Catalu?a a la vista
Durante la transici¨®n se cit¨® con frecuencia una frase de la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa El gatopardo, de acuerdo con la cual todo ten¨ªa que cambiar para seguir igual. Hoy adquiere mayor utilidad otra del mismo autor, escrita como de pasada, pero que las elecciones de Madrid confirman. El novelista se refer¨ªa a la "capacidad de enga?arse a s¨ª mismos, este requisito esencial en quien quiere guiar a los dem¨¢s". Los pol¨ªticos madrile?os no han enga?ado a nadie excepto a sus conciencias; como resultado, es muy improbable que aprendan. Pero los comicios de la capital no tienen por qu¨¦ ser determinantes de las pr¨®ximas elecciones generales. Para el panorama pol¨ªtico futuro resultan de mucho mayor inter¨¦s las elecciones catalanas del presente mes. Se realizan en unas in¨¦ditas circunstancias resumibles en tres puntos concretos.
En primer lugar, un pospujolismo que, de forma necesaria, descubre el peso de la herencia de quien ha sido figura pol¨ªtica fundamental en Espa?a y Catalu?a en el ¨²ltimo cuarto de siglo. Presentarle como una especie de tendero dispuesto a obtener ventajas materiales concretas a cambio de pactar con quien sea resulta profundamente injusto. En su reciente conferencia en el Colegio de Abogados madrile?os dec¨ªa creer que "somos la fuerza pol¨ªtica que menos ha cambiado" y ten¨ªa raz¨®n. En la que hace unos meses pronunci¨® en la Academia de la Historia desgran¨® las ocasiones en que desde los a?os setenta el nacionalismo catal¨¢n ha servido prop¨®sitos de estabilidad y de convivencia espa?olas aun en colaboraci¨®n con Gobiernos que erraban mucho. Gane quien gane en Catalu?a, esta pol¨ªtica de intervencionismo positivo en Espa?a de alguna manera se prolongar¨¢.
Pero hay que tener en cuenta tambi¨¦n que se ha producido, asimismo, lo que Jordi Pujol denomina "un cambio de rasante" o de "paisaje pol¨ªtico". En la segunda etapa de Gobierno del PP, por la actitud de ¨¦ste en materia de pol¨ªtica auton¨®mica o m¨¢s bien por su visi¨®n de lo que es Espa?a, se ha producido un abismo muy profundo entre Madrid y Barcelona. No hay m¨¢s que leer el libro Jaque a la Constituci¨®n, del diputado del PP Jaime Ignacio del Burgo, dedicado a Aznar "por haber sacado a Espa?a del rinc¨®n de la Historia", en que se abomina, a la vez y en parecido tono, de los proyectos de Pasqual Maragall y del nacionalismo catal¨¢n con respecto al encaje de Catalu?a en Espa?a. Se trata de proyectos distintos pero que tienen un fondo de consenso importante, el que se da en la propia sociedad catalana. El 90% de los diputados del Parlamento catal¨¢n (es decir, todos menos el PP) han pedido un nuevo Estatuto. Lo que se dirime en esta elecci¨®n no es este consenso sino la alternativa entre el seny de lo conocido o la chispa de un cambio ansiado despu¨¦s de m¨¢s de dos decenios. Maragall, en su catalanismo y su intervencionismo en Espa?a, resulta coincidente con Pujol (y con su antepasado el poeta cuando ansiaba que un d¨ªa Iberia volara con todas sus alas, es decir con su diferente forma de entenderse a s¨ª misma y a los dem¨¢s).
En este marco se plantean las elecciones catalanas cuya influencia ser¨¢ decisiva sobre el conjunto de la pol¨ªtica espa?ola. Bien lo ha entendido Mariano Rajoy que, por un lado, present¨® el libro citado y por otro en Barcelona ofrece una imagen m¨¢s "regionalista" utilizando como emblema a Josep Piqu¨¦. Ambig¨¹edad, se dir¨¢, pero sin duda inteligente. La derecha estalinista, esa que se empe?a en purgar a supuestos malvados traidores, ya ha emplazado sus bater¨ªas contra esta actitud cuando es simplemente razonable: se basa en reconocer una posibilidad obvia.
En Barcelona gobernar¨¢, despu¨¦s de pactar, quien obtenga un esca?o m¨¢s que el segundo pero lo verdaderamente decisivo es lo que suceda en marzo; tras las generales, si no hay mayor¨ªa absoluta. En ese caso le corresponder¨¢ un papel decisivo a CiU pero tambi¨¦n al conjunto de la pol¨ªtica catalana; es posible que a esta ¨²ltima le corresponda una especial responsabilidad incluso con un panorama diferente. Afortunadamente, por lo hasta ahora visto y por lo apreciado por los mismos ciudadanos, el nivel de la clase pol¨ªtica catalana est¨¢ de modo claro por encima de la madrile?a.
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