"D¨¦jame que apague la luz"
"D¨¦jame que sea el que apague la luz". Me lo dijo Manolo una ma?ana de enero de finales de los ochenta, durante un largo paseo por Par¨ªs. Habl¨¢bamos de su obstinada fidelidad al comunismo. Y cerr¨® el debate con esta frase. Me pareci¨® irrebatible. Confirmaba que su compromiso pol¨ªtico era profundamente sentimental. En el fondo, su relaci¨®n con el comunismo fue un modo de sellar la fidelidad del intelectual prestigioso que surgi¨® de las clases m¨¢s castigadas por el franquismo con el ni?o que se cruz¨® en la escalera de su casa del Raval con un se?or que no reconoci¨® y que result¨® ser su padre que regresaba de las c¨¢rceles franquistas. M¨¢s all¨¢ de la raz¨®n, hab¨ªa la pasi¨®n de un hombre que vivi¨® muy deprisa, casi tan deprisa como escrib¨ªa.
Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n quedar¨¢ probablemente como una de las encarnaciones m¨¢s vigorosas del intelectual comprometido al modo sartriano. Un modelo que en su d¨ªa pobl¨® los aleda?os de los partidos comunistas y que fue decayendo a medida que fue emergiendo la realidad totalitaria. Un compromiso que en la Francia del general De Gaulle era de riesgo limitado -"no se puede condenar a Voltaire", dijo el general presidente a prop¨®sito de Sartre-, pero que en la Espa?a de Franco pod¨ªa conducir a la c¨¢rcel. Un compromiso que llegaba hasta el extremo de sacrificar la verdad por la causa. Eran tiempos en que las urgencias hist¨®ricas no permit¨ªan dudas y desfallecimientos. Y en Espa?a la urgencia hist¨®rica se llamaba acabar con el franquismo.
En el erial espa?ol del tardofranquismo, Manolo fue una de las primeras figuras p¨²blicas reconocible como portadora de se?as de identidad de los perdedores, convertidas en signos de una cultura alternativa. Su inmensa curiosidad, que le hac¨ªa estar atento por igual a los goles de Kubala, a las canciones de la Piquer o al ¨²ltimo congreso del PCUS, le permiti¨® jugar un papel decisivo en el reconocimiento y divulgaci¨®n de las pautas culturales y las referencias sentimentales de las clases populares espa?olas, que, en la larga posguerra, eran, en definitiva, las principales l¨ªneas de continuidad entre la Espa?a de antes y la Espa?a de despu¨¦s. Al mismo tiempo, desde su condici¨®n de escritor catal¨¢n en lengua castellana represent¨® la posibilidad real de tejer un espacio cultural compartido entre catalanes y els altres catalans, los otros catalanes.
Cuando se fue el caim¨¢n, cuando la pol¨ªtica, pasados los primeros a?os de la transici¨®n, empez¨® a diluirse en el estanque de las mayor¨ªas absolutas socialistas, V¨¢zquez Montalb¨¢n sigui¨® fiel al comunismo y sus sucesivas metamorfosis, sigui¨® escribiendo desde el compromiso con las propuestas emancipatorias, para decirlo con su lenguaje, y buscando potenciales nuevos agentes del cambio, fiel a la idea de que el mundo es una pugna entre el poder econ¨®mico que bloquea cualquier proceso que no controle y los sectores sociales sometidos que luchan por su emancipaci¨®n.
Su importante ¨¦xito literario, que le dio reconocimiento en todo el mundo, ampli¨® su campo de acci¨®n. Eran ya los tiempos en que la derecha parec¨ªa descubrir la revoluci¨®n permanente y se constru¨ªa una nueva hegemon¨ªa global sobre los escombros del muro de Berl¨ªn. Manolo V¨¢zquez Montalb¨¢n formaba parte de la media docena de intelectuales europeos -comunistas irredentos, podr¨ªa decirse- que acud¨ªan a la llamada de cualquier signo de emergencia de alg¨²n movimiento radical que, en alg¨²n lugar del mundo, apareciera como portador de una nueva esperanza. La causa zapatista, el pacifismo antiamericano y los movimientos antiglobalizaci¨®n hab¨ªan sido sus ¨²ltimas apuestas. En cualquier caso, en tiempos de autocomplacencia neocapitalista, la tenacidad de Manolo ha servido para que las noticias de la injusticia en el mundo ti?eran de negra realidad cualquier retrato en rosa de un mundo sometido a la pax americana.
Pero la singularidad de Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n es que cualquier batalla pol¨ªtica, aun la que pareciera m¨¢s absurda o disparatada, era inseparable de sus pathos de escritor insaciable. Escribir era, en el fondo, su manera de estar en el mundo. Y, en este sentido, probablemente nada explica mejor la complejidad pol¨ªtica, psicol¨®gica y literaria de Manolo que la relaci¨®n con dos mitos -en el sentido de que sus narrativas pesaron sobre casi todos los periodos de su vida-, Fidel Castro y Franco, la cara y la cruz. A ambos dedic¨® miles de p¨¢ginas. Se meti¨® dentro de Franco para escribir la autobiograf¨ªa en una especie de viaje a lo siniestro. Y se embebi¨® de Fidel Castro, que le gener¨® siempre tanta admiraci¨®n como incomodidad. Manolo sab¨ªa perfectamente qu¨¦ es y qu¨¦ no es una dictadura. Pero desde alg¨²n rinc¨®n de su conciencia segu¨ªan llegando ¨®rdenes que le impon¨ªan el viejo tic de no decir nada que pudiera dar argumentos al enemigo.
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