La ciencia del bien y del mal
Aunque por aquel entonces no me lo formulara en estos t¨¦rminos, ni siquiera de ni?o fui creyente. ?ramos unos pocos -que yo recuerde, Jorge Herralde y alguno m¨¢s- los que a la hora de la comuni¨®n permanec¨ªamos sentados en el banco de la iglesia, lo que me hac¨ªa suponer, aunque todav¨ªa no habl¨¢semos de estas cosas, que yo no era el ¨²nico en considerar el contenido del catecismo sencillamente inveros¨ªmil. Lo que no era obst¨¢culo para que las palabras y los actos de Jes¨²s recogidos en los Evangelios me parecieran un modelo de conducta al que si algo se le pod¨ªa reprochar era una excesiva mansedumbre. Supongo que, por m¨¢s que como ya digo no lo habl¨¢semos, a mis compa?eros les suced¨ªa algo parecido. Los buenos sentimientos y las buenas intenciones son, sin duda, innatos, como tambi¨¦n lo son los malos sentimientos y las malas intenciones, y lo cierto es que en todos nosotros se dan unos y otros en diversa proporci¨®n con independencia de que se tenga alg¨²n tipo de creencia religiosa o no se tenga ninguna. Nada m¨¢s f¨¢cil que ofrecer ejemplos de grandes criminales enormemente piadosos o, por el contrario, completamente ateos. Y si del plano individual pasamos al colectivo nos encontramos con que pa¨ªses en los que el oficio religioso dominical es mayoritario, como es el caso de Estados Unidos, y pa¨ªses en los que la religi¨®n es una pr¨¢ctica muy minoritaria, como la Rusia actual, figuran entre los m¨¢s peligrosos del mundo.
No obstante, desde que el ser humano vive en sociedad ha procurado siempre cultivar los comportamientos estimados como buenos tanto para la comunidad como para el individuo, de acuerdo con criterios que no tienen por qu¨¦ parecerse a los del catecismo. Normalmente, la obligatoriedad de ese comportamiento se ha remitido siempre a un principio superior en cuyo nombre sol¨ªa exigirse, sea la Divinidad, el Estado, la Naci¨®n o la Revoluci¨®n. En cualquier caso, el planteamiento moral era sencillo y quedaba muy claro lo que estaba bien y lo que estaba mal; otra cosa era que esos principios fueran o no acatados por la gente. Las complicaciones se acent¨²an cuando falla esa instancia superior a la que referirse, es decir, en momentos como el que atraviesa actualmente una sociedad como la nuestra, m¨¢s o menos descristianizada, m¨¢s o menos laica, m¨¢s o menos identificada con los valores democr¨¢ticos. Pero el problema s¨®lo aflora en toda su crudeza cuando se le relaciona con la educaci¨®n, esto es, con la conducta que cabe exigir a los j¨®venes ahora que las materias comprendidas en lo que anta?o se entend¨ªa por Humanidades est¨¢n desapareciendo de los planes de ense?anza.
?Qu¨¦ hacer? ?Ense?ar religi¨®n -cat¨®lica- como una asignatura m¨¢s? ?O mejor, Historia de las religiones? El resultado, considerado en el contexto de la realidad cotidiana del alumno, ser¨¢ irrelevante desde el punto de vista de las creencias. Se le ofrecer¨¢, eso s¨ª, referentes culturales imprescindibles en la medida en que sin ellos resulta imposible comprender nuestro pasado; aunque -sobre todo en el caso de la Historia de las religiones- si el contenido de esas creencias se explica mal o de forma demasiado sucinta, se convierte f¨¢cilmente en una sarta de patochadas que ser¨ªa preferible ni haber mencionado.
Tambi¨¦n me parece de ciegos confiar en el papel rector de la educaci¨®n c¨ªvica. El sistema democr¨¢tico es la menos mala de las formas de gobierno y por lo mismo, al igual que las normas que regulan nuestra sociedad, incapaz de despertar grandes entusiasmos ni de exaltar el ¨¢nimo de nadie. La realidad cotidiana se encarga adem¨¢s de desmentir el valor ¨¦tico de tales normas no bien se aprende a ver en el compa?ero de trabajo un avieso ratoncillo que, al primer descuido, ha de robarle a uno el queso. O a entretenerse en la pr¨¢ctica del mobbing o en hacer la pu?eta al jefe. Actitudes que, captadas por el alumno en el seno de la familia, se apresura a trasladar al centro de ense?anza tanto en relaci¨®n a sus superiores, los profes, como a sus compa?eros de clase, de acuerdo con un comportamiento picajoso y borde cuyas pautas le ofrece con abrumadora constancia Gran Hermano y tantos otros espacios televisivos. De hecho, as¨ª como hace unos a?os se cre¨®, en gran parte gracias al cine, una especie de patr¨®n de la vida carcelaria a cuyas reglas hab¨ªa que atenerse, ahora, gracias asimismo al cine y a los audiovisuales, existe ya un modelo de lo que ha de ser la realidad de un centro de ense?anza, una realidad regida por el enfrentamiento y la exigencia de romper lo que est¨¢ entero y ensuciar lo que est¨¢ limpio.
Tambi¨¦n, a mi entender, son ganas de enga?arse pretender que la asignatura de ?tica puede cubrir con ventaja el vac¨ªo dejado por la religi¨®n. ?Qu¨¦ ¨¦tica? ?Volver a Spinoza, a la ?tica de Arist¨®teles? ?Recurrir a cualquier manual m¨¢s reciente pero posiblemente a¨²n menos adecuado a la sociedad actual? Una lectura de Arist¨®teles o de determinados Di¨¢logos plat¨®nicos ser¨¢ en todo caso muy oportuna siempre que se consiga despertar con ella el entusiasmo de los alumnos. Pero, para el caso, mejor a¨²n que la obra de un fil¨®sofo -la emoci¨®n no es comparable-, la lectura, por ejemplo, del Quijote, siempre que se logre ese entusiasmo en los alumnos que he mencionado, cosa no mucho m¨¢s f¨¢cil que en el caso de Arist¨®teles, y que requiere, por supuesto, un previo entusiasmo por parte de los profesores. Como, cuando se habla de valores c¨ªvicos, leer en voz alta Julio C¨¦sar o Coriolano. Cualquier cosa menos simplificaciones desvirtuadoras cuyo caso l¨ªmite lo representa esa conversi¨®n de la Biblia o de los Evangelios en dibujos animados emprendida por Hollywood, como antes hizo con las obras de Homero.
Qu¨¦ m¨¢s quisiera yo que tener la f¨®rmula m¨¢gica que solucionara el problema. Pero, a falta de esa f¨®rmula, estoy completamente de acuerdo con Harold Bloom respecto a los beneficios que reporta la lectura de las grandes obras literarias. En la medida en que ense?an mejor que nada a conocer el mundo y a conocerse a s¨ª mismo, ofrecen tambi¨¦n una pauta de comportamiento de ese "uno mismo" en relaci¨®n al mundo. En palabras de Bloom, todas las grandes obras literarias tienen en com¨²n el hecho de que, al menos por unos momentos, su lectura nos hace sentirnos mejores. A la vez que m¨¢s sabios, ya que no es posible separar bondad de sabidur¨ªa. Dice Bloom: "La huida de la novela es un rechazo de la sabidur¨ªa de la literatura. Pues, ?en qu¨¦ otro lugar encontrar¨ªamos a¨²n sabidur¨ªa?". Algo, as¨ª pues, que est¨¢ al alcance de la mano. Aunque, eso s¨ª, una vez en nuestras manos, el libro hay que leerlo.
Luis Goytisolo es escritor.
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