Ardides empresariales abusivos
Ciertas empresas, con sus t¨¦cnicas comerciales agresivas, se asemejan cada d¨ªa m¨¢s a los acosadores morales. Ni en tu propio hogar consigues sentirte a salvo. No me estoy refiriendo a la publicidad televisiva -que llega a alcanzar el 30% del tiempo de una pel¨ªcula y te arruina cualquier grabaci¨®n- de la que al menos te puedes defender quit¨¢ndole el sonido, o de los folletos y mensajes que inundan el buz¨®n de correos y el de Internet, la mitad de los cuales van directos a la basura. Hablo de otros m¨¦todos m¨¢s sibilinos y personales, de los que estoy por completo en contra: los de aquellos que usan el tel¨¦fono.
El otro d¨ªa, sin ir m¨¢s lejos, se me presentaba por delante una tarde prometedora en soledad que pensaba dedicar a la lectura de Middlesex, la ¨²ltima novela de Jeffrey Eugenides que me ten¨ªa atrapada por completo, un libro de m¨¢s de 600 p¨¢ginas ¨¦pico que les recomiendo sin dudar. El programa era perfecto: una c¨®moda chaise longue que permite tener los pies en alto, buena luz y un novel¨®n entre manos como la copa de un pino. Con la edad se aprende que estos momentos de placer contribuyen en gran medida a rozar el concepto de la felicidad. En esas estaba cuando son¨® el tel¨¦fono. Una voz femenina y acariciadora pregunt¨® por m¨ª, con mi nombre y dos apellidos. Confirmado que hablaba con la persona buscada pas¨® sin m¨¢s tr¨¢mite a ofertarme unos terrenos para mi futura sepultura en un delicioso cementerio privado cerca de Valencia, en un parque sobre un promontorio cubierto de c¨¦sped y salpicado de ¨¢rboles, con vistas al mar -cuando ya no podr¨¦ disfrutarlas-, tranquilidad absoluta -curioso que aprecien tanto la tranquilidad para los muertos y no les importe alterar la de los vivos- al estilo de las pel¨ªculas americanas, financiable en c¨®modos plazos. Esta interrupci¨®n tan agorera me result¨® molesta, porque adem¨¢s, no era la primera vez que recib¨ªa una llamada semejante. Recuerdo por lo menos dos m¨¢s. La inmobiliaria del Otro Mundo, as¨ª la llamo, es insistente como un martillo hidr¨¢ulico y no da por perdido un cliente, aunque ¨¦ste decline la oferta, la primera vez con una cortes¨ªa que no se merecen, la ¨²ltima envi¨¢ndoles al infierno de malas maneras.
Me gusta el silencio de una casa y saber que cuando suena el tel¨¦fono se trata de un familiar o de un amigo. Pero comienza a ser una fiesta el d¨ªa que ning¨²n banco llama para explicarte nuevos productos financieros, o un listillo te invita a formar parte de una turbia multipropiedad en alg¨²n conf¨ªn del planeta, o te comunican que has sido seleccionado y has tenido la suerte de que te haya tocado, completamente gratis y ante notario, porque estos asuntos siempre se efect¨²an ante un notario fantasmal que le da aspecto de seriedad al asunto, una estancia de un fin de semana en un hotel de cinco estrellas de un para¨ªso tur¨ªstico con tu pareja, siempre que, inmediatamente, llames a tal n¨²mero, o acudas a tal reuni¨®n, donde te explican la letra peque?a del formidable chollo que con frecuencia te aconseja renunciar al codiciado premio. Hasta una oferta de colchones recibimos por tel¨¦fono la semana pasada. El bombardeo se ha vuelto cotidiano.
Adem¨¢s, te persiguen a las horas m¨¢s inoportunas, cuando acabas de llegar a casa hecha papilla, est¨¢s preparando la comida o comiendo, has conciliado el sue?o de una corta siesta, o te encuentras en el cuarto de ba?o. ?Figurar en un list¨ªn ampara esta intromisi¨®n desvergonzada de car¨¢cter comercial?
Ahora, con ocasi¨®n del 25 aniversario de la Constituci¨®n, nos recuerdan nuestros derechos como ciudadanos espa?oles: a la libertad, a una residencia digna, a la educaci¨®n e igualdad de oportunidades, a no ser discriminados por cuestiones de sexo, raza, etc. ?Acaso no tenemos derecho a que se respete al descanso dentro de nuestras casas? ?A que no se nos agobie con productos o servicios no solicitados? Ir¨¦ m¨¢s all¨¢ y, considerando que algunas empresas, en su af¨¢n de incrementar ventas como sea, son incapaces de autorregularse, y no van a renunciar al atropello telef¨®nico en busca de nuestro dinero -lo ¨²nico que les importa- algo deber¨ªamos hacer por el bien de nuestra salud. Si los pol¨ªticos fueran sensibles a las preocupaciones de las personas sensibles, propondr¨ªan las leyes y sanciones necesarias para impedir estas pr¨¢cticas. Deber¨ªamos poder denunciarlo para evitar el asedio. Todav¨ªa est¨¢n a tiempo de incluirlo en sus programas electorales. Mientras tanto, s¨®lo nos cabe reivindicar el respeto a nuestro entorno dom¨¦stico, y ejercer el boicoteo sistem¨¢tico -colgar con viento fresco- a estas empresas y sus productos, o renunciar al tel¨¦fono fijo -mucha gente lo est¨¢ haciendo-. Como siempre, la cuesti¨®n se resuelve con m¨¢s educaci¨®n c¨ªvica, lo que nos llevar¨ªa a volver a considerar sacrosanto el hogar de los dem¨¢s y a no usar el tel¨¦fono particular de una persona sin su permiso, y menos para fines tan bastardos.
Mar¨ªa Garc¨ªa-Lliber¨®s es escritora.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.