Nueces
Un fot¨®grafo de prensa me ha tra¨ªdo de regalo unos frutos secos de Bagdad. Los compr¨® cerca del hotel Palestine a un vendedor fundamentalista que defend¨ªa su puesto callejero de los ladrones disparando al aire con un kalashnikov colgado en bandolera sobre la chilaba. Son nueces, almendras y pistachos. Ven¨ªan envueltos en la hoja de un peri¨®dico local cuyos titulares, en caracteres ¨¢rabes, imagin¨¦ que alud¨ªan a la explosi¨®n de un coche bomba con decenas de cad¨¢veres destripados. Del fondo de ese cucurucho pringado de hipot¨¦tica sangre los he rescatado para trasladarlos a un recipiente de cristal donde ahora brillan con una luz muy asc¨¦tica. Los pistachos son morados con vetas verdes; las nueces tienen forma de cornezuelos y est¨¢n adobadas con una clase de miel que ha dejado en ellas unas motas rosadas; las almendras son muy primitivas, de piel terrosa, con estr¨ªas apretadas, como ser¨ªan las que meti¨® Abraham en el zurr¨®n antes de partir de Urh hacia tierras de Cana¨¢n. Adem¨¢s de almendras, nueces y pistachos, en el frasco de cristal hay un fruto seco que nunca hab¨ªa visto hasta ahora. Se trata de una extra?a semilla de color granate con la intensidad del rub¨ª e ignoro a qu¨¦ sabe. Estos frutos secos han resistido todos los bombardeos de Bagdad. Puede que un misil de racimo haya aventado el tenderete donde se exhib¨ªan al sol y despu¨¦s su due?o los ha rescatado del polvo mezclados con sangre humana y de perro para ofrec¨¦rselos de nuevo a los clientes. Por delante de ellos habr¨¢n desfilado carros de combate, camiones con marines y otros puerco espines de acero, pero estos frutos secos han llegado hasta m¨ª cargados de espiritualidad y ahora los contemplo antes de comulgarlos lentamente con un Oporto. Ignoro en qu¨¦ momento de la historia se inicia la decadencia de un gran imperio. Supongo que ser¨¢ cuando su civilizaci¨®n empieza a comer m¨¢s de lo que puede digerir, como es el caso de este bocado que a Norteam¨¦rica se le ha atragantado en Irak. Antes de consumir los frutos secos de Bagdad me he hecho traducir por un ¨¢rabe amigo la p¨¢gina de peri¨®dico en que ven¨ªan envueltos. Contra lo que supon¨ªa, en ella no se alud¨ªa a ninguna crueldad de la guerra. S¨®lo era el fragmento de un cuento oriental: un hombre extraviado en el desierto bajo una luz cenagosa cre¨ªa reconocer en cada duna la figura de su amante perdida, pero el relato se interrump¨ªa con la p¨¢gina rasgada. He tratado de terminarlo por m¨ª mismo probando la semilla desconocida y sab¨ªa a hierro oxidado.
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