La tierra de C.S.
Aunque la suya no es una literatura paisaj¨ªstica, cuesta pensar en C¨¦sar Sim¨®n y no vincularlo a un determinado paisaje serrano. En ¨¦l el paisaje escrito representa una parte exigua -en t¨¦rminos cuantitativos- comparado con el que intuimos como paisaje vivido. Fue un hombre capaz de disfrutar de ciertos trabajos campestres, del aire libre y de los paseos por el monte. Esa experiencia, decantada, qued¨® en sus libros. Pero ?c¨®mo es el paisaje real que C¨¦sar Sim¨®n respir¨®?
Hay que acercarse hasta un lugar apartado, no rec¨®ndito, de la serran¨ªa valenciana. De camino a Alcublas partiendo de Villar del Arzobispo, unas partidas no muy retiradas de la carretera dan suelo a algunas casas dispersas. Entre ellas se encuentra la casa del poeta. Se trata de edificaciones humildes, construidas por sus propios propietarios en ratos de fin de semana. La del poeta encaja estrictamente en la austeridad, en el puro pragmatismo del techo que cobija, el hogar que calienta y el modesto porche donde tomar el fresco y leer.
"Cuesta pensar en C¨¦sar Sim¨®n y no vincularlo a un paisaje serrano"
No es ¨¦sta la tierra alta de la comarca, mucho m¨¢s abrupta y boscosa. Tampoco el pie de monte casi llano ocupado en su totalidad por la agricultura. Estamos en una zona intermedia de lomas redondas y cerros apuntados, de laderas no siempre suavemente inclinadas y peque?as llanuras a diferente elevaci¨®n. Un espacio a¨²n propicio para los cultivos que, no obstante, ya les opone resistencia. La tierra es blanca y est¨¢ llena de piedras. La luz, caudalosa, continua.
Situados en un hipot¨¦tico centro, vemos las manchas de pinar en las zonas m¨¢s elevadas, bosquetes cuyos ¨¢rboles maduros se enmara?an y ofrecen as¨ª una sombra inhabitable y verdinegra. La explotaci¨®n de estos secanos se distribuye en franjas, en tablas, en cuadros o en parcelas diminutas donde medran apenas arbolillos lent¨ªsimos. Al noroeste hay una extensa hondonada de olivos que platean junto al boscaje de los pinares de Andilla. Alguna vi?a derrama limpiamente su verdor sobre los surcos blancos. Las coscojas, igual que en cualquier otra parte, proponen un desaf¨ªo ignorado por las hierbas esbeltas, ya resecas. A veces la composici¨®n general da en parecerse a la de las dehesas extreme?as, pero en lugar de encinas destacan aqu¨ª las copas de los olivos y de los algarrobos, y las de grandes almendros. Son de apreciar sus duras ramas horizontales. Una horizontalidad ciertamente id¨®nea para ahorcar a un perro.
C¨¦sar Sim¨®n habl¨® del silencio que habita en esta tierra. La habita minuciosamente. No se equivocaba al advertir la escasa presencia de p¨¢jaros, por ejemplo. En verano, poco m¨¢s que el murmullo t¨ªmido de las torcaces; en los meses m¨¢s fr¨ªos, s¨®lo el chasquido de las currucas. Es necesario esperar la llegada ocasional del viento -"Ah s¨ª, el viento, esa ¨®pera del campo"- para o¨ªr apagarse en estos rincones la llama transparente del silencio.
La pista de zahorra nos va llevando de casa en casa. Hay por todas partes como un cristal, el envoltorio indefinido presente siempre en los lugares habitados ¨²nicamente a temporadas y que quedan luego en suspenso, con un eco inaudible en torno: el ensimismamiento de las cosas y del mundo tan cantado por el poeta.
Con mirada algo sacr¨ªlega nos acercamos a su casa. Emociona saber que el absorto jazm¨ªn del porche es el de sus poemas: "oh carne depurada, / yacente y silenciosa, / en personal y retirado mundo".
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