No hay peor ciego que el que no quiere verme
Quiero que sepas, para tu informaci¨®n, que no me atra¨ªa para nada ni era tampoco mi tipo de hombre, con aquella sonrisa de oreja a oreja como la ropa puesta a secar en una cuerda, entre dos edificios. Eras t¨² quien lo tra¨ªa a casa, siempre elogi¨¢ndolo
-Que si Jo?o esto, que si Jo?o lo otro
y yo lo recib¨ªa por ti, lo soportaba por ti, irritada por su sonrisa, sin paciencia para vuestras conversaciones, siempre al margen, pensando cu¨¢l ser¨ªa el motivo de que cuando est¨¢s a solas conmigo no me haces ning¨²n caso, el televisor, el peri¨®dico, el silencio, los mi¨¦rcoles
(m¨¢s raramente los martes)
los mi¨¦rcoles por la noche y los s¨¢bados por la tarde
-Ven aqu¨ª
o sea t¨² de pie en la sala
-Vamos a la habitaci¨®n
Tal vez no haya tenido un placer completo pero por lo menos no sobraba ni faltaba
diez minutos despu¨¦s te levantabas
-Tengo sed
y yo me quedaba sola, con el placer a medias, con la esperanza, por lo menos, de una caricia o de un beso que no ven¨ªan nunca, y t¨² por el contrario indiferente, distante, desviando la cara
-Odio las zalamer¨ªas
apartando tus piernas de las m¨ªas, que te persegu¨ªan hasta el borde de la s¨¢bana. Para tu informaci¨®n, no creas que me enamor¨¦ de ¨¦l, lo que ocurri¨® fue que su sonrisa de oreja a oreja era como poner a secar la ropa en la cuerda, t¨² ajeno a nosotros, las camisas y los pijamas colgados de sus dientes ondeaban hacia mi lado y t¨² sin reparar en ello, me cambiaba de vestido y nada, me cambiaba de peinado y nanay de la China, al tiempo que Jo?o con m¨¢s viento entre las orejas, m¨¢s camisas y m¨¢s pijamas colgados, las camisas y los pijamas
-Te queda bien el vestido, te queda bien el peinado
detr¨¢s de las camisas y los pijamas su mano en mi mu?eca cuando ibas a buscar una botella a la despensa, yo, alelada, mirando a Jo?o y Jo?o
-?Qu¨¦ hay de malo?
las camisas y los pijamas a cent¨ªmetros de mi boca
-?Qu¨¦ hay de malo?
t¨², desde la despensa, a Jo?o
(nunca a m¨ª)
-?Prefieres un vino alentejano o un vino de Ribatejo?
como los vinos alentejanos estaban detr¨¢s de los vinos de Ribatejo y se tardaba m¨¢s tiempo en cogerlos, yo, asombrada por mi reacci¨®n
-Jo?o prefiere un vino alentejano
y era sin querer, palabra, me sal¨ªa de sopet¨®n
-Jo?o prefiere un vino alentejano
y mis u?as hacia atr¨¢s y hacia delante en su palma, mi rodilla, sin que yo me diese cuenta, encontraba una rodilla que no me pertenec¨ªa y se demoraba all¨ª, mientras la sonrisa susurrante, entre dientes
(es decir, entre camisas y pijamas)
-Helena
y de ah¨ª a su casa fue un paso, un piso de soltero todo desordenado
(me enterneci¨® ese desorden)
y diez minutos despu¨¦s no se levant¨®, no me sent¨ª sola, no necesit¨¦ perseguir sus piernas hasta el borde de la s¨¢bana, se entrelazaban en m¨ª como iniciales de servilleta y tal vez no haya tenido un placer completo pero por lo menos no sobraba ni faltaba y las orejas del edificio, roj¨ªsimas, sacud¨ªan la ropa colgada bajo un temporal que daba gusto.
No pongas esa cara, no te enfades conmigo, es la vida, seg¨²n dice tu madre cuando se enferma una amiga suya. Nunca me tocas, nunca susurras
-Helena
nunca una rodilla, nunca esperas que mi cuerpo responda, nunca
-Te queda bien el vestido, te queda bien el peinado
y si quieres mi opini¨®n
(aunque no la quieras igual te la doy)
no te fijas en m¨ª a no ser para quejarte porque te falta un bot¨®n o la carne de la cena tiene muchos nervios. ?Te pas¨® por la cabeza alguna vez, por casualidad, que mi carne tambi¨¦n tiene nervios, que no es todo tierno, f¨¢cil de masticar, sin hueso?
Jo?o no quer¨ªa que te dijese nada
-Es mi amigo
aunque sospecho que no era la amistad lo que lo hac¨ªa sentirse culpable y receloso sino el hecho de que pesases, con creces, treinta kilos m¨¢s que ¨¦l y pudieras romperle la cuerda de la ropa de un sopapo, haci¨¦ndole caer algunas camisas y algunos pijamas colgados, sobre todo bajo el impulso del vino alentejano. Pens¨¢ndolo mejor, tal vez no deber¨ªa haberte dicho nada: me habr¨ªa quedado esperando el mi¨¦rcoles
(m¨¢s raramente el martes)
me habr¨ªa quedado esperando el mi¨¦rcoles por la noche o el s¨¢bado por la tarde, el
-Ven aqu¨ª
el
-Vamos a la habitaci¨®n
los diez minutos, una caricia o un beso que no vendr¨ªan nunca. Pero no puedo, cada vez me gusta m¨¢s ser inicial de servilleta y ya he comenzado, enternecida, a ordenarle el piso. Por lo tanto puedes quedarte tranquilo con el peri¨®dico, con el televisor, con el silencio. Las llaves est¨¢n en el plato de la entrada y la asistenta te explicar¨¢ c¨®mo funcionan las m¨¢quinas. Enviud¨® hace seis meses, ya ha criado a sus hijos, y como tenemos un colch¨®n ortop¨¦dico y ella un problema de columna, seguro que tardar¨¢ muy poco en tomarle amor a la casa. ?No crees que tiene una sonrisa de oreja a oreja, como ropa puesta a secar en una cuerda entre dos edificios?
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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