Los maestros lectores
La sociedad se ha desvestido culturalmente sin pudor ni penas. Basta observar la lista actual de los libros m¨¢s vendidos de la llamada "no ficci¨®n" para advertir que todos pertenecen tambi¨¦n al g¨¦nero de la novela o la peor novela. Los libros de pensamiento provocan dolor de cabeza porque el libro, junto a la televisi¨®n, la radio o los peri¨®dicos, s¨®lo es aceptable como un relajante m¨¢s. El mayor elogio que suele recibir un determinado ensayo actual es que se lee como una novela puesto que apenas se concibe otra lectura que siente mejor al cuerpo. Los libros o se ingieren sin dolor, de un trago, o se desechan porque crecientemente el quehacer contempor¨¢neo se asocia al consumo veloz y la informaci¨®n a la diversi¨®n. El maestro que no siga esta pauta en su escuela y pretenda demandar disciplina y concentraci¨®n, se arriesga a quedarse solo. La idea de "aprender jugando" y gr¨¢ciles m¨¦todos por el estilo se corresponden con la orden de divertirse sin parar y mediante la tesis, hecha best-seller, de La inutilidad del sufrimiento.
Todo lo que cuesta fue, en otra ¨¦poca, semejante a lo que cuenta, pero esta ecuaci¨®n se ha deteriorado mucho. Aquello que exige un duro adiestramiento para gotear alguna felicidad es ya tenido por vetusto. Desde principio a fin la diversi¨®n es el patr¨®n supremo del valor y de ah¨ª que lo f¨¢cil vaya ganando audiencia frente a lo dif¨ªcil, lo simple frente lo complejo y lo llano ante lo encimado. Los maestros se encuentran en esta tesitura educadora: S¨®lo ser¨¢n bien admitidos si son buenos animadores y, en consecuencia, apenas cuentan con margen para comportarse como firmes instructores.
Fernando Savater en El valor de educar se refer¨ªa sin¨®nimamente al coraje de educar. Porque se necesita, en fin, gran energ¨ªa para afrontar esta otra "tarea del h¨¦roe". De hecho, los maestros, desde la primaria a la universidad, representan actualmente el sector cultural m¨¢s suculento. No necesariamente porque se encuentren bien nutridos sino por su densa conciencia de los bienes y males culturales de la ¨¦poca. Ellos son como el residuo intelectual que todav¨ªa se interesa por las editoriales, los t¨ªtulos y contenidos de los libros que piensan; los m¨¢s volcados, en cuanto grupo, por la lectura de la sociedad y la sociedad de la lectura. Su contacto con las legiones juveniles les obliga a una permanente actitud cr¨ªtica y tanto la suma como el car¨¢cter de su saber vive de revisiones. Por los maestros merece la pena redactar ensayos, recoger informaci¨®n, esforzarse para dar valor al producto puesto que ellos conocen y se afanan en la educaci¨®n del valor. No s¨®lo las mujeres j¨®venes han sostenido el volumen de los lectores m¨¢s activos. Las maestras y maestros componen un hervor alistado junto a la letra impresa. Las campa?as en pro de la lectura han obtenido resultados escasos pero un maestro viene a ser hoy como el faro de esa afici¨®n que con unas u otras artes procuran difundir entre los alumnos. De siempre el amor al maestro era un amor natural. Ahora, adem¨¢s, constituye un amor ecol¨®gico para defender la especie en extinci¨®n del libro. Y no ya del objeto libro indiscriminado, sea obra de la Reina Noor o de una ninf¨®mana, sino de aquel medio que no se canjear¨¢ jam¨¢s con el cine o la televisi¨®n, con los videojuegos o a las webs. El libro, en fin, que no agota su papel en describir un romance, una historia de misterio o una peripecia gal¨¢ctica, sino aqu¨¦l que trata de crear conocimientos interiores y mayores deseos de aprendizaje.
Efectivamente cada vez m¨¢s un mayor n¨²mero de maestros que recurre a los medios audiovisuales, se sirven de diapositivas, m¨²sicas y v¨ªdeos para amenizar sus lecciones, pero no cabe duda de que la parte sustanciosa del saber nunca ser¨¢ liviana, no se tragar¨¢ de un sorbo como las novelas de ¨¦xito ni se metabolizar¨¢ sin efectos secundarios. La lectura que ya s¨®lo los maestros pueden ense?ar a degustar pesa y quienes s¨®lo piensan en "pasar" har¨¢n por apartarse de ella. Como tambi¨¦n huir¨¢n aquellos que prefieren adelgazar a cualquier precio, volverse ligeros o ingr¨¢vidos como manda la m¨¢xima trivialidad.
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