Encuentro con una may¨²scula
Uno nace pelirrojo o casta?o, en el siglo veinte o en el quince, y pronuncia un discurso ante la Accademia della Crusca en Florencia, y del cesto con las veintis¨¦is letras con las que se compusieron MacBeth, Ulises, Mar¨ªa Estuardo o El Quijote cae la letra "L", que en italiano es la primera letra de la palabra libertad, aunque no as¨ª en mi lengua.
En verano resido en la isla mediterr¨¢nea de Menorca. Era un d¨ªa caluroso de julio, y, de pronto entr¨® volando en mi casa esa letra "L", tan inevitable como el ser pelirrojo o como mi a?o de nacimiento: 1933. La "l", con la que llevo manteniendo una relaci¨®n m¨¢s o menos ¨ªntima en su forma m¨²ltiple -de letra min¨²scula, de entrometida y apresurada cursiva, de lambda griega despatarrada y de may¨²scula que a la vez quiere ser cifra-, se sent¨® frente a m¨ª en su representaci¨®n de may¨²scula. Imag¨ªnensela, ha sido creada para esta postura, y yo tengo unas sillas espa?olas r¨²sticas bastante rectas. Al entrar, se detuvo unos instantes en el vano de la puerta en toda su sencillez vertical que llamamos injustamente min¨²scula, aunque sentada pose¨ªa la dignidad del ¨¦nfasis, lo que confiri¨® a nuestra primera entrevista un aire de solemnidad, pero tambi¨¦n de examen. Adem¨¢s, iba ataviada con un severo Elzevir holand¨¦s, car¨¢cter tipogr¨¢fico que le daba un porte calvinista.
En la Espa?a de otros tiempos, bajo reyes, emires y califas, convivieron los tres pueblos de un solo libro en formas de separaci¨®n y unidad que el mundo ya no volvi¨® a conocer
Las letras, como sabe usted, hablan todas las lenguas, y por ello esta "L" hablaba un neerland¨¦s impecable, con un deje un poco como el de nuestra reina, que, cr¨¦ame, no puede ser m¨¢s bonito. Pero mi "L" no hab¨ªa venido para divertirse.
-?Ha comprendido usted bien lo que le ha encargado la Accademia? -me pregunt¨®.
-Creo que s¨ª -le contest¨¦-. Me piden que busque una palabra en mi lengua que represente la idea de libertad y que empiece con usted.
-?Y? ?Ya ha encontrado algo? -pregunt¨® en tono inquisitorial.
Nunca me he sentido muy c¨®modo en los ex¨¢menes.
-En honor a la verdad, todav¨ªa estoy dudando -le dije-. Hay dos palabras en mi lengua que han sido importantes para m¨ª, pues ambas me han ayudado a encontrar la libertad.
-?Y qu¨¦ clase de palabras son ¨¦stas? ?Sustantivos?
-No, verbos.
Se produjo un silencio.
-Me gustar¨ªa saber qu¨¦ viene detr¨¢s de m¨ª -intervino finalmente la "l".
-Lo comprendo -contest¨¦-, pero d¨¦me un tiempo para pensarlo.
-De modo que tiene usted que elegir entre dos verbos. Los sustantivos expresan los conceptos mucho mejor, ?no cree?
-Piense en el verbo "ser" -le objet¨¦, ligeramente irritado-. Toda la filosof¨ªa se fundamenta en este verbo. Heidegger lo escribe indebidamente con una "S", como "sein", pero es esencial, acu¨¦rdese de "essere"...
-La "S" y la "Z" no son mis colegas favoritos -dijo la "L" poni¨¦ndose en pie-. Bien, le doy a usted un d¨ªa para pens¨¢rselo. ?Existe en esta isla una biblioteca decente donde pueda dormir esta noche?
-Hay una biblioteca p¨²blica -dije-, pero ah¨ª va a parar de todo, tambi¨¦n peri¨®dicos y estas cosas.
-No me puedo permitir el lujo de escoger, mi funci¨®n es servir.
-Lo s¨¦, pero ?qu¨¦ le parece la catedral? Hay ah¨ª unos magn¨ªficos misales enormes, dispondr¨ªa usted de espacio.
-Tal vez -dijo la "L" y se encamin¨® hacia la puerta-. Ahora que se hab¨ªa reducido de nuevo a min¨²scula resultaba mucho m¨¢s simp¨¢tica.
-?Puedo participar en su dilema? -pregunt¨® de pronto.
-Mientras no me influya usted, no tengo inconveniente -dije-. La cuesti¨®n est¨¢ entre caminar y leer, "caminare" y "leggere" en la lengua de la Accademia.
-Lo primero lo hizo usted antes que lo segundo.
-As¨ª es. Pero, despu¨¦s de lo segundo, lo primero lo hice de otra manera. Y hemos quedado en que usted no me influir¨ªa.
Caminar y libertad, pens¨® la "L" en voz alta. Y luego, leer y libertad, yo dir¨ªa que...
Aquella noche tuve tiempo para reflexionar. Con lo de caminar no me refer¨ªa naturalmente al sencillo acto que inici¨¦ en 1935 a base de caerme e incorporarme, sino al hecho de viajar, que ha dominado mi vida.
Pero hay otra actividad, con la que empec¨¦ justo despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, que ha determinado igualmente mi vida: la de descifrar signos secretos y traducirlos a la realidad que designan.
Me pregunt¨¦ cu¨¢ndo hab¨ªa empezado a leer de verdad. En el seminario de los franciscanos y los agustinos le¨ª a Cicer¨®n y Ovidio, Plat¨®n, Jenofonte y Homero, de modo que ya me hab¨ªa adentrado en el Parnaso antes de conocer las periferias, arrabales, parques y desiertos de la literatura contempor¨¢nea. M¨¢s adelante envidi¨¦ a escritores como Proust, Borges y Nabokov que encontraron en las bibliotecas de sus padres todos los tesoros con los que se alimentar¨ªan el resto de sus vidas. En mi casa no hab¨ªa libros, a m¨ª me toc¨® descubrirlo todo solo, libros y mundo. Los monjes me ense?aron a leer, eso s¨ª, y les estar¨¦ eternamente agradecido por ello. Pero la relaci¨®n entre la lectura y mi propia vida -una literatura que no fuera de m¨¢rmol, sino que tuviera que ver conmigo mismo y con el desconcertante mundo que me rodeaba- no la descubr¨ª hasta m¨¢s tarde. Son procesos que no empiezan un d¨ªa determinado, y sin embargo creo que puedo indicar el a?o: 1953. Fue el a?o en el que decid¨ª descubrir el mundo en autostop, sin equipaje y sin dinero. Ten¨ªa diecinueve a?os, y ech¨¦ a caminar, literalmente. Pero tambi¨¦n fue el a?o en el que le¨ª por primera vez a Sartre y a Faulkner. Lo recuerdo porque siempre apuntaba la fecha en los libros que compraba. Sanctuary de Faulkner, Existencialisme est un humanisme de Sartre, cada uno en su lengua, y a saber lo que comprend¨ª de ellos entonces, pero de una cosa estoy seguro: aquel a?o, viajando y leyendo, abr¨ª la puerta de mi libertad. Desde entonces no he dejado de caminar, y no he dejado de leer. Al a?o siguiente me hice escritor, o mejor dicho, escrib¨ª un primer libro y desde ese momento todo el mundo me llam¨® escritor. A veces casi me sabe mal que fuera as¨ª, y no s¨®lo porque sucediera demasiado pronto. Borges afirm¨® en cierta ocasi¨®n que leer es una actividad m¨¢s civil, m¨¢s intelectual que escribir, y a pesar de que ¨¦l escribi¨® considerablemente -lo que tal vez invalida en parte su afirmaci¨®n- creo que entiendo lo que quiso decir. El escritor nunca conocer¨¢ la libertad absoluta del lector espont¨¢neo que s¨®lo es lector. Este "s¨®lo" no lo empleo con intenci¨®n peyorativa, todo lo contrario. El lector que s¨®lo lee para leer es el ¨²nico verdadero lector. Los escritores leen con rapacidad, en realidad son incapaces de leer sin pensar en escribir. Algunos escritores leen como esp¨ªas industriales, otros como amantes celosos. Comoquiera que sea, son lectores corrompidos, muy lejos de esa figura luminosa plat¨®nica, el lector ideal so?ado, la prolongaci¨®n viva, natural y ¨²nica, de cada libro: aquel que escribir¨¢ el libro siempre de nuevo sin preguntar nada al escritor que ya ha entregado sus palabras.
En mi extra?a y no poco misteriosa lengua n¨®rdica, "lezen" (leer) posee originariamente un doble sentido. Seg¨²n la etimolog¨ªa, procede del neerland¨¦s que se habl¨® y escribi¨® en la Edad Media: "lesen", en el saj¨®n antiguo "lesan", en el antiguo alto alem¨¢n tambi¨¦n "lesan", en fris¨®n antiguo "lesa" y en noruego antiguo "lesa". En godo, "lisan" significa "zamelen" (coleccionar), vocablo que en el neerland¨¦s actual ha ca¨ªdo en desuso. Nosotros la empleamos ahora en su forma "ver-zamelen" (recoger) y, en este sentido, entronca con el lituano "les¨´, lesti": coger con el pico. M¨¢s de un lector se reconocer¨¢ en ello. Se trata de saber escoger, cualidad que todo buen lector ha de poseer, aunque s¨®lo sea porque remite a la palabra "elecci¨®n" y ¨¦sta, a su vez, a libertad.
El lector escoge, y lamento complicar las cosas mostr¨¢ndoles los entresijos de mi lengua secreta, pero "el lector escoge" es en mi idioma una tautolog¨ªa, dado que originariamente "leer" pod¨ªa significar tambi¨¦n "escoger", si bien no necesariamente con el pico. En mi lengua, "el lector lee" podr¨ªa significar "el lector escoge o elige", pues adem¨¢s del significado original de "leer" como "coleccionar", puede significar "escoger, doblar, recitar, ense?ar, contar, estudiar". En el saj¨®n antiguo se a?ade el significado de "recoger", y en algunas otras de estas m¨ªticas lenguas germ¨¢nicas antiguas, que tanto fascinaban a Borges, significa tambi¨¦n "informar, narrar, leer en voz alta". Total, que en otros tiempos, en mi lengua, no s¨®lo se le¨ªan libros, cartas, testamentos o sentencias, sino tambi¨¦n frutas o espigas, lo cual se hac¨ªa, a su vez, para separar lo bueno de lo malo, elecci¨®n ¨¦sta que, de nuevo, implica el ejercicio de la libertad. Voces eruditas me explican que ese significado de "recoger" que evoluciona hacia "leer" est¨¢ tambi¨¦n presente en el griego "legein" y en lat¨ªn "legere", pero me interesa sobre todo la idea de "recoger". Uno recoge una cosa y no otra, uno escoge. T¨¢cito se refiere en su Germania 10 a "recoger" en el sentido de "leer" cuando habla del arte adivinatorio mediante varillas con caracteres r¨²nicos, que se lanzaban al aire y al caer se le¨ªan y se interpretaban.
El lector lee, el lector escoge. En la librer¨ªa, en la biblioteca, el lector escoge un libro, y no otro. El lector es libre.
-Pero tan sencilla no es la cosa -intervino la "L".
La "L" hab¨ªa regresado a primera hora de la ma?ana, esta vez elegantemente ataviada con Bodoni. Hab¨ªa dormido bien, dijo, hab¨ªa pasado una noche magn¨ªfica en el Antiguo Testamento, aunque al mismo tiempo le hab¨ªa inspirado algunos pensamientos sombr¨ªos.
-Pero ?c¨®mo es eso? -le pregunt¨¦-. Es un libro maravilloso, lleno de historias incre¨ªbles.
-S¨ª, pero t¨² hablas de la libertad del lector. Existen -si olvidamos por un momento la angustiosa mayor¨ªa de no-lectores- dos clases de lectores. Los lectores de muchos libros, y los lectores de un solo libro. Una civilizaci¨®n basada en un libro,eso es algo maravilloso, claro. Pero si este libro excluye a otros libros, y si, por causa de ¨¦ste, las personas que leen o escriben otros libros son quemadas en la hoguera -como suced¨ªa antes aqu¨ª- o asesinadas y amenazadas de muerte, como ocurre hoy, mal anda entonces la libertad. Y no hay ninguna necesidad de que sea as¨ª.
Una veta de tristeza cruz¨® su mirada.
-En la Espa?a de otros tiempos, bajo reyes ilustrados, emires y califas, convivieron los tres pueblos de un solo libro en formas de separaci¨®n y unidad que el mundo ya no volvi¨® a conocer. Los libros de la Antig¨¹edad cl¨¢sica traducidos por los eruditos ¨¢rabes fueron un tesoro para el desarrollo del Renacimiento y de la Ilustraci¨®n. A partir de entonces la civilizaci¨®n occidental se fue apartando de ese ¨²nico libro y, tras largos y graves conflictos, se transform¨®, en palabras de los agustinos, de Civitas Dei en Civitas Terrena. El mundo occidental es un mundo secular, por mucho que el presidente de Estados Unidos apele a Dios, y el Papa siga viviendo en Roma. Y tal vez soy demasiado pesimista o demasiado simplista, pero a veces parece que la invisible guerra visible que se libra en el mundo sea tambi¨¦n una guerra entre lectores, los lectores de ese ¨²nico libro -que no tolera ning¨²n otro libro- contra los lectores de muchos libros, y, como v¨ªctimas inocentes, la gente que nunca lee.
La "L" guard¨® silencio por unos instantes y luego pregunt¨®:
-?Y al final qu¨¦ has elegido?
-Leer -le contest¨¦, conforme a la verdad.
-Es un c¨ªrculo -dijo-. Leer es escoger, pero para poder escoger hay que leer.
La "L" se qued¨® mirando al infinito y luego dijo de pronto:
-Si supieras la letra tan bonita que soy en ¨¢rabe. Ni en el m¨¢s bello escriptorio benedictino he sido caligrafiado de tal manera. Y, adem¨¢s, figuro dos veces en el nombre de su Dios, as¨ª que, imag¨ªnate... -Y luego a?adi¨® de inmediato- Lo que necesitar¨ªamos hoy es un Erasmo. Su biblioteca no conten¨ªa m¨¢s que 500 libros, pero reun¨ªan toda la sabidur¨ªa de la civilizaci¨®n antigua. Reunir, leer, ah¨ª est¨¢ otra vez. Una biblioteca le¨ªda. En 1518, cuando desde Roma se preparaba una nueva cruzada contra los turcos -es decir, contra el islam-, Erasmo escribi¨® a Paul Volz, el abad del monasterio benedictino de H¨¹gshofen -quien por cierto se convertir¨ªa al protestantismo- que habr¨ªa que hacer leer a los turcos las obras de Ockham y Duns Escoto, para que comprendieran nuestro mundo. El pueblo de ese ¨²nico libro parti¨® a la guerra contra el pueblo de ese otro ¨²nico libro. Y, fuera cual fuera su intenci¨®n, Erasmo consider¨® que era bueno que los unos leyeran los libros de los otros, en plural.
La "L" se puso en pie y a?adi¨®:
-Tengo la impresi¨®n de que en los ¨²ltimos quinientos a?os no han cambiado mucho las cosas. Pero debo irme, me necesitan por todas partes. A veces quisiera ser una "X".
Junto a la puerta se dio la vuelta otra vez y se despidi¨®:
-Dales recuerdos de mi parte en Florencia. Si quieres verme en todo mi esplendor, de joven, debes ir a mirar ah¨ª.
Y desapareci¨® por el jard¨ªn. Cuando crey¨® que ya no pod¨ªa verla, la vi ponerse r¨¢pidamente una cursiva Windows 2000 y apretar a correr como si emprendiera un marat¨®n.
Traducci¨®n de Isabel-Clara Lorda Vidal.
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