los candidatos de Europa Central y del Este a la adhesi¨®n a la UE. Esterh¨¢zy critica en su art¨ªculo esos postulados. P¨¦ter Esterh¨¢zy es escritor h¨²ngaro; su libro m¨¢s reciente es Armon¨ªa celestial (Galaxia Gutemberg / C¨ªrculo de Lectores, 2003). Traducci¨®n de Ad¨¢n Kovacsics
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