Un Valle brillante y absurdo

Bigas Luna, un cineasta de trayectoria irregular, apasionado de los rotundos placeres visuales de la carne, ya sea bajo especie de gastronom¨ªa o directamente sexual, encuentra en estas feroces Comedias b¨¢rbaras del maestro Valle-Incl¨¢n el veh¨ªculo perfecto para recurrir a esa clase de tremendismo de lo primitivo que trata de hallar en las v¨ªsceras el origen de toda veracidad. Su espect¨¢culo recupera, de entrada, los antiguos tiempos de la fiesta del teatro, ofreciendo a los espectadores un banquete moderado de queso de teta gallega y orujo de mucha graduaci¨®n a medida que van llegando, en el entorno de una exposici¨®n alusiva a las caracter¨ªsticas del montaje que se disponen a contemplar: desolaci¨®n casi des¨¦rtica, colecci¨®n de osamentas diseminadas por el suelo, deambular de un t¨¦trico empalado entre los asistentes.

El espect¨¢culo (con una iluminaci¨®n de una presencia f¨ªsica fuera de lo com¨²n) aprovecha a las mil maravillas el recinto de una enorme nave industrial abandonada para ofrecer una fiesta de los sentidos, aun de los m¨¢s macabros y sensuales, que muchas veces oscila entre el Ben-Hur de William Wyler y las procesiones de la Semana Santa sevillana, en un juego irregular de proporciones dictado muchas veces por la enormidad del espacio esc¨¦nico, no muy dotado para algunas escenas, que requieren de una cierta intimidad entre actor y espectador. Por ah¨ª es por donde se pierde muchas veces la textura del texto de Valle-Incl¨¢n, aunque no su continuidad argumental, teniendo en cuenta la brutal reducci¨®n de tiempo que Pablo Ley se ha visto forzado a hacer para comprimir en hora y media las tres obras que conforman estas Comedias b¨¢rbaras.

Una escenograf¨ªa dispersa, que incluye una bonita pero tal vez injustificada ciudad en miniatura de las que compone Miquel Navarro, acoge el traj¨ªn incesante de personajes a caballo y jaur¨ªas de perros lobo, con la persistente presencia del Diablo y de la Iglesia, y donde Bigas Luna y Ferran Madico saben alternar perfectamente los momentos de tensi¨®n tumultuosa con los de una cierta intimidad, haciendo avanzar sin altibajos el enfrentamiento atroz entre Don Juan Manuel de Montenegro (un convincente tirano que, a veces, por las condiciones de la sala, se ve forzado a hacer de pregonero) y sus hijos. Ambici¨®n, sexo, vesania, beater¨ªa de doble filo y una espectacularidad a tono con las producciones cinematogr¨¢ficas de mucha acci¨®n, en un montaje que fue muy aplaudido por los invitados a la noche de su estreno. Tampoco est¨¢ mal ver a la plana mayor del PP local aplaudiendo con gusto tanta atrocidad junta.