Joaquim Cordill
Extermina cuanto toca o roc¨ªa: la juncia, el jarano, el serreig, la correg¨¹ela, la cerraja, el cardo silvestre, la canyota, el lecher¨ªn, el tr¨¦bol o la zarza. Desprende el desagradable hedor de los productos qu¨ªmicos contaminantes porque es -en el idioma t¨¢galo de Luz¨®n con el que se redacta el etiquetado- un l¨ªquido miscible de glifosato en forma de sal isopropilamina. Nos referimos, vecinos, a los herbicidas con que algunos r¨²sticos riegan sus campos de naranjos por tal de ahorrarse el trabajo de la suave roturaci¨®n que necesitan los c¨ªtricos. ?ltimamente han aparecido en el mercado algunos herbicidas suaves, pero los relativamente tradicionales acababan con todo microorganismo viviente. Son tan perniciosos para nuestros suelos agr¨ªcolas valencianos, como perniciosos son para el entorno o paisaje natural valenciano determinados intereses empresariales. Intereses ¨¦stos demasiado determinados que asume, defiende y promociona el presidente provincianista de la no menos provincial Diputaci¨®n de la provincia de Castell¨®n. El aeropuerto de la Vilanova de dudosa rentabilidad o la amenaza de l¨²dicos parques tem¨¢ticos en la Ribera de Cabanes son los dos referentes m¨¢s fehacientes del tema.
De los herbicidas traza el novelista Ferran Torrent una parodia genial en su Societat Limitada: un retrato ficticio de la realidad social y pol¨ªtica valenciana, que responde m¨¢s a la realidad que a la ficci¨®n, incluso en el acertado lenguaje de los di¨¢logos en valenciano que el autor pone en boca de los personajes. En la novela, Gramox¨ªn, el nombre de un herbicida y de un grupo musical alternativo que pretende no dejar t¨ªtere social en pie mediante los textos de sus destructivas canciones. Hay un hilo argumental que conduce al lector desde el grupo musical al encargado de la empresa que distribuye el herbicida con sede en los alrededores de la Albufera; otro hilo nos lleva desde el cantante del grupo Gramox¨ªn al empresario del cemento y el ladrillo, muy bien relacionado con el mundillo de la pol¨ªtica que tiene poder de decisi¨®n en las tierras valencianas. Si la memoria evoca sin equivocarse, el distribuidor de herbicida en la ficci¨®n se llama Joaquim Cordill; el empresario literaturizado del ladrillo, Lloris. No se trata, como es natural, de Vicente Vilar, el empresario y administrador ¨²nico de la sociedad qu¨ªmica Naranjax de la poblaci¨®n de Artana; empresa dedicada a la distribuci¨®n o producci¨®n de productos fitosanitarios, agroqu¨ªmicos, pesticidas y alimentaci¨®n para animales. Tampoco se trata, como tambi¨¦n es natural, de Carlos Fabra, que ejerce la abogac¨ªa, se ocupa de corredur¨ªas de seguros, crea empresas para la elaboraci¨®n de informes y asesoramientos, preside clubes que alientan el popular deporte del golf y se ocupan, a un tiempo, de promociones inmobiliarias, y tiene la vara de mando y la mayor¨ªa absoluta -que aprueba las compatibilidades del cargo que ocupa con sus m¨²ltiples y exitosas, econ¨®micamente hablando, ocupaciones- en la provincial Diputaci¨®n de Castell¨®n. Que las relaciones entre Vilar y Fabra hayan sido pr¨®ximas y estrechas, no tiene importancia, porque no se trata de literatura. Y sobre querellas judiciales y querellantes, los jueces decidir¨¢n. Pero volvamos a la qu¨ªmica contaminante.
Los herbicidas miscibles, es decir, que se mezclan, originan en su entorno un hedor desagradable que destroza el olfato del vecindario. Algunos ciudadanos deslenguados olfatean un paralelismo con otras mezclas.
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