Medallas para reanimar la arquitectura italiana
Este a?o, la Trienal de Mil¨¢n ha iniciado la concesi¨®n de unas medallas de oro a la arquitectura italiana para premiar las mejores obras entre 1995 y 2003, con un jurado lujoso y respetable -Baldi, Dorfles, Forster, Hartzema, Magnano Lampugnani, Molinari y Tzonis-, bajo la presidencia de Giancarlo de Carlo y el asesoramiento de 40 personalidades internacionales. El fallo ha sido publicado en un lujoso libro ilustrado, dise?ado por Riccardo Pietrantonio, con la modern¨ªsima mala intenci¨®n de hacerlo insoportable para un lector en posici¨®n normal. Se trata de seis medallas y seis menciones para temas espec¨ªficos. Las im¨¢genes del libro confirman que la arquitectura italiana sigue amodorrada, sin nuevas generaciones con esp¨ªritu investigador o actitudes contestatarias. Despu¨¦s de la generaci¨®n de la d¨¦cada de 1950 y sus inmediatos sucesores, la arquitectura italiana cuenta poco en el panorama de la cultura europea, y no creo que esas medallas de oro logren reanimarla. No lo creo porque la crisis no depende tanto del ego de los arquitectos como del desorden social de Italia.
En efecto, muchas de las razones de esa decadencia corresponden al persistente desorden pol¨ªtico y al enquistamiento burocr¨¢tico hacia un deterioro urban¨ªstico en el que la arquitectura es imposible. Este caos ha dado como resultado una complicada, abundante y alborotada legislaci¨®n basada en el espantap¨¢jaros del Piano Regolatore, sumida en la corrupci¨®n de un centralismo atento a los peque?os intereses locales y personales, que, con el oportunismo del disimulo, se erigen en leyes universales. Italia es el pa¨ªs con m¨¢s leyes urban¨ªsticas del mundo y es tambi¨¦n donde menos se cumplen y menos se exigen. Cada ley ofrece alg¨²n truco para desobedecer a las otras y sobre cada punto de una ciudad recaen m¨¢s de una docena de planes contradictorios. Pero ni siquiera hace falta utilizar esos trucos: la mayor¨ªa de edificaciones se hacen sin permiso oficial, sin adecuaci¨®n urban¨ªstica. El abusivismo es el camino eficaz para construir las peque?as o las grandes miserias fuera de ordenanzas, en terrenos no urbanizables. Es cuesti¨®n de esperar y, al cabo de pocos a?os, llega el condono electoralista de cualquier Berlusconi. Y as¨ª, el abusivismo est¨¢ creando las periferias y los suburbios m¨¢s feos del mundo, alrededor de unos centros hist¨®ricos que deben de ser los m¨¢s bellos del mundo. En este desorden suburbial nadie se preocupa de la calidad de la arquitectura porque no hay lugar para ella. Es un campo habitualmente cedido a los ge¨®metras. Seg¨²n me informan, en Italia los arquitectos intervienen en menos del 10% de las obras.
Este ¨²ltimo dato explicar¨ªa otra raz¨®n de la baja calidad, pero no me parece suficiente, como se demuestra en la selecci¨®n para las medallas de oro, todas con autor¨ªas declaradas. Entre los seleccionados hay pocos arquitectos que presenten un especial inter¨¦s, y los que admir¨¢bamos hace a?os ahora construyen m¨¢s en el extranjero que en Italia. Esto quiere decir que, adem¨¢s de los problemas estructurales, hay tambi¨¦n alg¨²n fallo en la formaci¨®n, en la falta de ¨®smosis cultural o en la profesionalizaci¨®n de los arquitectos. Las facultades universitarias, las organizaciones educacionales y gremiales, los incentivos culturales no funcionan. Italia es el pa¨ªs con m¨¢s legislaci¨®n urban¨ªstica no utilizada, pero tambi¨¦n el de m¨¢s cantidad de textos sobre arquitectura con escasa influencia en la construcci¨®n de la ciudad. Un esfuerzo te¨®rico que se pierde en abstracciones o en superficialidades de tono filos¨®fico. Una barrera acad¨¦mica entre la teor¨ªa y la pr¨¢ctica que no exist¨ªa en los a?os cincuenta y sesenta, en los que el discurso de los maestros de dos generaciones -Samon¨¤, Rogers, Quaroni, Campos Venuti, Gardella, Gregotti, Rossi, etc¨¦tera- se traduc¨ªa en ensayos de transformaci¨®n aut¨¦ntica. Ya hace tiempo que no vamos a Italia en peregrinaje a comprobar las excelencias de la nueva arquitectura. Los j¨®venes estudiantes van directamente a una Centroeuropa civilizada en la que un cierto orden social e institucional -y una base econ¨®mica m¨¢s consistente- permite construir la nueva vanguardia.
Seguramente exagero. Algunas obras seleccionadas permiten mantener esperanzas. La medalla a la mejor obra ha correspondido a la industria naval Fincantieri (Castellamare di Stabia), del veterano Umberto Riva, que sin demasiado atrevimiento acredita la profesionalidad que se le supone, pero parece m¨¢s sugestiva una obra finalista de Cino Zucchi en Venecia. Como siempre, los encargos p¨²blicos son mejores que los encargos privados, en contra de lo que creen los fundamentalistas del mercado. Se ha llevado la medalla al mejor encargo p¨²blico el Auditorio de Roma de Renzo Piano, una obra importante -quiz¨¢ el ¨²nico monumento construido esos a?os-, aunque no tan satisfactoria como las que ¨¦l mismo ha construido en el extranjero. El premio a la cr¨ªtica ha reca¨ªdo en los consabidos Nicolin (Lotus), Gregotti (La Repubblica) y Brandolini (La Reppublica delle Donne). Quiz¨¢ el elenco con sorpresas m¨¢s positivas sea el de las menciones honor¨ªficas: la interesante biblioteca de Pesaro (Guerra), la f¨¢brica Prada de Montegranaro (Canali y Caldarola), la torre de oficinas de Collegno (Frean, Jansen y Bagnasacco), la mediateca de Anzola dell'Emilia (Rota), etc¨¦tera.
Pero esperamos -con medallas o sin ellas- una pr¨®xima resurrecci¨®n de Italia.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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