El discurso ya visto de Pasqual Maragall
Tanta apelaci¨®n a Europa, a USA, a las regiones metropolitanas, a la modernizaci¨®n sin l¨ªmites de Catalu?a y Espa?a, oculta en el reciente art¨ªculo de Maragall en EL PA?S el contenido "ya visto" del viejo discurso del nacionalismo catal¨¢n. Apenas hay alg¨²n elemento innovador. La vieja Castilla poblada de semitas y bereberes, sus calles pululantes de militares y funcionarios, de unas clases ociosas en contraste con el ambiente burgu¨¦s y trabajador de las calles catalanas, queda reducida al enloquecido Madrid y a su arrabal Marbella. De hecho, esta materializaci¨®n en Madrid del esp¨ªritu de la vieja Espa?a tampoco es un dato novedoso en el imaginario catalanista.
No es innovador el intento de propagar el mensaje del nacionalismo catal¨¢n por la periferia espa?ola en defensa de los sacrosantos derechos catalanes. Galeuzka es un invento con tradici¨®n y ambiente en el catalanismo pol¨ªtico. Verdaderamente, no hay nada nuevo en el discurso de Maragall. Lo novedoso puede radicar en que el mismo se exprese desde la plataforma pol¨ªtica de un partido catal¨¢n no nacionalista. Fiado del apoyo incondicional de sus bases sociales, la direcci¨®n del PSC decide dar la batalla al nacionalismo en su propio terreno. Y no duda para ello en echar mano de una ret¨®rica cien veces explotada a la hora de tratar de dificultar las relaciones de Catalu?a con el resto de Espa?a. Falta esta vez la referencia a los separadores, a las plumas castellanas que, dando la r¨¦plica al discurso catalanista, contribuyan a dar realidad a una dial¨¦ctica de enfrentamientos entre nacionalismos. Pero todo llegar¨¢. El terreno est¨¢ sembrado. La batalla de Catalu?a va a intentar librarse sobre la espalda de todos los espa?oles.
La tentaci¨®n del socialismo catal¨¢n de librar en Espa?a la batalla de Catalu?a es antigua. De hecho, su propuesta de "federalismo asim¨¦trico" no result¨® sino el primer embate de este intento. La reforma de los estatutos, la construcci¨®n de grandes regiones europeas, no son sino nuevas manifestaciones de lo mismo. Por cierto que el descubrimiento de las grandes regiones europeas no parece que haya reparado en el lugar que estas regiones reservan a las nacionalidades culturales comprendidas en su seno. Un lugar que puede ser menos considerado con ¨¦stas que el que actualmente les deparan los viejos Estados naciones europeos.
Lo que llama la atenci¨®n en las palabras de un pol¨ªtico experimentado como Maragall es el no dudar en recurrir a una dial¨¦ctica pol¨ªtica que tan negativos resultados ha dado en la vida espa?ola del siglo XX. El pu?ado de votos que puede arrancar con ella a los genuinos partidos nacionalistas catalanes en absoluto puede compensar el riesgo de abrir un conflicto entre nacionalismos en lugar de buscar su armon¨ªa a la sombra de la Constituci¨®n de 1978.
Llama igualmente la atenci¨®n la osad¨ªa con que Maragall lanza este discurso desde la direcci¨®n de un PSC que representa en Catalu?a, fundamentalmente, a unos sectores sociales que no conectan con el sentimiento nacionalista catal¨¢n. Muy seguro tiene que estar el candidato del control de su partido y sus votantes para transitar por una operaci¨®n pol¨ªtica que hay que presumir no cuenta con la comprensi¨®n de sus bases sociales. Y muy seguro debe de estar del apoyo del PSOE para atreverse a seguir un camino que choca frontalmente con los intereses electorales y las posiciones program¨¢ticas del partido madre. Porque Maragall puede presentar su operaci¨®n catalanista, con su vocaci¨®n expansionista incluida, como una operaci¨®n de ingenier¨ªa pol¨ªtica a trav¨¦s de la cual desplazar al PP del poder. Pero no hace falta ser un fino analista pol¨ªtico para ver que, con mucha mayor probabilidad, la operaci¨®n ofrece al centro-derecha espa?ol la oportunidad de renovar con facilidad su ¨²ltima victoria electoral. La direcci¨®n del PSOE es responsable de comprar una estrategia suicida para sus creencias e intereses. Pero corresponde a Maragall la responsabilidad de su dise?o.
Si las cosas siguen el camino previsto, la pol¨ªtica de Maragall se habr¨¢ de encaminar en las pr¨®ximas semanas a incorporar apoyos del resto de Espa?a a su pol¨ªtica. Como antes dec¨ªa, la generalizaci¨®n de los discursos nacionalistas y regionalistas en el resto de Espa?a fue inseparable del descubrimiento por parte del nacionalismo catal¨¢n de que sus intereses se habr¨ªan de encontrar mejor protegidos en medio de una ofensiva general contra el Estado. Esto diferenci¨® hist¨®ricamente al nacionalismo de Catalu?a de un nacionalismo vasco dominado por la idea de que la ¨²nica singularidad nacional apreciable en el contexto espa?ol, adem¨¢s de la espa?ola, era la suya.
La generalizaci¨®n de los regionalismos y los nacionalismos espa?oles, el aumento de la conciencia auton¨®mica, solamente es viable en Espa?a en el contexto de una aceptaci¨®n de la idea de pluralidad de jurisdicciones, en que los espacios subestatales convivan armoniosamente con el espacio estatal y con el espacio europeo. Pero no es esta convivencia acorde y pluralista la que se va a conseguir desenterrando los t¨®picos del nacionalismo catal¨¢n en su visi¨®n del resto de Espa?a. La existencia de un pueblo de vagos y maleantes es la que permite prever con tanta claridad esc¨¢ndalos como los que han sucedido en la Comunidad de Madrid o en el Ayuntamiento de Marbella. Un pueblo de vagos y maleantes que ha sabido doblar su personalidad con la de explotadores del aparato estatal, imponi¨¦ndose a una sociedad de buenos cuidadanos como es la catalana. En este contexto, se entiende que Maragall pretenda decir adi¨®s a Espa?a, que piense en grandes regiones europeas que pongan fin a este error hist¨®rico que ha sido la naci¨®n y el Estado espa?oles. Pero Maragall tendr¨¢ que aceptar que somos muchos en Catalu?a y en el resto de Espa?a los que no creemos en la f¨¢bula de un pueblo de cabreros imponi¨¦ndose a honrados trabajadores de todas clases acogidos a los l¨ªmites de Catalu?a. Y que no estamos dispuestos a que se desencadene un viejo enfrentamiento, aunque el motivo sea tan banal como permitirle al se?or Maragall darse el gusto de gobernar en Barcelona, hoy a los catalanes, ma?ana Dios sabe a cu¨¢ntos ciudadanos incorporados a la renovada Corona de Arag¨®n.
El candidato socialista, si su partido se lo permite en Catalu?a y el resto de Espa?a, puede plantearnos cualquier iniciativa pol¨ªtica que le venga en gana. Pero lo que no puede hacer es volver a sus cl¨¢sicos para usar un ambiente de fricci¨®n entre Catalu?a y el resto de Espa?a que le pueda servir para encontrar el pu?ado de votos que le separa del poder. Desconozco si este enfrentamiento ser¨¢ f¨¢cil impulsarlo desde Catalu?a. De lo que estoy seguro es de su dificultad para levantarlo en el resto de Espa?a. Lo cual no quita gravedad y trascendencia a intentos m¨¢s o menos conscientes de pretenderlo.
Andr¨¦s de Blas Guerrero es catedr¨¢tico de Teor¨ªa del Estado de la UNED.
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