La apuesta de Maragall
Hace unos d¨ªas, en estas mismas p¨¢ginas, Jos¨¦ Antonio Gonz¨¢lez Casanova tranquilizaba a los lectores acerca del nuevo Estatuto catal¨¢n esbozado por Pasqual Maragall. Paralelamente, cargaba sobre el PP la responsabilidad de deformar el sentido de la propuesta con "acusaciones tan insostenibles como contradictorias". Una de ellas no ofrece dudas: para nada Maragall es un separatista. La segunda refutaci¨®n es, en cambio, m¨¢s cuestionable y concierne a la resurrecci¨®n en t¨¦rminos pol¨ªticos de la Corona de Arag¨®n. Lo cierto es que Maragall destaca siempre que puede la importancia de ese antecedente hist¨®rico-m¨ªtico, aderezado con la menci¨®n legitimadora de una asamblea federal de 1869 y con la perspectiva de una regi¨®n protagonista en la Europa de hoy. Todav¨ªa el mes pasado en Avui, Maragall anunciaba la previsible convergencia de sus antiguos miembros dentro de "un Estatuto diferencial", curiosa forma de reflejar la pujanza econ¨®mica del eje mediterr¨¢neo. La Corona de Arag¨®n que nos llega del futuro es el t¨ªtulo de un art¨ªculo suyo publicado este mismo a?o, y no la invenci¨®n calumniosa de un ac¨®lito de Aznar.
Maragall se sit¨²a en la estela del catalanismo regenerador, que desde los padres fundadores ve en el superior dinamismo de Catalu?a la clave para una modernizaci¨®n de Espa?a, al mismo tiempo, eso s¨ª, que atiende ante todo a los intereses catalanes. Catalu?a es la locomotora que har¨ªa avanzar al tren de Espa?a. El ¨¦nfasis puesto en el antecedente de Almirall subraya el contenido progresista y federal del dise?o. A diferencia del catalanismo conservador de un Artur Mas, la vinculaci¨®n con Espa?a no es asumida para el "catalanismo progresista" como un mal inevitable, sino como una perspectiva optimista en la que convergen la afirmaci¨®n propia con la construcci¨®n efectiva en el plano pol¨ªtico de la Espa?a plural. "Estoy convencido -declara Maragall en Bilbao hace unos meses- de que Espa?a, y con ella Catalu?a... y Euskadi, necesitan de un proyecto de realismo pol¨ªtico y ambici¨®n colectiva como lo es el de la Espa?a plural". A partir de una concepci¨®n plurinacional de Espa?a, compatible con la Constituci¨®n, cobra forma la dimensi¨®n constructiva del proyecto y con ello nos adentramos en el mundo de las supuestas evidencias. Para Maragall, la Constituci¨®n y los Estatutos ya no atienden a las exigencias del presente y est¨¢n, adem¨¢s, sometidos a la presi¨®n centralista de un Aznar fiel a la concepci¨®n unitaria de Espa?a y cuyo lenguaje, apreciaci¨®n acertada, es en s¨ª mismo un factor de desprestigio constitucional. Hace falta entonces una reforma general para que todos "nos sintamos c¨®modos".
Es un esquema discutible por lo que toca a la declaraci¨®n de caducidad para Constituci¨®n y Estatutos, pero menos en cuanto a la conveniencia de proceder a reformas concretas que pudieran incluso considerarse exigencias t¨¦cnicas del propio Estado de las Autonom¨ªas para forjar instrumentos de articulaci¨®n horizontal intercomunitarios. En un horizonte federal cabr¨ªan sin duda las tres demandas de racionalizaci¨®n apuntadas aqu¨ª por Eliseo Aja y suscritas por la c¨²pula del PSOE: el Senado como efectiva c¨¢mara territorial, representaci¨®n de las comunidades en Europa, conferencia de presidentes. La etiqueta es lo de menos. Pero es que esa dimensi¨®n tambi¨¦n es lo de menos en el discurso maragalliano. Lo que cuenta es la puesta en marcha inmediata de un nuevo Estatuto para Catalu?a, radicalmente distinto y superior en competencias al hoy vigente, de acuerdo con unos supuestos ideol¨®gicos que relegan la noci¨®n de Espa?a plural, bien al plano metaf¨ªsico, bien al restringido de Estado espa?ol en cuyo seno se suman las realidades nacionales. Las disquisiciones posorteguianas de un encuentro de Catalu?a y Espa?a tras d¨¦cadas de desarrollo paralelo, ignor¨¢ndose, son pura ret¨®rica. De un lado, la l¨®gica de la reforma no sigue al precedente hist¨®rico federal, sino al cantonal, de iniciativa desde abajo, y en las ideas, el fondo tampoco es republicano federal, sino catalanista. En sus Bases, Maragall parte del concepto organicista y enterizo de "pueblo catal¨¢n", lo que encaja con las inmediatas afirmaciones de que "Catalunya es una naci¨®n" y que los ciudadanos de Catalu?a derivan su autogobierno de la "voluntad nacional expresada repetidamente a trav¨¦s de su historia". Entonces, ?qu¨¦ contenido le queda a esa "Espa?a plural" de que Catalu?a "forma parte"? No es extra?o que Maragall utilice el t¨¦rmino de "compasi¨®n" para calificar el tipo de relaciones pol¨ªticas, bilaterales y "de lealtad institucional rec¨ªproca", que propone y cuyo contenido no es un Estado federal espa?ol, ni el Estado-red posmoderno, tambi¨¦n citado, sino una reorganizaci¨®n cuasi-estatal de la autonom¨ªa catalana que, adem¨¢s, se afirma como modelo para otras comunidades aut¨®nomas a efectos siempre de sentirse "c¨®modas".
En sus declaraciones, Maragall ha contado lo que es para ¨¦l sentirse c¨®modo dentro del PSOE: ejercer una plena soberan¨ªa en el ¨¢mbito catal¨¢n. De Zapatero, el consejo (Avui, 4 de mayo). Sin llegar a ese extremo, su proyecto para el sistema pol¨ªtico espa?ol estar¨ªa regido por una asimetr¨ªa, pero escasamente federal, dadas las competencias reivindicadas, autogesti¨®n financiera, espacio jurisdiccional propio y Seguridad Social incluidos, y la consiguiente restricci¨®n a que ser¨ªan sometidos los poderes del Estado. Estar¨ªamos en el camino de una forma peculiar de confederaci¨®n de base plurinacionalista, antes que plurinacional, en torno a sociedades diferentes a lo Quebec, escasamente cohesionada en los ¨®rdenes pol¨ªtico, econ¨®mico, cultural y simb¨®lico.
En suma, la elevaci¨®n sustancial del grado de autogobierno catal¨¢n est¨¢ clara en cuanto al objetivo de Maragall, as¨ª como su voluntad de fundirlo tras las elecciones del oto?o con los de otros partidos catalanistas a fin de lograr una "proclamaci¨®n", no una "reclamaci¨®n" unitaria, lo cual inevitablemente llevar¨¢ a una ulterior radicalizaci¨®n de signo nacionalista. En la medida en que todo su discurso en torno a la "Catalunya gran en la Espanya plural" consiste en declaraciones de buenos prop¨®sitos no es posible contrastar qu¨¦ f¨®rmula pol¨ªtica, a nivel estatal, har¨ªa compatible la supervivencia de los equilibrios que hoy garantiza el Estado de las autonom¨ªas con la cuasi-estatalizaci¨®n de Catalu?a, impulsada desde un proceso constituyente.
Sobre todo cuando la argumentaci¨®n ofrece puntos de debilidad extrema en momentos cruciales. En su discurso, la Constituci¨®n se asocia siempre a una estimaci¨®n negativa, al estilo nacionalista: "momificaci¨®n", "sacralizaci¨®n", "congelaci¨®n". Hace falta un nuevo "consenso constitucional". A su juicio, carece de sentido defender la supervivencia de la Constituci¨®n de 1978, "que peina canas", como si Alemania o Francia estuviesen dando un vuelcoa las suyas cada pocos a?os. Aunque la recomendaci¨®n sea ya in¨²til, tal vez fuera m¨¢s razonable insistir en la antigua prudencia pujoliana antes que participar en la subasta de proyectos nacionales de cara a las pr¨®ximas elecciones. Pero aunque los pol¨ªticos catalanes lo nieguen, el efecto Euskadi est¨¢ ah¨ª, incluso en Maragall con la dimensi¨®n adicional de ensayar una soluci¨®n ejemplar. Las razones aducidas para justificar el salto son bien endebles: que se va a gobernar mejor desde "la proximidad", que hay que poner las autonom¨ªas al nivel del siglo XXI, o que avanzan en Europa las entidades subestatales y los pueblos, lo cual, mirando al proyecto de Constituci¨®n Europea, que ratifica el protagonismo de los Estados-naci¨®n, resulta ya simplemente falso.
?ltima raz¨®n: a mayor autogobierno, mayor presencia de Catalu?a. Cierto, pero siempre que alcance una articulaci¨®n con un marco estatal al que despu¨¦s de tantas frustraciones hist¨®ricas y tan trabajosa consolidaci¨®n democr¨¢tica conviene seguir mirando como eje de las relaciones pol¨ªticas. Claro, que para llegar a esta soluci¨®n tal vez habr¨ªa que plantear de otro modo el tema de la naci¨®n catalana, al reconocer su imbricaci¨®n con una Espa?a que no es Yugoslavia, ni Canad¨¢, y menos el Imperio Austroh¨²ngaro, dejando para los nacionalistas el concepto de "pueblo" y para los buscadores de derechos hist¨®ricos la Corona de Arag¨®n. La institucionalizaci¨®n de las regiones econ¨®micas es una cosa; la forja de un mito arcaizante, otra. Sin olvidar que las reiteradas expresiones de fobia antimadrile?a, la ¨²ltima en el art¨ªculo Catalunya y Espanya, del d¨ªa 25, s¨®lo son indicio de incapacidad para llevar la cr¨ªtica m¨¢s all¨¢ de los viejos t¨®picos del catalanismo reaccionario, que lo hubo, y constituyen un mal augurio para la convivencia en la Espa?a plural. Ni envuelta en la satanizaci¨®n de Aznar cabe admitir que la xenofobia tenga cabida en el discurso democr¨¢tico. As¨ª, desde otros puntos de partida llegar¨ªamos a un engarce con la reforma en sentido federal de la Constituci¨®n, y no al imaginario modelo de sala de estar con cada uno de los asistentes sinti¨¦ndose m¨¢s c¨®modo al hacer crecer el tama?o de su sof¨¢ respectivo hasta ver sofocado el espacio com¨²n.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
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