Pujol y nosotros
A los pa¨ªses y a sus dirigentes suele juzg¨¢rseles desde ¨®pticas diferentes seg¨²n se les observe desde adentro o desde afuera. Jordi Pujol no escapa a esta regla, pero en su caso el adentro o afuera no son un simple dueto, sino algo m¨¢s complejo, pues hay un "adentro" de Catalu?a en que el "afuera" es Espa?a y un "adentro" de Espa?a en que el "afuera" es el mundo, bifurcado ¨¦ste, adem¨¢s, para nosotros, en un mundo europeo y otro latinoamericano. Todo este poliedro de relaciones cruzadas viene bien a cuento para hablar de este personaje fascinante de la moderna pol¨ªtica espa?ola, que ha gobernado Catalu?a casi un cuarto de siglo con un estilo hecho de silencios y gestos oportunos, que hablan tanto por ¨¦l como sus discursos y conferencias, refinadas obras de ingenier¨ªa gaudiana en que es tan atrayente su conjunto como dif¨ªcil de comprender sus detalles. Esos discursos, con tics, pesta?eos, idas y venidas entre asuntos de ocasi¨®n y tesis en profundidad, frases deslumbrantes enseguida matizadas, han poblado el paisaje pol¨ªtico espa?ol con un perfil absolutamente intransferible, en las ant¨ªpodas del mel¨®dico andalucismo de la oratoria de Felipe Gonz¨¢lez o de la rotunda contundencia castellana de los pronunciamientos de un Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar: la atracci¨®n de una mezcla curiosa, sin aparente orden, entre la inteligencia y el misterio, siempre posible de interpretar, como la Biblia, en m¨¢s de un sentido diferente.
En Catalu?a, m¨¢s all¨¢ de CiU, ha sido el refundador de su nacionalidad si cabe la expresi¨®n, pues luego del ba?o de plomo en que intent¨® hundirla el franquismo, le dio voz, personalidad y la estructuraci¨®n de un gobierno, esa Generalitat que a lo largo de sus 23 a?os se expandi¨® y vertebr¨® para administrar una real autonom¨ªa. Su entra?able y profunda catalanidad no siempre ha sido bien entendida en t¨¦rminos pol¨ªticos. Unos le han visto demasiado cerrado, sin advertir que no pod¨ªa regalar el espacio nacionalista a los intransigentes y acaso sin medir el peaje que tantas veces pag¨® por su esp¨ªritu componedor. Otros, desde la monta?a, le han visto negociador en exceso y le han cobrado muchos diputados, como le ocurri¨® luego de colaborar con el Gobierno de Gonz¨¢lez o de pactar una y otra vez con el de Aznar, no apreciando de qu¨¦ modo agrand¨® a Catalu?a sin herir a Espa?a, mostrando a todos que hay un verdadero camino para que la reivindicaci¨®n nacional no resquebraje el dif¨ªcil proceso de construcci¨®n del Reino.
A Catalu?a le soseg¨® pasiones y as¨ª le asegur¨® su convivencia pac¨ªfica, ese patrimonio invalorable que le ha permitido a su sociedad crecer y desarrollarse. Sin embargo, no menos le ha dado a Espa?a, con una conducta democr¨¢tica que no ha tenido fisuras, pues el joven impetuoso que un d¨ªa de 1960 salt¨® al escenario en el catalan¨ªsimo Palau de la Musica para cantar el Cant de la Senyera delante de los ministros franquistas y ganarse as¨ª tres a?os de c¨¢rcel, sigui¨® latiendo en el experimentado pol¨ªtico que buscaba esos acuerdos y transacciones de aspecto tan poco heroico para el gran p¨²blico, pero tan necesarios para la vida democr¨¢tica. Su labor cuando la Constituci¨®n, junto a Miquel Roca, su intervenci¨®n durante el intento golpista del 23-F de 1981 y su permanente pol¨ªtica de gobernabilidad levantan su figura junto a los grandes constructores de este periodo resplandeciente de la historia espa?ola.
En la perspectiva europea, dio nueva vida al cl¨¢sico continentalismo catal¨¢n. Su militancia all¨ª fue indeclinable y de muy positivos aportes al asumir la Europa "de las naciones" sin un provincialismo empobrecedor.
Desde nuestro ¨¢mbito latinoamericano no siempre resulta f¨¢cil entender estos dif¨ªciles entresijos de una Espa?a en que el Estado convive con las autonom¨ªas nacionales. Porque el renacimiento econ¨®mico, la expansi¨®n cultural y, sobre todo, la sabidur¨ªa pol¨ªtica, han generado en Espa?a un nuevo nacionalismo y a su vez en el espacio iberoamericano una admiraci¨®n que acaso antes nunca hab¨ªa tenido, ni aun cuando nuestra Am¨¦rica era Espa?a y sus reinos viv¨ªan en permanente queja con Sevilla o con Madrid. Cuesta comprender, muchas veces, c¨®mo esa Espa?a exitosa todav¨ªa discute su identidad con vascos, catalanes y aun gallegos, a quien vemos todos bajo la misma bandera. Sin embargo y pese a eso, la figura de ese Pujol con su catalanismo reivindicativo y militante, no se ha despegado -justamente- del ¨¦xito del conjunto. Los excesos, tristes excesos que todav¨ªa sufre el nacionalismo vasco, alumbran a su figura desde la real perspectiva de quien puede amar su naci¨®n original sin traicionar el compromiso nacional.
M¨¢s all¨¢ de lo estrictamente pol¨ªtico, hemos sentido a Pujol como alguien af¨ªn, entendido en nuestros asuntos, curioso de nuestra vida, siempre atento a la b¨²squeda y el encuentro de v¨ªnculos, a veces misteriosos, entre Catalu?a y nosotros. Como los fecundos que hemos tenido en el Uruguay, donde el magisterio de Margarita Xirgu en el teatro a¨²n perdura, Torres Garc¨ªa comparte su gloria creativa entre Montevideo y Barcelona, la pasteler¨ªa local no se puede entender sin los Mir y los Carrera, el comercio ha tenido sus emblemas en los Carrau, los Ferr¨¦s y los Brunet, mientras Enriqueta Compte y Riqu¨¦ se identifica con lo mejor de nuestra escuela p¨²blica y la familia Batlle vino un d¨ªa desde Sitges para alcanzar la Presidencia de la Rep¨²blica en cuatro generaciones seguidas... De todo esto Pujol sabe m¨¢s que cualquiera, puede contar historias de catalanes americanos desde Caracas a Buenos Aires, con la misma precisi¨®n que si hubieran ocurrido en Tarragona. Esta dimensi¨®n humana, nada despreciable por cierto, ha contribuido tambi¨¦n a este reencuentro que volvi¨® a enlazar, a partir de la restauraci¨®n democr¨¢tica, a la vieja Espa?a y sus antiguas posesiones.
Como a todo pol¨ªtico, se le podr¨¢n se?alar contradicciones, claros y oscuros. Pero, como dec¨ªa Bismarck, "la pol¨ªtica no es una ciencia exacta" y la cuesti¨®n es cuando se est¨¢ all¨ª, en el fragor de los asuntos. Siempre tambi¨¦n se puede juzgar desde el purismo doctrinario y enrostrarle estrechez nacionalista o posibilismo entreguista, pero la cosecha est¨¢ en una Catalu?a democr¨¢tica y pac¨ªfica, pr¨®spera y unida a Espa?a sin deslealtades... Tambi¨¦n siempre se podr¨¢ pedir m¨¢s, pero eso basta, para quien, a los 73 a?os, puede mostrar 23 a?os de gobierno y medio siglo de sacrificada militancia en tiempos que no fueron como los de ahora.
Julio Mar¨ªa Sanguinetti fue presidente de Uruguay. Es abogado y periodista.
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