Gobernar, ?para qu¨¦?
El debate p¨²blico parte siempre de un sobreentendido: que hay un cierto consenso sobre lo que significa que un pa¨ªs vaya bien. La hegemon¨ªa ideol¨®gica quiere discreci¨®n. Se da por supuesto, obviamente, que el ¨²nico objetivo de los partidos es gobernar, se habla de programas y propuestas, pero nunca se plantea la cuesti¨®n impertinente: gobernar, ?para qu¨¦? Se deber¨ªa suponer que la respuesta est¨¢ contenida en las se?as identitarias de los partidos. Pero en las sociedades posideol¨®gicas, y sin embargo sobresaturadas de ideolog¨ªa, hay que ser muy ingenuo para no saber que etiquetas como conservadores, democristianos y liberales (maquilladas en Espa?a como populares), socialistas o comunistas, que alg¨²n d¨ªa tuvieron fuerte significado, hoy est¨¢n obsoletas y dan escasa informaci¨®n sobre las intenciones de unos y otros.
Sin embargo, nadie pide precisiones a los dirigentes pol¨ªticos sobre cu¨¢l es su modelo de sociedad, no tanto porque se crea que ya no hay m¨¢s que un modelo (argumento que no resiste la prueba de la realidad) como porque nadie quiere escaparse del modelo sobreentendido. Con lo cual, el que por tradici¨®n, por maneras de hacer y por presupuestos ideol¨®gicos es capaz de dar una imagen m¨¢s cercana al eje hegem¨®nico juega con ventaja. La izquierda en Europa ha forzado demasiado sus propias posiciones para no quedar expulsada del nuevo espacio de lo pol¨ªticamente correcto y corre el riesgo de quedarse sin perfil. Y sin perfil, en la sociedad medi¨¢tica, es muy dif¨ªcil ganar elecciones.
El sobreentendido vigente es que una sociedad va bien cuando tiene un crecimiento econ¨®mico importante y una mejora constante de la competitividad. Es decir, que se produzca m¨¢s y se trabaje mejor. Vivimos tiempos en que la econom¨ªa impone su valor normativo. Y apenas nadie se atreve a ponerlo en cuesti¨®n. Alguna voz cr¨ªtica en el ¨¢mbito te¨®rico, alguna voz marginal en el ¨¢mbito pol¨ªtico. Nada m¨¢s. Este utilitarismo dominante tiene tres consecuencias. La primera es que es un falso liberalismo, porque, como ha escrito Amartya Sen, "considera que lo esencial no est¨¢ en la libertad de conseguir resultados, sino en los resultados conseguidos". La segunda es que reduce la capacidad de los ciudadanos de actuar como personas aut¨®nomas -es decir, con libertad y responsabilidad social- porque "los proyectos de vida se construyen sobre las opciones de consumo" (Baumann) y porque los ciudadanos -como ha explicado Marcel Gauchet- han acabado integrando psicol¨®gicamente el punto de vista del mercado, la necesidad de venderse y optimizar as¨ª sus recursos. La tercera es que parte de una idea del ciudadano como un hombre maximizador del inter¨¦s personal estrechamente definido que -como dice el propio Amartya Sen- no s¨®lo es deprimente, sino que adem¨¢s es falsa, porque los individuos, adem¨¢s de por los intereses, est¨¢n influidos por las pasiones.
Realmente, ?el l¨ªder pol¨ªtico que no suscriba este gui¨®n est¨¢ condenado a la marginaci¨®n pol¨ªtica y a la exclusi¨®n? ?O el miedo de los l¨ªderes de izquierdas a asumir un argumento distinto s¨®lo sirve para consolidar una hegemon¨ªa y para dejar espacio abierto a los populismos? Los s¨ªntomas de restauraci¨®n conservadora que aparecen por todas partes camuflados entre el discurso de la seguridad antiterrorista y el monopolio del nacionalismo y de la religi¨®n en el reconocimiento de las pasiones irracionales de la ciudadan¨ªa, deber¨ªan sonar como se?al de alarma para la izquierda. Realmente, ?no le queda otra opci¨®n que el mimetismo? ?Qui¨¦n defiende en este panorama al individuo como sujeto aut¨®nomo capaz de realizar plenamente sus objetivos sin que forzosamente pasen por la maximizaci¨®n del salario y de las rentas o por la creencia patri¨®tica o religiosa?
En el caso de Espa?a y de Catalu?a, el otro factor ideol¨®gico que interviene en la configuraci¨®n del ¨¢mbito de lo posible es el nacionalista. En Espa?a como en Catalu?a, el nacionalismo no es un factor neutral o compartido. Es un arma de acci¨®n pol¨ªtica partidista. Tenemos un ejemplo bien pr¨®ximo. El Gobierno del PP utiliza la fiesta nacional para convertirla en un homenaje a los ej¨¦rcitos de los distintos pa¨ªses que han intervenido en Irak en una guerra que ha desaprobado mayoritariamente la opini¨®n p¨²blica espa?ola. Ciertamente, la fiesta nacional espa?ola es muy artificial, carece de tradici¨®n democr¨¢tica, y tiene escaso eco y repercusi¨®n popular. A pesar de ello, si alguien se atreve a discrepar, aunque s¨®lo sea gestualmente, como hizo el domingo Rodr¨ªguez Zapatero, le cae el peso del pensamiento obligatorio encima.
Tampoco en Catalu?a el nacionalismo cumple la funci¨®n de marco general liviano y compartido, sino de principio de obligado cumplimiento. La primera anormalidad es la existencia de unos partidos que se autoproclaman nacionalistas. Naturalmente, el nacionalismo tiene un argumento de peso: nos gustar¨ªa no tener que ser nacionalistas porque esto significar¨ªa que Catalu?a ya es una naci¨®n normal. Pero, de momento, el juego cunde: la derecha catalana puede ensanchar su perfil en un amplio movimiento sin l¨ªmites precisos, a pesar de que la derecha espa?ola le tira los tejos una y otra vez. Todos los partidos excepto el PP se proclaman nacionalistas, porque creen que fuera del nacionalismo no hay salvaci¨®n, aunque algunos de ellos recurran a la expresi¨®n catalanismo para expresar un apego menos fogoso. Y sin embargo, en una sociedad abierta la pulsi¨®n patri¨®tica no deber¨ªa ser objeto de instrumentaci¨®n partidista ni condici¨®n de obligado cumplimiento. La ¨²nica obligaci¨®n del ciudadano es cumplir las leyes leg¨ªtimamente establecidas. Pero esto no hace hegemon¨ªas, ni crea verdades inefables, al margen del debate p¨²blico. Sobre ellas crecen las espirales de silencio que hacen los espacios pol¨ªticos cada vez m¨¢s estrechos.
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