Tras la Ciudad de los C¨¦sares
Para la historia del Pac¨ªfico Sur, la figura de Jos¨¦ de Moraleda y Montero Espinosa es casi desconocida pese a su importancia. Nacido en Pasajes de San Pedro en 1747, se form¨® como piloto en C¨¢diz. En 1768 se embarc¨® en el Buen Consejo, para navegar a Malaca, Batavia y Manila, volviendo a C¨¢diz en 1770. En 1772 se hizo a la mar en el nav¨ªo Nuestra Se?ora de Monserrat, que formaba parte de una escuadra destinada al Pac¨ªfico, llegando a El Callao en 1773. Durante los trece a?os siguientes desempe?¨® servicios por las costas peruanas y chilenas.
Jos¨¦ de Moraledad pose¨ªa una formaci¨®n cient¨ªfica y le cost¨® aceptar sin un an¨¢lisis las noticias que circulaban sobre la existencia de la Ciudad de los C¨¦sares, la traslaci¨®n del m¨ªtico El Dorado a la ?m¨¦rica austral. Moraleda lleg¨® a la regi¨®n chilena de Chilo¨¦ a comienzos de 1787 y su cometido alrededor de este legendario lugar se hizo dif¨ªcil. Varias de las navegaciones que realiz¨® hacia los canales y r¨ªos interiores del sur de Chile fueron ordenadas por el gobernador a solicitud del virrey peruano para ir descartando lugares. El virrey, convencido en el final feliz de la aventura, adem¨¢s solicitaba su ayuda para las exploraciones de fray Francisco Men¨¦ndez, uno de los m¨¢s porfiados en ubicar la m¨ªtica Ciudad de los C¨¦sares. Este sacerdote, entre los a?os 1791 y 1794, realiz¨® cuatro intentos para ubicar la misteriosa ciudad patag¨®nica.
Todo hab¨ªa comenzado a gestarse con un memorial presentado en 1715 por Silvestre D¨ªaz de Rojas. Este personaje entreg¨® una relaci¨®n de su peripecia en territorios cercanos a los indios patagones, conocidos por las referencias hechas por los navegantes que visitaron al estrecho de Magallanes. D¨ªaz de Rojas asegur¨® haber sido apresado y mantenido cautivo durante tres a?os por los ind¨ªgenas. Logr¨® eludir a sus captores y reencontrarse con sus paisanos. Lo m¨¢s sorprendente fue su testimonio sobre la legendaria ciudad, que declara conocer y entrega mapas de c¨®mo llegar a ella.
As¨ª la describ¨ªa en su relato: "Esta ciudad est¨¢ a la otra parte de este dicho r¨ªo grande y est¨¢ poblada en un llano y fabricada m¨¢s a lo largo que en cuadro, lo que es la misma planta de Buenos Aires (...). Tiene por la parte del poniente y del norte la cordillera nevada, en la cual se han abierto muchos minerales de oro y de cobre (...). Hay chacrillas de donde cogen mucha cantidad de todo g¨¦nero de granos y hortalizas, adornadas sus alamedas de diferentes ¨¢rboles frutales, que cada una de ellas es un para¨ªso (...). Parece segundo para¨ªso terrenal seg¨²n la abundancia de sus ¨¢rboles cipreses, cedros, ¨¢lamos, pinos, naranjos, robles y palmas, y la abundancia de diferentes frutos muy sabrosos, y la tierra tan sana, que la gente muere de puro vieja, porque el clima de la tierra no consiente achaque alguno". La Junta de Poblaciones estudi¨® lo manifestado por D¨ªaz de Rojas, pero no lo consider¨® fiable.
Pasado cierto tiempo se reinici¨® la b¨²squeda de la Ciudad de los C¨¦sares, muchas veces en forma encubierta. El rastreo se centraba en los accesos del r¨ªo Palena. Este cauce conduce a canales que penetran hacia el este y por las fuertes corrientes no se pueden navegar. Muchos afirmaban haber escuchado a trav¨¦s de la selva, tiros de ca?¨®n y fusil... "Se ven veredas de caminos trillados por lo montes, que se ha visto una embarcaci¨®n peque?a con vela latina navegando entre las islas del Palena". Son tantos los comentarios y testigos que declaran tener vestigios sobre la Ciudad de los C¨¦sares, que fue el propio gobernador de Chile, en 1760, quien solicit¨® allegar m¨¢s noticias sobre el asunto.
Diarios de navegaci¨®n
En abril de 1796, Moraleda regresa al Per¨², ya terminados los servicios en Chilo¨¦. Dej¨® un interesante testimonio en sus Diarios de Navegaci¨®n. Obtuvo permiso en 1797 para regresar a Espa?a. Sin embargo, en 1801 le ordenaron volver con otros funcionarios navales para corregir las cartas de la costa americana. El guipuzcoano se ocup¨® en trabajos hidrogr¨¢ficos en el golfo de Panam¨¢ y en las costas adyacentes. Desempe?¨® servicios como director de la escuela naval del virreinato peruano, y revis¨® los mapas de la regi¨®n. En 1810 estaba dedicado a formar nuevos pilotos en El Callao.
La Ciudad de los C¨¦sares lleg¨® a convertirse en un mito de la conquista y colonizaci¨®n, al igual que Jauja o El Dorado. Existen descripciones m¨¢s o menos precisas de este lugar, y no faltaban los testigos que declaraban bajo juramento las maravillas que de ella hab¨ªan presenciado. Los nombres que recibi¨® son variados: Ciudad Encantada, En-Lil, Lin Lin o Los C¨¦sares.
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