El hombre anuncio
Cuando era ni?o recuerdo que me llamaban mucho la atenci¨®n los hombres anuncio, entonces muy numerosos en las calles de la ciudad, unos individuos emparedados entre tablones que serv¨ªan de reclamo para cualquier cosa, desde productos farmac¨¦uticos hasta corridas de toros o combates de boxeo. Eran, sin embargo, discretos en comparaci¨®n con los sofisticados alardes que a¨²n hoy pueden verse en el centro de S?o Paulo, donde algunos hombres anuncio, a veces elegantemente vestidos, llevan encima prolijas listas de ofertas laborales e inmobiliarias, adem¨¢s, claro est¨¢, de todo tipo de r¨®tulos comerciales.
Pero, por lo general, con el paso del tiempo los hombres anuncio han ido desapareciendo de las calles de nuestras ciudades a medida que la publicidad, desbordando sus anteriores y casi entra?ables rincones, se ha apoderado de la pr¨¢ctica totalidad de los horizontes: ?qu¨¦ porvenir pod¨ªan esperar aquellos pobres hombres anuncio, fugaces asalariados en medio de la miseria, en una ¨¦poca en que la humanidad se ha proclamado a s¨ª misma humanidad anuncio?
Los hombres anuncio han ido desapareciendo de las calles a medida que la publicidad se ha apoderado de todos los horizontes
Supongo que ser¨ªa abrumador (y repulsivo) comprobar el n¨²mero total de horas que un hombre dedica a los anuncios publicitarios a lo largo de su vida. Atendiendo tan s¨®lo a las estad¨ªsticas sobre el consumo de televisi¨®n -agitadas regularmente por la prensa, no sabemos si con ¨¢nimos masoquistas o s¨¢dicos-, podr¨ªa calcularse que una parte sustancial de la existencia humana transcurre ante un espectral espejo en el que se refleja aquella otra vida -?o es la ¨²nica?- propuesta por la publicidad.
Si al espacio dom¨¦stico que moldea la televisi¨®n le a?adimos el espacio p¨²blico, obtendremos el paisaje completo que cerca al ojo y encarcela a la retina. Nuestras carreteras y caminos est¨¢n repletos de mensajes impuestos. Pero son nuestras ciudades las que de una manera m¨¢s avasalladora denuncian nuestra conversi¨®n a la humanidad anuncio. En los tiempos de los hombres anuncio de mi infancia los r¨®tulos publicitarios tatuaban todav¨ªa discretamente la ciudad. Luego fueron ampli¨¢ndose, apoder¨¢ndose de vallas, paredes y azoteas. Finalmente, los ¨ªdolos ocuparon edificios enteros, cuanto m¨¢s altos mejor. Cualquier mirada es domesticada brutalmente, con escasas opciones a la huida.
Lo inquietante para los disconformes, pero decididamente festivo para los entusiastas miembros de la humanidad anuncio, es el car¨¢cter absoluto de la trituradora visual: no hay distingos cuando se trata de ofrecer carnaza en el templo m¨¢s bien grotesco del actual Moloch. Vi los primeros edificios disfrazados de modelos publicitarios en Nueva York. Anunciaban determinadas marcas de ropas y perfumes. Posteriormente todo, tambi¨¦n el arte, ha sido sometido al reino totalitario del anuncio. La maravillosa Ariadna de La bacanal de Tiziano, por ejemplo, es ahora una top-model encaramada a un edificio de Madrid para anunciar una exposici¨®n del pintor veneciano. Obviamente, en el marasmo naufraga cualquier sutileza.
Todav¨ªa m¨¢s espectacular (como gusta a los "creadores de arte" de las agencias): quien viaje estos d¨ªas a la convulsa Bogot¨¢ puede encontrarse con una fantasmagor¨ªa ins¨®lita, una descomunal reproducci¨®n del Cristo de Vel¨¢zquez de 20 pisos de altura que cuelga sobre el vac¨ªo y amenaza a los veh¨ªculos que transitan por la S¨¦ptima Avenida, la arteria principal de la ciudad. Quiz¨¢ alg¨²n visitante incauto ver¨ªa simbolizado en el desgraciado Cristo cicl¨®peo la violencia que martiriza Colombia desde hace tantos a?os, pero los bogotanos, que no pueden permitirse ya ser incautos, hacen apuestas sobre la marca que el crucificado ayudar¨¢ a promocionar.
No s¨¦ qui¨¦n ganar¨¢ la apuesta, pero tampoco creo que nadie se escandalice sea cual sea el resultado. La humanidad anuncio adora todo lo que alimenta su fetichismo. Como esos h¨¦roes deportivos -m¨¢ximos objetos de adoraci¨®n- de los que se aprovecha can¨ªbalmente cualquier segmento anat¨®mico: tabaco en las pantorrillas, licores en los muslos, l¨¢cteos en el lomo, gasolina entre las costillas ?C¨®mo se sorprender¨ªan aquellos honrados hombres anuncio de mi infancia de las habilidades ic¨®nicas de nuestros pilotos o futbolistas!
No nos puede asombrar, por tanto, que un Berlusconi llegue a presidir la Uni¨®n Europea. Gesticulante, vacuo, presuntuoso, espectacular -como dicen los "creativos"-, ning¨²n pol¨ªtico actual representa mejor la humanidad anuncio. El ¨¦xito futuro de Berlusconi qued¨® sellado cuando, durante la campa?a electoral, circunnaveg¨® Italia con un barco repleto de publicitarios payasos. E la nave va.
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