No soy perfecta
Y ADEM?S DE TODO: soy coja. No como para llevar un zapato de alza, entend¨¢monos, pero s¨ª como para ir a la calle Carretas, a un megah¨ªper de la pr¨®tesis, y encargarme una plantilla de un cent¨ªmetro para el tal¨®n izquierdo. Confieso que es tal mi pulsi¨®n consumista que, cuando me vi all¨ª rodeada de aquellos misteriosos artilugios y el dependiente pregunt¨® qu¨¦ desea la se?ora, tuve un momento de duda, ese cascabeleo que me entra en el est¨®mago cuando quiero todo y nada, esa emoci¨®n del comprar por comprar que siento m¨¢s que nunca en estas fechas tan entra?ables y, ya te digo, ganas me entraron, lo juro por mis ni?os, de comprar de cara a las navidades, yo qu¨¦ s¨¦, ?un braguero, un andador, un sonotone!, si no para m¨ª misma, s¨ª para mis suegros o para alg¨²n acad¨¦mico o para mi propio santo, qu¨¦ caramba. Al fin y al cabo, m¨¢s tarde o m¨¢s temprano, todos acabamos necesit¨¢ndolo. Ah¨ª est¨¢ ese pedazo de libro de memorias de Philip Roth, Patrimonio, en el que cuenta la enfermedad de su anciano padre. Uno de los momentos m¨¢s emocionantes del libro, aunque parezca mentira, es aquel en que, viendo el escritor que su padre se est¨¢ poniendo muy nervioso porque la dentadura se le desencaja, toma los dientes del enfermo en la mano y se los mete en el bolsillo. En el hecho de tomar esa dentadura con la mano, sobreponi¨¦ndose al asco que a uno pueda provocarle, est¨¢ el patrimonio que el escritor hereda, o sea, todo el cari?o que le tiene a su padre. Maravilloso que alguien haya escrito eso. Como maravillosa es nuestra Concha Velasco, y digo maravillosa porque, como me dec¨ªa mi Paquito Valladares el otro d¨ªa despu¨¦s de volver de la entrega de la medalla de cine a Superconcha: en estos actos, la gente se pone muy falsa, pero con Concha las palabras de cari?o son sinceras. Y maravillosa por otra cuesti¨®n: por tener el aplomo de decir la edad que tiene (?63?), porque eso hace que parezca todav¨ªa m¨¢s guapa; maravillosa por tener el valor de hacer el anuncio de las compresas para las "p¨¦rdidas" femeninas. Ya s¨¦ que habr¨¢ ganado lo suyo con el anuncio, pero no todas lo hubieran hecho. Lo mismo digo de Pel¨¦ con la Viagra (o la vinagra, como dicen los abuelos cuando van a por la receta al seguro). Por cierto, mi santo me regal¨® por nuestro aniversario el segundo pack de cap¨ªtulos de Los Soprano, y uno de los mafiosos de la panda de Tony Soprano cuenta el siguiente chiste durante una partida de cartas: "Van a hundir un container de Viagra en el Atl¨¢ntico Norte, para ver si as¨ª consiguen aupar el Titanic". Mi santo es un rom¨¢ntico redomado. Muy juntitos, tapados con la manta de felpilla, nos desparramamos en el sof¨¢ de las diez de la noche a las tres de la ma?ana y nos zampamos, concretamente, seis cap¨ªtulos de los mafiosos de New Jersey. Y a resultas de dicha sentada, la espalda se me ha escacharrao. Lo que yo digo, del alza al andador hay un paso muy corto para una mujer (y muy grande para la humanidad). Al d¨ªa siguiente, yo en la cama convaleciente, y mi santo me dijo que se iba, que dec¨ªa que ten¨ªa que ser jurado. As¨ª son los hombres, la dejan a una tirada cuando una m¨¢s lo necesita. Menos mal que yo tengo recursos: que se va un hombre por esa puerta, llamo a otro. Yo no me amilano. As¨ª mismo se lo dije a mi santo cuando llam¨® a casa para decirme que ya volv¨ªa, que no desesperara, porque ya le hab¨ªan dado el premio a Gonzalo Rojas, que es un poeta chileno al parecer buen¨ªsimo. Tambi¨¦n me dijo mi santo que muchos recuerdos de Luis Alberto de Cuenca. Y yo le dije a mi santo que le dijera a Luis Alberto que me he le¨ªdo un libro de poemas suyos que me ha dejado fascinada. Tengo en la cabeza, concretamente, dos versos que dicen: "A ver si aprendes a cocinar como mi madre. / Y t¨² a ver si aprendes a comerme el co?o". Yo a eso le llamo poes¨ªa de la experiencia, y lo dem¨¢s son tonter¨ªas. No s¨¦ qu¨¦ pensar¨¢ su se?orita, la del Castillo, de tener un subordinado con pensamientos tan perversos.
La cosa es que le dije a mi santo: "Cuando vuelvas, no te asustes si me ves en el sof¨¢ del sal¨®n con un japon¨¦s encima, es Kenkichi, pero, haz el favor, vente volao, porque no tengo dinero y le tengo que pagar, porque Kenkichi, como comprender¨¢s, no lo hace gratis". Y, efectivamente, lleg¨® mi santo, que es un hombre megaliberal, puntual y con los dineros para pagar al maestro Kenkichi, que masajeaba mi espalda como si amasara pan. Y fue Kenkichi quien me dijo: "Pierna m¨¢s corta que otra pierna". Fue Kenkichi el que destap¨® mi tara. Mi santo, por consolarme, me dijo que un flamenco amigo suyo contaba maravillas de una novia coja que se hab¨ªa echado, dec¨ªa que echaba polvos de pie con su novia coja, y que la coja se pon¨ªa debajo de la pierna corta un ladrillo, y que cuando ¨¦l ve¨ªa que estaba a punto de alcanzar el orgasmo, le daba una patada al ladrillo y a la coja se le quedaba la pierna colgando, y eso le hac¨ªa a ¨¦l entrar en un ¨¦xtasis divino. Yo no s¨¦ si mi santo me lo cont¨® con la secreta ilusi¨®n de que un d¨ªa yo me suba a un ladrillo. Desde aqu¨ª te lo digo: ser¨¦ coja, pero por ah¨ª no paso. Ahora, de vez en cuando, se me acerca zalamero y me dice: "?As¨ª que eras cojita, Lindurri? A ver si es de ah¨ª de donde le viene a mi ni?a la mala leche".
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