Una gran obra de Oliver
Entre cuantos forman la que muy bien podemos llamar escuela espa?ola de Petrasse, quiz¨¢ sea ?ngel Oliver (Zaragoza, 1937) uno de los m¨¢s conscientes representantes y seguidores. Puedo testificar la confianza que el maestro italiano, fallecido el pasado 3 de marzo, depositaba en su disc¨ªpulo aragon¨¦s que a lo largo de su carrera ha sabido continuar el camino sin necesidad de reandar las huellas. Magn¨ªfica prueba es el Cuarteto n¨²mero 2, preciso y hondo homenaje a Petrasse.
A lo largo de sus tres tiempos, pensamiento y realizaci¨®n se articulan en aquel orden o ritmo interno que preconizaba Falla y practic¨®, desde distintos supuestos, Goffredo Petrasse. Orden mental y est¨¦tico que encuentra renovadas expresiones de belleza partiendo de esquemas formales cl¨¢sicos capaces de albergar soluciones plenamente contempor¨¢neas.
Alcanzada una espl¨¦ndida madurez, el arte de Oliver muestra el dominio y la veracidad de un maestro, que no otra cosa suponen el talento y la humanidad del ejemplar compositor espa?ol. Moderador de impulsos que puedan resultar excesivos, ?ngel Oliver no renuncia al recuerdo sonoro de esas cuatro notas petrassianas que cruzan todo el cuarteto y lo cierran m¨¢s que como "motivo conductor" como palpitaci¨®n cordial.
El monasterio de la Trinidad de Suesa, de excelente ac¨²stica por cierto, recibi¨® la nueva entrega de Oliver escrita por encargo del 52? festival santanderino y seguida con entusiasmo por un p¨²blico numeros¨ªsimo que parece buscar autentificaci¨®n para su filarmon¨ªa en los nobles g¨¦neros de c¨¢mara.
La otra nota altamente positiva de la jornada fue la admirable actuaci¨®n del Cuarteto Ars Hisp¨¢nico, cuatro instrumentistas j¨®venes, tres de ellos pertenecientes a la familia musical santanderina Saiz San Emeterio, y la violonchelista Laura Oliver, hija del compositor. Formados en el Conservatorio y la Escuela Superior Reina Sof¨ªa de Madrid y en otros centros europeos y americanos, los j¨®venes artistas han montado la nueva y dif¨ªcil partitura con gran perfecci¨®n y una naturalidad propia del repertorio que acompa?¨® al estreno: un Haydn magistral, El tiempo en Do menor (D. 703), de Schubert, maravilla de inspiraci¨®n y escritura contrapunt¨ªstica, y el casi olvidado Cuarteto en Re menor de Borodin, con el celeb¨¦rrimo Nocturno. Fue necesario, ante las largas ovaciones, prolongar el programa con un vals de Dvorak. En resumen, uno de los m¨¢s altos puntos de inter¨¦s del 52? festival.
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