Vejez y vejeces
Los gobiernos no se ponen de acuerdo. Unos quieren prolongar la edad de jubilaci¨®n hasta setenta a?os o m¨¢s, otros recortarla. Son c¨¢lculos econ¨®micos en los que nada tiene que ver los buenos sentimientos ni probablemente los malos. La econom¨ªa es una ciencia, por m¨¢s que no d¨¦ una en el clavo. La ciencia l¨²gubre, la denomino Carlyle; y eso que, desde su ¨¦poca, el temporal no ha hecho sino arreciar.
A los jubilados (no confundir con los prejubilados, ambiguo y descomunal invento), se les denomina viejos, ancianos o tercera edad. Viejos suena mal, suena a trasto caduco e in¨²til que se resiste a morir; si bien, como nada es absolutamente blanco ni absolutamente negro, tambi¨¦n se usa como apelativo afectuoso: mi viejo. Residuos hist¨®ricos, como ese otro nombrecito, anciano: ha sugerido autoridad, experiencia sabidur¨ªa. (El consejo de ancianos). Hoy predomina la connotaci¨®n paternalista, en parte acaso debido a la intensa belleza de la palabra misma. De modo que la correcci¨®n pol¨ªtica ha impuesto una denominaci¨®n horrenda y confusa: la tercera edad. Miren por d¨®nde este amago tiene un lejano tinte pol¨ªtico: la burgues¨ªa, la clase media, la tercera edad. Vitalmente, es un eufemismo para no asociar la edad provecta con la muerte. Los muertos son innegables, existen; pero la muerte, no. (?Existen los muertos? Decir que s¨ª, en el recuerdo de los vivos, es filos¨®ficamente una falacia. Equivale a afirmar que la nada existe; pero dej¨¦moslo correr). Una cultura que nos recordara constantemente nuestra mortalidad podr¨ªa provocar m¨¢s ascetismo que hedonismo, as¨ª que se juega sobre seguro. Aparte de que el hedonismo acaso se lanzar¨ªa sobre el sexto mandamiento fren¨¦ticamente y sin aderezos. Eso no ser¨ªa bueno para el PIB.
Decir la vejez, en t¨¦rminos generales, ya es otra cosa. Es denominaci¨®n que aceptan los propios afectados por su car¨¢cter neutro y porque en el fondo, son muchos los que no se dan por aludidos. Resulta sin embargo descorazonador que este colectivo, cada vez m¨¢s numeroso, suficiente de sobra como para sembrar el terror en la clase pol¨ªtica, no haya adquirido conciencia de "clase".
El suyo es el voto del miedo, de temor al cambio. Comulgan con la ley de Murphy, y ancianos hay que se sienten culpables de cobrar la triste pitanza que les arrojan. Espero que no sean muchos, sino s¨®lo un residuo de historia pasada, cuando el destino era expirar en el tajo y dando gracias a Dios y al amo por no haberles dejado sin trabajo.
Hiciera o¨ªr su voz este colectivo, olvidado por todos los gobiernos que en Espa?a han sido desde la muerte del dictador, tal vez no habr¨ªa Imserso ni falta; pero s¨ª una red de servicios sociales y unas pensiones dignas. La asistencia s¨®lo llega al tres por ciento de los ancianos dependientes y una pensi¨®n de seiscientos euros roza la opulencia, habi¨¦ndolas que no llegan a trescientos. El euro se pavonea fuera de casa pero en casa se pierde como el agua en las manos. Cuatro personas se re¨²nen para una buena comida -que no un fest¨ªn- y se han gastado el equivalente a la pensi¨®n mensual que reciben muchos jubilados, los cuales pierden poder adquisitivo de a?o en a?o, pues la paga compensatoria por la inflaci¨®n s¨®lo cubre el desfase parcialmente. En efecto, los precios que m¨¢s suben son los productos b¨¢sicos, los m¨¢s utilizados por los tambi¨¦n llamados "nuestros mayores". ?Que la caja no da m¨¢s de s¨ª? Suponiendo que eso sea cierto y que no existe mejor camino que el andado, uno agradecer¨ªa que los pol¨ªticos no se asomaran triunfantes a los medios de comunicaci¨®n para informarnos a todos de lo bien que nos va; y a los ancianos en particular, de la mejora constante de su situaci¨®n econ¨®mica, debida a... bla, bla, bla.
Por supuesto que todas las atenciones que el Estado vierta sobre los viejos, no pasar¨¢n de ser un paliativo, pero menos es nada. Por supuesto tambi¨¦n que la vejez se compone de muchas vejeces distintas. Un octogenario adinerado o con el suficiente dinero para ayudar econ¨®micamente a la descendencia, puede permitirse el lujo de compartir techo con sus descendientes; y si su sentido cr¨ªtico le hace sospechar o tener la certeza de que la parentela est¨¢ deseando su muerte, puede sacarle partido a la situaci¨®n poni¨¦ndose borde y llevando sus exigencias al l¨ªmite; si paga bien, le aguantar¨¢n. Regla desoladora que admite salvedades, pero la id¨ªlica comunidad de los nost¨¢lgicos, en Europa, ha sido un mito incluso cuando estaba en su esplendor. La situaci¨®n m¨¢s corriente, hoy, es la del viejo pobre y m¨¢s o menos inv¨¢lido. A ¨¦ste se las dan todas en el mismo carrillo e incluso, en muchos casos, sufren malos tratos f¨ªsicos. "M¨¢s feo que pegarle a un padre", dice ese compendio de vulgaridad en p¨ªldoras que es el refranero. Pero es que el padre y la madre condenados a soportar obscenos desdenes y violencias, han perdido la condici¨®n de padres, el v¨ªnculo emocional y de autoridad se han roto. No existe protecci¨®n contra eso. El miedo y la resignaci¨®n hacen callar al anciano y en consecuencia la sociedad y el gobierno de turno no se enteran. Los malos tratos a las mujeres son noticia diaria y lo seguir¨¢n siendo por que la fiera es fiera y no entiende de amenazas, coacciones y castigos. No est¨¢ de m¨¢s, sin embargo, el clamor social y su resonancia pol¨ªtica. Pero los malos tratos de que es v¨ªctima el colectivo de la tercera edad, tienen incomparablemente una mayor proyecci¨®n.
La vejez siempre es mala por que se acaba la vida y eso infunde pavor incluso a quienes dicen desear la muerte. ?Acaso no existen suicidas por temor a morir? Con todo, si al anciano le gusta la lectura, la buena m¨²sica, alg¨²n juego estimulante, etc., tendr¨¢ m¨¢s f¨¢cil evasi¨®n. Pero si su pensi¨®n es la media o menor, eso significa dos cosas: no se le prepar¨® para tales placeres y ahora es tarde. Segundo, que con una pensi¨®n as¨ª y unos servicios sociales as¨¢, no hay evasi¨®n que valga.
Que el joven reciba educaci¨®n, no bazofia. Que tenga un trabajo digno y asegurado, que permita contemplar con mayor tranquilidad la vejez.
Esto no deber¨ªa ser mucho pedir, pero es m¨¢s ut¨®pico que la utop¨ªa de Tom¨¢s Moro.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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