Obsesi¨®n insular
Mi modelo de isla desierta es L'Illa Diagonal. Construido sobre viejas transiciones urban¨ªsticas, de esas que en los mapas irritan a los arquitectos, este inmenso monumento es, por utilizar un t¨¦rmino raimoniano, un edificio de edificios. Rafael Moneo y Manuel de Sol¨¤ Morales, responsables del hallazgo, utilizaron la figura del rascacielos horizontal para definirlo. Entonces no sab¨ªamos que los rascacielos verticales corr¨ªan peligro y, la verdad, aunque sonaba a boutade, la cosa resulta. Una vez dentro de L'IIla, uno tiene la sensaci¨®n de estar en el interior de una ballena. En lugar de indigestos y pestilentes efluvios acu¨¢ticos, se respira un agradable aire acondicionado que hace m¨¢s soportable los rigores de un verano pensado para poner a prueba la capacidad de Fecsa. Pero el sosiego insular no viene dado ni por la arquitectura ni por el clima, sino por algo m¨¢s profundo: el consumo civilizado. As¨ª como existen grandes superficies en las que se induce al consumidor a gastar descaradamente, sin escr¨²pulos, a lo bestia, aqu¨ª, quiz¨¢ por el barrio o el prop¨®sito de sus propietarios, se opta por una forma m¨¢s sofisticada de libre mercado.
La elecci¨®n de las franquicias no cae en la saturaci¨®n y, hasta hoy, las cadenas de comida r¨¢pida (Pizza Hut) conviven con la ropa de ni?os (Prenatal), de adultos (Zara, Cortefiel), la jugueter¨ªa de luxe (Disney, Imaginarium), la aventura pol¨ªticamente correcta (Natura), el deporte (Decathlon) y varios intentos de gastronom¨ªa responsable (japonesa, italiana, catalana, caf¨¦s de toda clase, comidas preparadas, zumos, charcuter¨ªas de semilujo). No hay concesiones al espect¨¢culo. Es cierto que otros recurren a las multisalas cinematogr¨¢ficas para dotar de alma los grandes espacios, pero aqu¨ª, desde el principio, se recurri¨® a un auditorio musical (Winterthur) en el que han actuado artistas tan indiscutibles como Pedrito Ruiz y una discoteca con denominaci¨®n de origen hist¨®rico-insular (Bikini), heredera de la que, en otros tiempos, ocup¨® estos mismos p¨¢ramos. Todav¨ªa no he hablado de la FNAC, es cierto. Lo reservaba para el final.
Las nuevas generaciones deber¨ªan saber que la FNAC fue, durante a?os, el referente esnob del consumo cultural europeo. Regresar de un viaje a Par¨ªs cargado con bolsas de la FNAC de la Rue de Rennes significaba que viajabas y que, adem¨¢s, tu preocupaci¨®n eran los discos y los libros, lo cual te proporcionaba cierta aureola de tipo interesante (sobre todo si eras tan poco interesante que necesitabas esta clase de rebozados para intentar dar el pego). La llegada de la FNAC a Barcelona rompi¨® el mito y nos enfrent¨® a un reto: convivir diariamente con la tentaci¨®n. Ha sido duro. Hay que ir sabiendo a lo que vas, procurar no distraerte con los nuevos modelos de ordenador, los juegos interactivos, las obras completas o los cofres integrales, andar muy deprisa, sin dejarte llevar por el compulsivo y peligroso instinto dilapidador. Si consigues no arruinarte y salir de la FNAC con los ahorros suficientes, te enfrentas a la avenida subterr¨¢nea con ciertas garant¨ªas de supervivencia, que es a lo que uno aspira en una isla. Queda el escaparate de La Garriga Verda, s¨ª, pero esta clase de sue?os requiere financiaci¨®n y palabras mayores. M¨¢s all¨¢, congelados y art¨ªculos de broma, y esas chicas que venden peinetas y a las que obligan a lucirlas en sus puestos de trabajo con resultados desiguales. Y al fondo, ejerciendo de muro conceptual, un gigantesco Caprabo, el mejor de Catalu?a, seg¨²n alg¨²n experto aficionado. No es un mal sitio para perderse durante unas vacaciones. O para vivir. Reservar una habitaci¨®n en el hotel L'Illa-Husa y vigilar, mirando al cielo de la Diagonal, el vuelo de los aviones. El que quiera tumbar este rascacielos, lo tendr¨¢ dif¨ªcil.
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