Medem como s¨ªntoma
?Puede uno considerarse no nacionalista y, sin embargo, favorecer sin parar los objetivos del nacionalismo vasco? Pues claro. Las maneras son m¨²ltiples, m¨¢s indirectas que directas y -sobre todo- de omisi¨®n. Pero hay un modo tanto m¨¢s eficaz cuanto m¨¢s inadvertido, una pr¨¢ctica en apariencia inofensiva que se revela letal para la ciudadan¨ªa. Me refiero al recurso ordinario a ciertos t¨®picos y frases hechas que nos aseguran el c¨¢lido abrigo del grupo al precio de dejarnos moral y pol¨ªticamente desarmados ante la sinraz¨®n. Un selecto muestrario de esos estereotipos se halla en la "memoria" que Julio Medem adjunt¨® a su ¨²ltima pel¨ªcula y en sus varias declaraciones a la prensa. Merecen la atenci¨®n p¨²blica porque no son s¨®lo suyos, sino de demasiados en la comunidad aut¨®noma vasca y, a lo que se ve, en otros muchos lugares. S¨®lo que en esta tierra nuestra agravan la enfermedad colectiva y acaban consintiendo el crimen.
Tantos t¨®picos, y t¨®xicos, a prop¨®sito de la podrida situaci¨®n vasca podr¨ªan agruparse en torno a este central: la recomendaci¨®n de no juzgar. Medem dice haberse dirigido a sus entrevistados "buscando en todo momento su parte de verdad, su porqu¨¦ profundo, pero sin juzgar" (en adelante, la cursiva indicar¨¢ sus expresiones textuales). Es como si con la solemne condena de ETA ya hubi¨¦ramos cumplido y nadie debiera pedir m¨¢s reflexi¨®n de un ciudadano honrado. Qu¨¦ ocurre entonces con la ligera incoherencia entre ese prop¨®sito y el mont¨®n de juicios acumulados en el mismo texto contra el nacionalismo ultraespa?ol ser¨¢ cosa que pasaremos por alto. Aqu¨ª s¨®lo interesa mostrar que esa pretendida abstenci¨®n representa todo lo contrario de altura de miras y tolerancia; certifica nada menos que la completa dimisi¨®n del sujeto civil y moral. No habr¨¢ que extra?arse de que, anulados los juicios, reinen sin disputa los prejuicios.
Por ejemplo, ¨¦se de que "todos tenemos un trozo de verdad, sea grande o peque?o". No es poco suponer que la verdad (o la mera verosimilitud) est¨¢ universalmente repartida, pero es mucho descuido dejar sin aclarar si el tama?o de esas porciones resulta igual o diverso en cada uno. El caso es que juzgar significa discernir o discriminar, y aqu¨ª se pretende m¨¢s bien esa indistinci¨®n por la que todos los vascos son pardos. Su versi¨®n moral es la indiferencia y, con ella, la irresponsabilidad de negarse a aquilatar responsabilidades propias y ajenas. Pues, extirpado de ra¨ªz el feo vicio de juzgar, ?c¨®mo resolver el cu¨¢nto de grande o peque?a de esa presunta verdad que cada cual atesora? ?C¨®mo sopesar las dosis de justicia o injusticia que nutren el "conflicto vasco" y, por tanto, en qu¨¦ direcci¨®n habr¨ªa que encaminarse para dar con su remedio deseable? ?Les tocar¨¢ a todos los pareceres pol¨ªticos corregirse por igual, a todas las partes ceder lo mismo en este trance? Conceder graciosamente de entrada a todo el mundo alguna verdad es la confortable coartada para eludir el trabajo de acercarse a ella. Otra argucia probable del miedo; por lo menos al miedo de dejar de "ser de los nuestros".
Ya se ve que el proclamado respeto oculta un desd¨¦n efectivo de las personas y de sus ideas. Pues una cosa es que todos en su pel¨ªcula tengan su opini¨®n y otra bien distinta que esa opini¨®n haya que "respetarla al m¨¢ximo". Aqu¨ª se confunde, ?hasta cu¨¢ndo?, el respeto de las personas con el de sus opiniones, cuando la mayor deferencia hacia aqu¨¦llas ser¨ªa tomar en serio sus reflexiones y el m¨¢ximo respeto hacia ¨¦stas exige contrastarlas. Se confunde ?todav¨ªa! el derecho indiscutible a la libre expresi¨®n con el descomunal derecho a que todo lo expresado sea valioso y hasta igual de valioso. Y como las opiniones pol¨ªticas no son cient¨ªficas al modo de f¨®rmulas qu¨ªmicas, se a?ade que nada ni nadie puede dirimir su validez, y ancha es Euskadi.
S¨®lo as¨ª se entiende que nuestro cineasta y tantos como ¨¦l encarezcan con todo candor "el respeto a cualquier opci¨®n"; es decir, como si fuera posible acoger a la vez -man¨ªas del principio de no contradicci¨®n- una preferencia y su contraria, incluida ¨¦sa que rechaza cualquier otra preferencia que no sea la suya. El ideal de una tesis doctoral o de un documental cinematogr¨¢fico estriba, al parecer, en "que no se decante por un lado o por otro", en asentarse en esa fantasmal tierra de nadie donde no florece la vida ciudadana, pero donde los reaccionarios progresistas descansan tan felices. De ah¨ª esa indecente equidistancia, que se cree equitativa por tratar igual a los desiguales, a los razonables y a los creyentes, a los que ponen los muertos y a los que recogen los frutos de la matanza. Se dir¨ªa que no hay en el presente valor m¨¢s celebrado que el empe?o de no valorar.
Convertirse en un buen director de cine o arquitecto requiere un esfuerzo notable; dem¨®cratas, en cambio, lo ser¨ªamos de toda la vida, como si hubi¨¦ramos nacido con los deberes civiles hechos y las lecciones pol¨ªticas bien aprendidas. No se puede malentender peor la naturaleza de nuestro r¨¦gimen que como la explicaba un dirigente juvenil del partido de la oposici¨®n al salir del estreno de La pelota vasca: "El principio de la democracia es que cada uno pueda opinar lo que crea conveniente sobre cada cosa y que nadie pueda juzgar su opini¨®n; a partir de ah¨ª, seguro que esta sociedad es m¨¢s feliz, y la democracia, m¨¢s perfecta". Para echarse a llorar. S¨ª, pero ?por qu¨¦ asumir los costes de una educaci¨®n pol¨ªtica para sustentar con razones la propia opci¨®n o rebatir las ajenas, si todas valen y ninguna ha de ser desechada? El juzgar de veras ha dejado su puesto al omnipresente "comentar", que es como un juzgar con la boca peque?a, un decir que no nos compromete, un hablar por hablar. Y es que en nuestras opiniones ya no cuenta el valor de su contenido, sino el mero derecho a decirlas; ya no hay que contraponer unas a otras, sino yuxtaponerlas una tras otra. Antes de dar paso a la publicidad, por supuesto.
Lo importante es reunir "la mayor diversidad posible de voces, sin jerarqu¨ªas", naturalmente. ?O no repetimos a cada paso eso de que tal o cual cosa no es mejor ni peor que otra, sino simplemente distinta? Seg¨²n la moda multinacionalista del d¨ªa, lo distinto no es valioso por lo que tenga de excelente, sino tan s¨®lo por ser distinto: lo diverso es divertido, y con eso basta. Es cierto que, con acierto o sin ¨¦l, distinguimos los juicios te¨®ricos de acuerdo con el fundamento argumental que los soporta o los disparates que expresen; ordenamos tambi¨¦n a sus sujetos en una escala de sabios a legos. Ah, pero en lo tocante a juicios pr¨¢cticos (morales, pol¨ªticos), que a nadie se le ocurra insinuar jerarqu¨ªa alguna conforme al grado de justificaci¨®n que encierren. En estos tiempos de banal igualitarismo no hay pecado m¨¢s imperdonable que calificar algo o a alguien de superior, porque eso entra?ar¨ªa atribuir alguna inferioridad al resto. Uno es su ¨²nica medida y su solo juez y a nadie debe explicaciones. Con la seguridad de que no ser¨¢ puesto en duda, pregonamos que "es perfectamente leg¨ªtimo" hacer esto o aquello, que cada cual "est¨¢ en su derecho" de decir cuanto se le antoje. As¨ª las cosas, ?qui¨¦n se atrever¨¢ a cuestionar a Medem cuando concluye que "me siento en mi derecho de ser el p¨¢jaro que me d¨¦ la gana...?".
Faltar¨ªa m¨¢s, y con mayor derecho todav¨ªa porque se ha propuesto nada menos que "no odiar" y "mantenerse sin odiar". ?Nuevo signo de esa virtuosa ecuanimidad que persigue? ?O se?al m¨¢s bien de que aquel prop¨®sito de guardarse de juicios de valor revela y reclama a un tiempo la falta de los sentimientos afines? Estamos ante una novedosa virtud moral que habr¨ªa hecho palidecer a Arist¨®teles: el af¨¢n de "ver el odio sin odiarlo". Compadezcamos al delincuente que pena su culpa, desde luego, pero ya no conviene detestar su delito. Como si fuera posible percibir la injusticia y disponerse a repararla sin sentir piedad hacia quien sufre esa injusticia e indignaci¨®n contra quien la comete. O sea, como si no fuera moralmente sospechoso qui¨¦n constata el odio creciente en este Pa¨ªs Vasco sin que nada le repugne la creencia etnicista que lo ha sembrado y azuzado.
De modo que todo debe seguir igual entre los vascos; mejor dicho, mucho peor. Convocar a un di¨¢logo entre todas las partes en el que no se crucen juicios de valor, pero comience por prejuzgar que cualesquiera posturas son respetables, no s¨®lo significa un dislate absoluto. Es atarse de pies y manos ante un adversario desatado, es perder de antemano la partida ante quienes saben de sobra que la tendr¨ªan perdida como se jugara en el terreno de la discusi¨®n pol¨ªtico-moral. Porque proponerse no juzgar no logra su cometido, sino a lo sumo que nuestros juicios sean en adelante inconscientes y acr¨ªticos. Suspender el juicio propio acerca del juicio ajeno no suprime este juicio ajeno, sino m¨¢s bien le otorga la ventaja de que ahora campe a sus anchas y sin temor a ser contradicho. No lo maldecimos, luego venimos a bendecirlo. Y puesto que son estos juicios pr¨¢cticos los que orientan la praxis, nuestra rendici¨®n no hace m¨¢s que reforzar la conducta contraria: en este caso, ileg¨ªtima a todas luces o simplemente criminal.
?C¨®mo entender entonces el consejo evang¨¦lico "no juzgu¨¦is y no ser¨¦is juzgados"? No como esa calculadora reserva de evitar meterse con nadie para que nadie se meta con uno, desde luego. Se entender¨¢ mejor como el debido cuidado en la aplicaci¨®n de un rasero com¨²n y en el respeto al pr¨®jimo a la hora del juicio moral. Salvado eso, la regla democr¨¢tica demanda de los ciudadanos atreverse a juzgar, para as¨ª vivir en una sociedad bajo permanente examen p¨²blico de sus opciones y en continuo debate de sus ideas. Hace ya cuarenta a?os, con ocasi¨®n del proceso contra Eichman, Hannah Arendt dej¨® sentado que al criminal nazi -como a tantos hombres "terror¨ªficamente normales"- le aquejaba la falta de reflexi¨®n para distinguir lo bueno y lo malo. Por eso nos previno contra ese fen¨®meno contempor¨¢neo sumamente peligroso que es "la tendencia a rechazar el juzgar en general. Se trata de la desgana o incapacidad de relacionarse con los otros mediante el juicio (...). En eso consiste el horror y, al mismo tiempo, la banalidad del mal".
Aurelio Arteta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica de la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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