Zorroaga, la Academia en medio del infierno
Fue casi un espejismo, la plasmaci¨®n de los anhelos de Mayo del 68, pero no en Par¨ªs, sino en San Sebasti¨¢n, donde no hab¨ªa que buscar la playa debajo de los adoquines, y con una d¨¦cada de retraso. Durante unos pocos a?os, a finales de los setenta y comienzos de los ochenta, la naciente Facultad de Filosof¨ªa de Zorroaga se convirti¨® en un ex¨®tico foco de cultura y pensamiento, edificado a espaldas de las normas y la tradici¨®n acad¨¦micas; tambi¨¦n al margen de la inh¨®spita realidad circundante.
Lo hicieron posible un grupo de talentosos e irreverentes penenes y veteranos profesores her¨¦ticos, aliados con el ins¨®lito margen de libertad que les dio la convulsa experiencia de la transici¨®n pol¨ªtica en Euskadi. Sobre una colina con vistas mejorables a la ciudad, en un inclemente pabell¨®n permeable a la lluvia y los vientos, Fernando Savater, Javier Echeverria, F¨¦lix de Az¨²a, V¨ªctor G¨®mez Pin, Julio Caro Baroja, Vicente Molina Foix, Miguel S¨¢nchez Mazas, Juan Aranzadi o Aurelio Arteta, entre otros nombres relevantes de la filosof¨ªa en nuestro pa¨ªs, dieron cuerpo a una aventura intelectual irrepetible. Y fugaz.
La Facultad de Filosof¨ªa de Zorroaga fue posible gracias a un grupo de talentosos e irreverentes 'penenes' y veteranos profesores her¨¦ticos, y al ins¨®lito margen de libertad que les dio la convulsa experiencia de la transici¨®n
A mediados de los ochenta, pocos pod¨ªan imaginar los extremos de crueldad y hostigamiento a los que llegar¨ªan ETA y sus asistentes de la violencia callejera una d¨¦cada m¨¢s tarde
Aquel fogonazo de talento y anarqu¨ªa acad¨¦mica, surgido al costado de la realidad turbulenta de un Pa¨ªs Vasco donde los d¨ªas eran una sucesi¨®n de algaradas, muertes y funerales; aquel para¨ªso rodeado de infierno, no pod¨ªa durar. Poco a poco, sin que sus protagonistas se dieran cuenta hasta que ya era demasiado tarde, la influencia de un entorno hostil fue penetrando en el recinto universitario hasta expulsar a la mayor¨ªa de ellos y hacer muy precaria la existencia de los supervivientes.
Concentraci¨®n de talentos
"Dudo de que en ninguna otra parte de Espa?a se diese en esos d¨ªas una concentraci¨®n de talentos indudables y a menudos her¨¦ticos como la que se reuni¨® en nuestras desvencijadas aulas", ha escrito Fernando Savater en su autobiograf¨ªa (Mira por d¨®nde. Taurus). Como otros muchos de sus compa?eros de Zorroaga, el autor de La infancia recuperada tiene la sensaci¨®n retrospectiva de haber vivido un experimento irrepetible y de haber sido expulsado de aquel precario jard¨ªn del ed¨¦n, de cuyo surgimiento se acaban de cumplir 25 a?os.
La germinal Facultad de Filosof¨ªa de la todav¨ªa entonces no nacida Universidad del Pa¨ªs Vasco abri¨® sus puertas el curso 1978-1979. Su decano-comisario fue el catedr¨¢tico barcelon¨¦s Ram¨®n Valls, reiniciador en Espa?a de los estudios sobre Hegel tras la Guerra Civil, que lleg¨® de la Universidad de Zaragoza a ponerla en marcha. "Aventura" es la palabra que utiliza Valls para resumir aquel verano en que, instalado en un despacho prestado en la sede de la Diputaci¨®n de Guip¨²zcoa, tuvo que negociar los contratos de los primeros profesores (ninguno con el doctorado), negociar la benevolencia de las fuerzas pol¨ªticas y f¨¢cticas vascas hacia la nueva facultad, buscar un lugar donde dar las clases y abrir la matriculaci¨®n. Premonitoriamente, el iniciador de Zorroaga fue el primero en abandonarla, a mediados del curso siguiente, al salirle una vacante en la Universidad de Barcelona. Pero la criatura ya estaba en marcha y con enorme ¨¦xito.
El primer a?o se matricularon 300 alumnos, y esta cifra fue creciendo hasta multiplicarse por diez el quinto curso, se?ala Javier Echeverria, uno de los primeros seis profesores de la facultad y sucesor de Valls como decano, tras doctorarse con una tesis sobre Leibnitz. Al grupo de los pioneros tambi¨¦n pertenece el fil¨®sofo V¨ªctor G¨®mez Pin, que tuvo una gran importancia en la atracci¨®n a San Sebasti¨¢n de compa?eros y maestros. "Como era una facultad nueva y Euskadi una zona muy caldeada, la verdad es que no hab¨ªa pu?etazos por venir", ironiza el donostiarra Fernando Savater, rescatado para la partida de una azarosa trayectoria docente en Madrid.
A G¨®mez Pin, barcelon¨¦s hecho fil¨®sofo en las universidades francesas, le toc¨® junto a Echeverr¨ªa apuntalar los primeros a?os de la facultad. Ahora catedr¨¢tico de Ontolog¨ªa en su Barcelona natal, comparte con sus compa?eros "una enorme nostalgia de aquella etapa" en la que intentaron repetir el experimento de la universidad parisina de Vincennes a?os atr¨¢s: reformular los viejos interrogantes de la filosof¨ªa griega bajo la luz del mundo contempor¨¢neo. "Quer¨ªamos que pasara por all¨ª lo mejor de la filosof¨ªa mundial, y en algunos casos lo logramos", se ufana V¨ªctor G¨®mez Pin, quien admite que el fen¨®meno de Zorroaga no hubiera podido darse sin "una cierta carencia de autoridad, que nosotros utilizamos con la complicidad de Goio Monreal cuando era rector de la UPV". Por aquel entonces se sum¨® tambi¨¦n el escritor F¨¦lix de Az¨²a, avanzado del llamado grupo de Barcelona, en el que se integraban Ferran Lobo, Tom¨¢s Poll¨¢n o Javier Fern¨¢ndez de Castro.
El ¨¦xito fulgurante de Zorroaga se explica por haber sido la primera facultad de humanidades de car¨¢cter p¨²blico en Euskadi y Navarra (la actual Universidad del Pa¨ªs Vasco, en la que aqu¨¦lla se integrar¨ªa, naci¨® oficialmente en 1980). El nuevo centro, que en sus primeros a?os se reduc¨ªa a una ¨²nica aula y dos despachos que hac¨ªan de secretar¨ªa y decanato, atrajo a una riada de alumnos, unos reci¨¦n salidos de los institutos y otros muchos ya fogueados por la vida, el seminario y la militancia pol¨ªtica. Ocupaba uno de los pabellones de aire vagamente ingl¨¦s de la antigua Casa de Misericordia, que acog¨ªa a los ni?os abandonados y a los ancianos y pobres de solemnidad, incluidos casos psiqui¨¢tricos. No es del todo gratuito, pues, que al desangelado complejo sobre al barrio de Amara compartido por aquella horda estudiantil se le conociera luego en la ciudad como la colina de los locos. Porque en su recinto, dominado durante a?os por un enorme sol antinuclear pintado en el tejado, se desarrollaba una vivencia universitaria singular. La informalidad docente se conjugaba con la genialidad y una libertad entendida sin restricciones, para recrear a destiempo, junto al Cant¨¢brico, el ambiente vivido en el 68 en Par¨ªs o Berkeley. La diferencia entre ser alumno y profesor era una delgada l¨ªnea que pod¨ªa cruzarse en frecuentes asambleas sobre las cuestiones m¨¢s diversas y en relaciones amorosas cruzadas que hoy causar¨ªan esc¨¢ndalo. Y muchas clases ten¨ªan su prolongaci¨®n, hasta adentrarse en la madrugada, en los bares de la Parte Vieja, en el Gandarias, el Estanis o La Cepa. "Por nuestra edad, y por todos los cambios que estaban sucediendo en Espa?a, viv¨ªamos en un estado de euforia y agitaci¨®n, como si estuvi¨¦ramos participando en una utop¨ªa", recuerda F¨¦lix de Az¨²a. "Y s¨ª, era la facultad m¨¢s ut¨®pica y at¨ªpica que pueda imaginarse", sentencia el escritor.
Los 'mi¨¦rcoles filos¨®ficos'
Una de sus peculiaridades fue concentrar las clases en cuatro d¨ªas (lunes, martes, jueves y viernes) e instaurar en el d¨ªa central de la semana el mi¨¦rcoles filos¨®fico, dedicado exclusivamente a seminarios, debates y di¨¢logos que no siempre eran plat¨®nicos. Noticias de ese ambiente universitario nada convencional y de las b¨¢quicas verbenas organizadas cada trimestre en el caser¨®n de la colina se difundieron pronto y encendieron el mito de Zorroaga fuera de San Sebasti¨¢n. A su profesorado se a?adieron enseguida figuras como el ilicitano Vicente Molina Foix o el navarro Aurelio Arteta. Se crearon c¨¢tedras extraordinarias para el antrop¨®logo Julio Caro Baroja y Rafael S¨¢nchez Mazas, recuperado del exilio suizo, y, echando mano de relaciones de amistad, se fich¨® a otros personajes de gran peso intelectual, aunque marginales en la vida acad¨¦mica espa?ola. En este clima de complicidades se entiende la presencia habitual en Zorroaga de Jacques Derrida, el fil¨®sofo de la deconstrucci¨®n del lenguaje, del fil¨®sofo de la ciencia Ulises Moulines, o del mism¨ªsimo decano de la Sorbona, Pierre Aubenque.
El matem¨¢tico alem¨¢n Ren¨¦ Thom, autor de la teor¨ªa de las cat¨¢strofes, dio un curso de doctorado junto con Aubenque y el escultor Eduardo Chillida, y en conferencias y debates, prolongadas m¨¢s tarde en las tascas de la Parte Vieja o en cualquier piso, era frecuente la presencia de Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo, de Emilio Lled¨®, del novelista Eduardo Mendoza o del inclasificable Rafael S¨¢nchez Ferlosio. V¨ªctor G¨®mez Pin se apoya en esta amplia n¨®mina de maestros ilustres para reivindicar la faceta m¨¢s acad¨¦mica y productiva de aquel proyecto. "Siendo ciertas las cosas que se cuentan de aquellos a?os conflictivos, la vivencia universitaria de Zorroaga", precisa, "fue mucho menos folcl¨®rica que la que se produjo durante los mismos a?os en otros lugares".
El n¨²cleo fundacional de la facultad formaba un grupo disparejo en temperamentos, pero muy cohesionado en inquietudes, que se enriquec¨ªa mutuamente con el intercambio de ideas y de borradores. Los debates y discusiones en su seno pod¨ªan ir de la filosof¨ªa pura a las nuevas corrientes literarias, el arte de vanguardia o el cine, apunta Arteta, uno de los pocos que permanecen en San Sebasti¨¢n. Las influencias complementarias de esos a?os y la competencia soterrada entre sus protagonistas habr¨ªa que rastrearlas en su abundante y variada producci¨®n en campos como el tratado filos¨®fico, el ensayo o la novela. "?Si fue casual esa concentraci¨®n de talento? No lo s¨¦. Igual el talento lo adquirimos all¨ª", zanja F¨¦lix de Az¨²a.
Sin embargo, Zorroaga, como todos los para¨ªsos, se sostiene sobre delicados equilibrios que resisten mal la prueba del tiempo. La ¨¦poca gloriosa de la facultad coincide con los a?os m¨¢s virulentos del terrorismo, cuando la acci¨®n desaforada de las dos ETA (la pol¨ªtico-militar y la que pervive), de los grupos paramilitares vinculados a los aparatos del Estado y los excesos de la polic¨ªa daban de media una v¨ªctima mortal cada tres d¨ªas. Javier Echavarria considera que aquella representaci¨®n reducida y bastante at¨ªpica de lo que era Euskadi logr¨® "una convivencia inestable" hasta 1985. "Quiz¨¢ por su marginalidad respecto a los centros de poder, porque no nos tomaban demasiado en cuenta", apostilla el autor de Tel¨¦polis. Lo cierto es que esa paz artificial en medio de la guerra se logr¨® a costa de ambig¨¹edades y de no mirar de frente a algunas realidades. "En mi ingenuidad cre¨ªa -y muchos como yo- que los de la guerrilla eran los buenos y que la violencia de ETA era la inercia del pasado, del franquismo, y que iba a desaparecer m¨¢s pronto que tarde", recapitula Savater.
Tambi¨¦n pertenecen a la historia de la facultad dos cap¨ªtulos que tienen como protagonista a Jos¨¦ Luis ?lvarez Santacristina, Txelis, el ex seminarista hijo de un militar de alta graduaci¨®n que lleg¨® a jefe del aparato pol¨ªtico de ETA en los noventa y que tras su ca¨ªda en Bidart, en 1992, volvi¨® a sus or¨ªgenes m¨ªstico-religiosos. Txelis, treintea?ero ya, fue de los que estrenaron Zorroaga, y mucho antes de que alcanzara fama como integrante, con Pakito y Fiti, de la troika dirigente de ETA, se hizo conocido entre sus compa?eros y profesores de filosof¨ªa.
Hasta que desapareci¨® en tercer curso para pasar a la clandestinidad, era habitual que interviniera en clase y en las frecuentes asambleas, siempre en euskera y en tono educado, seg¨²n recuerda el profesor de Est¨¦tica Mikel Iriondo, compa?ero de curso y ocasional traductor de Txelis para los docentes castellanohablantes. La militancia de Txelis en ETA, sospechada hasta entonces, se hizo evidente con su paso a Francia. Pero su existencia clandestina no le impidi¨® terminar la carrera y alcanzar el doctorado, que le dirigi¨® en Par¨ªs Pierre Aubenque. Incluso alg¨²n sector abertzale de la facultad hizo gestiones para conseguirle una plaza de profesor asociado, ponderando la traducci¨®n al euskera que hab¨ªa hecho del Tractatus Logico Philosoficus de Wittgenstein.
Invitaci¨®n a punta de pistola
No menos representativa de aquella etapa de fulgores y sombras es la asamblea que convoc¨® en el aula magna un comando de ETA pol¨ªtico-militar en octubre de 1979 para recabar el respaldo de la facultad al Estatuto de Gernika. Profesores y alumnos fueron invitados a punta de pistola a acudir a la sala, donde un portavoz encapuchado, con su arma sobre la mesa y mientras el resto del grupo vigilaba, ech¨® una arenga a favor del Estatuto que iba a someterse a refer¨¦ndum y de la postura de Euskadiko Ezkerra. Los m¨¢s atrevidos de los presentes intervinieron a favor o en contra, pero el m¨¢s escuchado fue Txelis, quien, tras expresar su desacuerdo con lo dicho por el encapuchado (ya era notoria su afinidad con las tesis de Batasuna y ETA militar), indic¨® que "lo m¨¢s inaceptable" era que hab¨ªa hecho todo su parlamento en erdera (castellano). El estrambote surrealista del episodio, rememora Iriondo, es que el interpelado, pese a tener la pistola en la mano, pareci¨® enrojecer bajo el pasamonta?as y balbuce¨® una disculpa por su pecado, debido a que "nik euskara ikasten ari naiz" ("estoy aprendiendo euskera").
Hacia 1984, el encanto ¨¢crata de Zorroaga comenz¨® a marchitarse. La espontaneidad y el esp¨ªritu de improvisaci¨®n de los primeros a?os tuvieron que ceder ante el empuje de la burocracia universitaria. La mayor parte de los pioneros de filosof¨ªa fueron emigrando a otras universidades, cansados tambi¨¦n del espeso ambiente de la pol¨ªtica vasca, tan ensimismada en lo identitarios, "que nos hac¨ªa recordar con cierta frecuencia que no ¨¦ramos de all¨ª", observa F¨¦lix de Az¨²a. Y poco a poco aquel ¨¢mbito protegido, que hab¨ªa alcanzado ya los 3.000 alumnos con las carreras de psicolog¨ªa y pedagog¨ªa, comenz¨® a verse afectado por la presi¨®n del enrarecido ambiente pol¨ªtico, condicionado por la pervivencia del terrorismo. "De ser un centro muy cosmopolita y abierto, pasamos a ser una facultad convencional", resume Javier Echeverria. Con el agravante de que el nacionalismo gobernante empez¨® a intentar controlarla, mientras HB infiltraba alguno de sus peones. "Conv¨¦ncete, esta facultad va a ser s¨®lo para los abertzales", cuenta Aurelio Arteta que le augur¨® Vicente Molina Foix antes de dejar San Sebasti¨¢n.
Algunos miembros del grupo comparten un sentimiento de culpa por haber consentido, por haberse dado cuenta demasiado tarde del poder corruptor de la violencia, cuando ya hab¨ªa ganado posiciones en las aulas. Hay coincidencia en se?alar que fue Savater, libertario en tantas otras cosas, el primero en pronunciarse con claridad contra los atentados, en equiparar la violencia etarra a la tortura y encabezar la reacci¨®n en la facultad. Le cost¨® los primeros insultos, las primeras pintadas y carteles amenazantes en la puerta del despacho, en los pasillos, que ni los responsables del centro ni la comunidad universitaria supieron o quisieron atajar. "La verdad es que, como soy bastante borroka, aquellas amenazas me estimulaban m¨¢s que preocuparme, porque, en aquel tiempo, el que no era polic¨ªa o militar, no ten¨ªa que temer demasiado", relativiza el destinatario de los an¨®nimos.
Su postura contra ETA no dej¨® de ser considerada una extravagancia m¨¢s de Savater. Hasta el punto de que algunos profesores y alumnos quisieron darle la oportunidad de que se explicase p¨²blicamente en una especie de seminario sobre violencia y pol¨ªtica organizado ex profeso. En realidad, recuerdan algunos asistentes, el multitudinario acto se pareci¨® peligrosamente a un juicio popular o a un auto de fe, en el que el autor de ?tica para Amador se defendi¨® brillantemente en el papel de hereje, mientras Jos¨¦ Luis ?lvarez Emparanza, Txillardegi, uno de los fundadores de la primera ETA y profesor de la facultad, puso todo su empe?o como inquisidor.
Dispersi¨®n
Con todo, a mediados de los ochenta pocos pod¨ªan imaginar los extremos de crueldad a que llegar¨ªan ETA y sus asistentes de la violencia callejera una d¨¦cada m¨¢s tarde. En 1993, la Facultad de Filosof¨ªa, Psicolog¨ªa y Ciencias de la Educaci¨®n dej¨® los viejos pabellones de Zorroaga para instalarse en los funcionales edificios del campus de Ibaeta, en el otro extremo de la ciudad. El grupo de los hist¨®ricos de filosof¨ªa ya se hab¨ªa dispersado para entonces. G¨®mez Pin y Savater marcharon en 1993, y Echeverria, lo har¨ªa m¨¢s tarde. Los tres, sin embargo, siguen vinculados a San Sebasti¨¢n. En el caso de Savater, el mantenimiento de su relaci¨®n ha venido acompa?ado del incremento de su compromiso ¨¦tico y vital contra la sinraz¨®n de la violencia y el nacionalismo excluyente, hasta encabezar el colectivo ?Basta Ya!
Parte de los que se quedaron y algunos que se incorporaron posteriormente -Aurelio Arteta, Mikel Iriondo, el antrop¨®logo Mikel Azurmendi, Carlos Mart¨ªnez Gorriar¨¢n y otros- tuvieron ocasi¨®n de a?orar las goteras y las clases dadas con abrigo y guantes en la colina de los locos. Otros locos mucho m¨¢s peligrosos han pretendido luego depurar la facultad, mediante el terror sistem¨¢tico, de todo esp¨ªritu resistente a los prop¨®sitos totalitarios de ETA. Qu¨¦ lejos de aquella atm¨®sfera gozosa y vagamente peripat¨¦tica de Zorroaga el ambiente opresivo de Ibaeta, con sus profesores eximidos de docencia para preservar el pellejo y aquellos otros acompa?ados a clase por escoltas.
Pero, impenitente optimista, Fernando Savater se niega a mirar el pasado con las gafas sombr¨ªas del presente. "Lo que siento es nostalgia porque sucedi¨® entonces, cuando ten¨ªa veinte a?os menos. Lo pas¨¦ estupendamente, fue una aventura intelectual y humana irrepetible. Aunque ya se sabe que todos los para¨ªsos est¨¢n construidos mitad de inconsciencia y mitad de ilusi¨®n".
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