Un nombre fundamental
Una antolog¨ªa de Ricardo E. Molinari descubre el universo de este cl¨¢sico argentino del siglo XX admirado por Alfonso Reyes y Alejandra Pizarnik. Entre la tradici¨®n y la ruptura vanguardista, el poeta bonaerense nunca estableci¨® fronteras entre lo culto y lo popular.
El posmodernismo incluy¨® en Espa?a a los poetas de la generaci¨®n del 27, y en Am¨¦rica -sin un movimiento org¨¢nico- a Vallejo, Huidobro, el primer Borges y casi toda la obra del gran Ricardo E. Molinari (1898-1997). Ten¨ªan en com¨²n la tensi¨®n entre dos polos: la renacida atracci¨®n por las formas tradicionales del castellano; la explosi¨®n de la vanguardia, que radicalizaba una de las vetas del romanticismo -la de la originalidad, la del talento individual contra la tradici¨®n-. S¨®lo as¨ª C¨¦sar Vallejo pod¨ªa pasar de la prosodia rubendariana de sus Heraldos negros a la invenci¨®n de Trilce, y Garc¨ªa Lorca en s¨®lo dos a?os de sus romances gitanos al surrealismo de Poeta en Nueva York. De esa misma tensi¨®n entre el molde y su estallido nace la poes¨ªa de Molinari; lo singular es que no la resuelve sino que la cultiva a lo largo de toda su obra, en una oscilaci¨®n sin t¨¦rmino entre endecas¨ªlabo y vers¨ªculo, entre la glosa del cancionero y la imitaci¨®n de Stefan George, entre el romance y el desborde m¨¦trico que llam¨® "sombra de romance".
MUNDOS DE LA MADRUGADA (1927-1991) Antolog¨ªa po¨¦tica
Ricardo E. Molinari
Edici¨®n de Luis Bagu¨¦ Qu¨ªlez
Huerga & Fierro. Madrid, 2003
272 p¨¢ginas. 13,50 euros
Una ojeada a sus t¨ªtulos muestra su atracci¨®n por las formas tradicionales: Cancionero del Pr¨ªncipe de Vergara (1933), Casida de la bailarina (1937), Cinco canciones antiguas de amigo (1939), Eleg¨ªa a Garcilaso (1939), Oda de amor (1940), Oda a orillas de un viejo r¨ªo (1940), Sonetos a una camelia cortada (1949), Romances de las palmas y los laureles (1955), Cinco canciones a una paloma que es el alma (1956)
... Su inserci¨®n en el grupo de los ultra¨ªstas porte?os fue tard¨ªa y siempre sesgada. Mart¨ªn Fierro hab¨ªa empezado a salir en 1924, y Molinari no colabor¨® con ella hasta 1927, cuando la revista se extingu¨ªa. Public¨® por entonces su primer libro, El imaginero -con ilustraciones de Norah Borges-, en Proa, la editorial que se hab¨ªa estrenado dos a?os antes con otro cruce entre tradicionalismo y vanguardia: Don Segundo Sombra, de G¨¹iraldes. Su primer art¨ªculo, precisamente ese a?o, fue una reivindicaci¨®n de G¨®ngora, "que ha sido y ser¨¢ siempre el mayor poeta de la lengua espa?ola". Fue el ¨²nico del grupo que conect¨® en verdad con las inquietudes de sus contempor¨¢neos peninsulares; fue amigo de Alberti y de Garc¨ªa Lorca a partir de su primer viaje a Espa?a, en 1933.
En los a?os cuarenta se des-
cubren las jarchas y la poes¨ªa medieval despierta de su letargo. Los poetas de la lengua castellana confirman lo que intu¨ªan oscuramente: que la divisi¨®n entre poes¨ªa popular y culta era menos tajante de lo que siempre se hab¨ªa cre¨ªdo. As¨ª, Molinari evoca el villancico medieval, pero en un camino de vuelta que pasa por San Juan de la Cruz. Fue un precursor en eso, y en la conjunci¨®n entre acento withmaniano e imagen creacionista, en la imantaci¨®n entre forma y objeto en que el verso se estira para cantar los r¨ªos majestuosos de Am¨¦rica, la llanura sin horizonte. Los fara¨®nicos proyectos del Neruda de los a?os cincuenta (las Odas fundamentales, el Canto general) est¨¢n ya -quince a?os antes-, m¨¢s contenidos y certeros, felizmente despojados de mesianismo, en el Molinari de El alejado (1943).
Por libros como ¨¦se, la generaci¨®n argentina de los cuarenta, la de Olga Orozco y Enrique Molina, lo reconoci¨® como su maestro. Sin duda se sent¨ªan atra¨ªdos por su acercamiento al trovar clus como recurso al mismo tiempo est¨¦tico e ideol¨®gico. El hermetismo de Molinari, de cariz mallarmeano, tiende a sustraer la palabra po¨¦tica del comercio cotidiano del mundo. Sus libros se publicaron casi siempre en ediciones de autor, con tipograf¨ªa e ilustraciones cuidad¨ªsimas: "Poes¨ªa es arte de minor¨ªa. De ¨¢mbito particular", dijo una vez. Alfonso Reyes lo se?al¨® al escribir sobre Molinari en 1951: "Ahora pienso que el poeta no es ya s¨®lo m¨²sico (
...) sino tambi¨¦n es impresor o componedor de p¨¢ginas con tipos". Entre los j¨®venes de entonces, Alejandra Pizarnik lo admir¨® mucho, aunque no pudo perdonarle lo que ella consider¨®, en la parte tard¨ªa de su obra, un "barroquismo fatigado". Cuando en 1965 la editorial Sur publica una selecci¨®n personal de su obra (Un d¨ªa, el tiempo, las nubes), Alejandra Pizarnik escribe: "Pocos como ¨¦l han arrancado del idioma espa?ol una m¨²sica tan sutil"; y agrega, sobre la obra posterior a 1945, que hay "inflaci¨®n de las formas en detrimento de los significados". Se sabe que la longevidad no era precisamente atractiva para Pizarnik; sin embargo, no hay otro poeta de la lengua castellana al que haya dedicado elogios tan claros. La excelente muestra de su poes¨ªa que la presente antolog¨ªa recoge presenta una ocasi¨®n magn¨ªfica para recorrer la obra de un nombre fundamental de la poes¨ªa argentina.
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