Wallenstein, en Georgia
Golo Mann fue, adem¨¢s de hijo de Thomas Mann, el mascar¨®n de proa de la literatura burguesa alemana del siglo XX, con mucha probabilidad, el mejor bi¨®grafo en cien a?os, compartiendo el honor con el gran brit¨¢nico Hughes Trevor Roper. Su biograf¨ªa del general¨ªsimo del Imperio Austriaco en la Guerra de los Treinta A?os, Albert Wallenstein en alem¨¢n, o Valdsteijn en checo -porque al afectado le daba exactamente igual lo uno que lo otro-, es quiz¨¢s la cumbre nunca m¨¢s alcanzada en el g¨¦nero biogr¨¢fico. El dramaturgo y poeta Friedrich Schiller se enamor¨®, como Golo Mann muchos a?os despu¨¦s, de aquel personaje y escribi¨® una de sus obras m¨¢ximas sobre la vida y muerte de un hombre en lucha permanente por sus fueros y en duda eterna sobre sus m¨¦ritos y las decisiones que marcaban vida y muerte de sus hombres en aquella encarnizada lucha pol¨ªtico-religiosa que sumi¨® a Europa en el terror hasta que lleg¨® la Paz de Westphalia en 1648, exactamente 30 a?os despu¨¦s de que su primo, Wilhelm von Slatawa, fuera defenestrado desde el castillo de Praga, el Hrad, desde una c¨¦lebre ventana que mira al oeste.
Leer hoy el Wallenstein de Golo Mann es, otra vez, pensar en Europa y en lo que nos pasa ahora que los tiempos han adoptado velocidades terribles y las decisiones pocas veces tienen detr¨¢s la reflexi¨®n y cada vez m¨¢s el violento deseo de la imposici¨®n. Cada vez son menos los l¨ªderes pol¨ªticos con genuina vocaci¨®n de echar cuentas con s¨ª mismos. Cada vez se anima m¨¢s a los dirigentes a buscar resultados sin mayor escr¨²pulo en la elecci¨®n de medios. Leer hoy los peri¨®dicos en los que el georgiano Michail Saakashvili es encumbrado como l¨ªder de una supuesta revoluci¨®n de terciopelo en Tbilisi no es sino una afrenta a quien realmente hizo una revoluci¨®n semejante, que fue V¨¢clav Havel en Praga en 1989. Si alguien ha mostrado honor y reflexi¨®n en una Georgia acosada por sus fantasmas internos del odio y el desprecio a la vida ha sido el viejo aparatchik sovi¨¦tico, que no disimula su dolor, Eduard Shevarnadze, que ha votado en las elecciones a quien fue su protegido, que lo acaba de liquidar -defenestrar- en la vida pol¨ªtica y que ha sido un hombre que desde las r¨ªgidas profundidades del aparato sovi¨¦tico supo llegar al conocimiento necesario de las voluntades humanas como para ser pieza principal en el desmantelamiento de un r¨¦gimen en esencia asesino.
En Georgia gana un supuesto yuppie con los escr¨²pulos de un agente de bolsa, en Eslovaquia se forma una alianza de nacionalistas que van desde el fascismo a la supuesta moderaci¨®n que comparte con los primeros los objetivos y en Serbia ganan las elecciones quienes sue?an con sacar los ojos con cucharas a quienes no piensan como ellos. Pero no hablamos s¨®lo de Europa Oriental. En el Pa¨ªs Vasco, el Gobierno declara el libre albedr¨ªo de los no nacionalistas. Y los herederos de pol¨ªticos otrora reflexionantes improvisan propuestas que ponen patas arriba esa Paz de Westphalia que muchos cre¨ªmos era nuestra Constituci¨®n espa?ola de 1978. Feliz a?o, en Georgia y aqu¨ª. Wallestein era un aventurero, pero estar¨ªa asombrado ante la insensatez que desplegamos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.