La noticia
Causa estupor entrar en el kiosco y arrojar la vista sobre las portadas. Y, m¨¢s a¨²n, situarse ante el televisor para que nos lancen contra la mirada vaharadas de cr¨ªmenes cotidianos. Hemos dado marcha atr¨¢s y retornado a los cincuenta, aquellos a?os en los que El Caso era el rey y los sangrientos sucesos alimento espiritual de una sociedad que se estremec¨ªa ante los asesinatos no profesionales.
Todo indica que el morbo, hoy como ayer, debe ser alimentado a conciencia precisamente para que la misma se vuelva inodora, incolora e indolora, tal como se precisa. El problema actual estriba en la vuelta atr¨¢s de las formas, de los estilos, aquellos que se cre¨ªan superados con las nuevas f¨®rmulas de anestesia. Los cr¨ªmenes y los toros, que se ense?oreaban de los grandes reportajes, fueron perdiendo partidarios a medida que crec¨ªan las alternativas l¨²dicas y la pol¨ªtica ten¨ªa visos de resultar participativa. Ya no parec¨ªa necesario matar a nadie -o que nadie muriera de forma violenta- para ocupar las p¨¢ginas de los peri¨®dicos o las tertulias radiof¨®nicas. Pero de un tiempo ac¨¢ parece que no vende sino lo muy comercial, aquello que llama a gritos, avivando el seso dormido tras largos a?os de educada convivencia.
Gritos en los tertulianos y gru?idos de satisfacci¨®n entre los oyentes y videntes, tal parece ser la m¨¢xima que alumbra a los media. Parece una moda mundial -del mundo mundial- pero su impulso se advierte potente y duradero. A¨²n as¨ª, esto no es lo peor. Lo peor es que no s¨®lo se ha infiltrado el demonio de la sangre y el espanto en aquellos editores que siempre han hecho bot¨ªn de las flaquezas humanas, sino que sus largos brazos han atrapado a aquellos otros que, bien por sus caracter¨ªsticas o por el p¨²blico al que en origen iban destinados, parec¨ªan a soslayo de las tentaciones de los ¨ªndices de audiencia.
Que los informativos en la radio y televisi¨®n se abran, o las portadas de los peri¨®dicos incluyan, cr¨ªmenes vergonzosos, no da idea de la importancia del crimen sino de la enfermedad social que constatan a la vez que atraen.
Obligado parece lamentar el asesinato e informar de lo acaecido, pero parece necesario que un cierto pudor se albergue en los medios que siempre fueron de referencia, aunque s¨®lo sea para satisfacci¨®n de algunos despistados ciudadanos, que no est¨¢n en la onda de lo que ahora vende.
Con los signos que se advierten, ni imaginarse puede la informaci¨®n que nos caer¨ªa si se produjese un chollo como aquel de Puerto Urraco o similar.
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