Ojos no transparentes, del color del musgo en los ¨¢rboles antiguos
En esta fotograf¨ªa mi madre estaba embarazada de m¨ª: parec¨ªa andar por los quince a?os y ten¨ªa los ojos transparentes. No una sonrisa: la forma que la boca adquiere antes de la sonrisa, como los p¨¢jaros en el momento anterior al vuelo. A¨²n adopta muchas veces esa expresi¨®n, pero los ojos no son transparentes, sino del color del musgo en los ¨¢rboles antiguos, y el resto de la cara parece que se ha construido a partir de ellos, la frente, la nariz, el ment¨®n, el peinado de moda en aquella ¨¦poca, la blusita abotonada hasta el cuello. Es curioso que me acuerde poco de mi madre durante la infancia: recuerdo el suplicio de cortarme las u?as, la recuerdo en la playa y no obstante desenfocada, imprecisa. Nunca le cont¨¦ nada de m¨ª. Nunca le he contado nada importante a casi nadie. Me fui haciendo solo, obstinado, secreto. Durante el breve permiso de dos o tres d¨ªas antes de partir para la guerra me encerr¨¦ en el cuarto de ba?o para que no me viese llorar.
Y pienso que descubrimos pronto que cada uno tiene los defectos de sus cualidades
En la v¨ªspera de la salida del barco
(creo que era la v¨ªspera)
mis padres fueron a cenar conmigo a Abrantes: no habr¨ªan hecho falta cuchillos ni tenedores: comimos silencio todo el tiempo y conservo conmigo ese sabor. Es igual a la muerte: duele, despu¨¦s se aplaca. Ten¨ªa en la billetera el retrato de mi sobrina Margarida y, por extra?o que parezca, el retrato pesaba un mont¨®n en mi bolsillo. Es igual a la muerte: se aplaca, despu¨¦s duele, despu¨¦s se aplaca de nuevo. Adelante. Un tren de soldados tarda el siglo de una noche en llegar de Abrantes a Lisboa. Y llov¨ªa. Pinos y pinos bajo la lluvia. Marchas militares en el muelle, discursos. Temblar sin fiebre. Temblar tanto sin fiebre. Mi hermano Jo?o estaba en Am¨¦rica. Me gustan mucho mis hermanos, me enorgullezco de ellos. M¨¢s adelante. Rebos¨¢bamos de amor, de ternura, y lo escond¨ªamos todo aprisa, avergonzados, como los gitanos que venden su¨¦teres en la calle y guardan los su¨¦teres no vaya a venir la polic¨ªa. Y nos quedamos as¨ª, con las manos en los bolsillos, fingiendo que no es nada. Caminar entre las personas con una taza rebosante de besos, despacito, y sujetarla siempre con mucho cuidado, con miedo a que se caiga alg¨²n beso. Hasta ahora no se ha ca¨ªdo ninguno: es una cuesti¨®n de pr¨¢ctica. Graciosa la relaci¨®n con mis hermanos: hasta cuando no estoy de acuerdo estoy de acuerdo: si es necesario defiendo, a pesar de m¨ª, la posici¨®n de la mayor¨ªa. Jos¨¦ Cardoso Pires me dec¨ªa: vosotros ten¨¦is un v¨ªnculo muy fuerte, se nota en la manera de estar juntos, en c¨®mo se dirigen los unos a los otros. Y yo: es fuerte porque es implacable. Y pienso que descubrimos pronto que cada uno de nosotros tiene los defectos de sus cualidades, as¨ª como un coche tiene los frenos adecuados a la potencia del motor. Fuerte igualmente porque la soledad de cada uno es enorme. Sent¨ª eso en Nueva Jersey, al ver mu?ecos de peluche en una habitaci¨®n vac¨ªa. Jo?o y yo com¨ªamos helado en cajas de cart¨®n mientras ve¨ªamos jugar a Los Angeles Lakers. Por la ma?ana, nieve alrededor de la casa. Las ardillas en el jard¨ªn. El balc¨®n de madera. La dentista noruega que me dej¨® toda la camisa roja de carm¨ªn. Yo, que he perdido tantas cosas, conserv¨¦, qui¨¦n sabe por qu¨¦, su nombre: Bjorg. ?Por d¨®nde iba? Por mi madre embarazada de m¨ª, por los quince a?os, por los ojos transparentes. Eso en la sala de la televisi¨®n, en la mesita donde est¨¢ el tel¨¦fono. La luz de la l¨¢mpara encendida en las tardes de invierno, la acacia del jard¨ªn. La misma. Creo que debo de estar al final de esta cr¨®nica, que faltan pocas palabras para la ¨²ltima l¨ªnea. Ojos no transparentes, del color del musgo en los ¨¢rboles antiguos. No nos miran. Se pierden en el marco y m¨¢s all¨¢ del marco en la pared. M¨¢s all¨¢ de la pared Benfica entera, Yugoslavia, Paraguay, el mundo. Si yo ando lentamente voy hasta el mundo sin prodigar un beso. Si me preguntan
-?Qu¨¦ llevas ah¨ª?
respondo
-Nada
porque respondemos siempre
-Nada
cuando nos preguntan
-?Qu¨¦ llevas ah¨ª?
y claro que es mentira. Es decir, no es del todo mentira: es s¨®lo un tren llegando de Abrantes con soldados que tiemblan
no de fr¨ªo
all¨ª dentro. No de fr¨ªo. ?Qu¨¦ fr¨ªo? Algo que duele y despu¨¦s se aplaca. Los mu?ecos de peluche en Nueva Jersey se aplacaron y una ardilla contenta se acerca a nosotros en el jard¨ªn. No le doy siquiera una avellana: que ella coma el silencio en mi lugar.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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