El agua fr¨¢gil
Se extiende el marjal de Almenara al pie de un monte de los de Espad¨¢n que quiso alcanzar el mar y casi lo logra: apenas un kil¨®metro m¨¢s y lo hubiera conseguido. Este territorio encharcado es una reliquia del humedal continuo que fuera en tiempos remotos toda la llanura litoral valenciana. Una reliquia de bastante entidad aunque, como todas ellas, manifiestamente quebradiza. Han querido quebrarla, desecarla en muchas ocasiones, y a¨²n hoy espera la vitrina legal definitiva donde refugiarse y dejarse existir y contemplar.
Cualquier degustador de espacios abiertos sabe que la visual no es siempre la primera ni la m¨¢s significativa de las impresiones que de ellos se recibe. Si en verano llegamos hasta la explanada contigua al Estany -el hondo estanque alimentado por un afloramiento de agua o ullal- enseguida nos impregnar¨¢ el olor acre y espeso de la vegetaci¨®n palustre.
"El coro del marjal tiene solistas destacados, algo engre¨ªdos, incluso algo hipn¨®ticos"
La mirada no ser¨¢ protagonista a continuaci¨®n. Deber¨¢ esperar su turno, porque en primavera y verano los o¨ªdos reclaman su privilegio, cargados de raz¨®n. La voz de los p¨¢jaros se impone. El coro del marjal de Almenara, por lo dem¨¢s, tiene solistas destacados, incluso algo engre¨ªdos, incluso algo hipn¨®ticos.
Los carriceros, por ejemplo, se desga?itan en notas ¨¢speras; los buitrones -diminutos a pesar de su nombre- se extas¨ªan en el minimalismo agudo de su canto, emitido desde un vuelo en par¨¢bolas.
Un camino bordea todo el per¨ªmetro del Estany. Lo acompa?an muchos ¨¢rboles. En un primer momento, un grupo de tarajes de buen porte; de sus ramas flexibles cuelgan, andrajosamente, hojas filosas, lacias, tal vez inmerecidas. Llegan luego unas moreras muy juntas, hasta el punto de conformar un t¨²nel donde puede gozarse de una amable sombra uniforme, contrastada con la corona de luz y brillo del naranjal aleda?o. Tendremos que apartar despu¨¦s las l¨¢grimas de los sauces, vertidas sobre la senda, mientras a ambos lados nos reclama el agua, la del estanque y la de las someras lagunas del marjal, agua inm¨®vil que se nos presenta en su l¨¢mina, en la superficie tersa que hace repetirse a la vegetaci¨®n pero, al mismo tiempo, con intolerancia, borra la estela dejada por el paso de las fochas, recuperando as¨ª su quietud y su silencio.
Si andamos por la carretera en direcci¨®n a la zona urbanizada de la playa de Almenara, muy pronto, a la izquierda, un desv¨ªo nos adentra en m¨¢s terrenos resistentes a la desecaci¨®n. Este camino toca el lado oeste de un peque?o aer¨®dromo para ultraligeros. Al seguir con la vista su vuelo, se topa uno con la silueta del monte aquel que quiso llegar al mar. Una de sus vertientes fue ro¨ªda por la acci¨®n de una cantera. Ahora, la caries caliza que ha quedado acoge un vertedero. Ser¨ªa f¨¢cil suponer que la presencia de la degradaci¨®n extrema, de los detritus, a veces humeantes, al lado del esplendor, infecta irreversiblemente la belleza del lugar. No obstante, tal vez la esencia de lo bello natural, prot¨¦ica, asimila esta servidumbre. La injusta muesca, con su dep¨®sito de desechos, no vence a la belleza reflectante y verde de este espacio. La hace m¨¢s complicada, no la anula.
El paseo nos lleva muy cerca del mar. No se lo puede ver sin subir una alta barrera artificial de arenas y piedras, caricatura de anteriores dunas. Puede o¨ªrselo. Qu¨¦ agua tan pr¨®xima y sin embargo tan distinta, por poderosa, al agua fr¨¢gil del marjal.
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