El abogado
Antonio Garrigues D¨ªaz-Ca?abate, el fundador del mayor despacho de abogados de la Europa continental, cumple hoy 100 a?os, y lo hace leyendo la prensa, oyendo la radio y viendo la televisi¨®n. Y paseando. Tan campante. Su hijo Antonio Garrigues Walker utiliza la regla de un psic¨®logo argentino para explicar esta activ¨ªsima longevidad: jam¨¢s pensar en jubilarte, aprender todos los d¨ªas algo nuevo y no perder nunca el inter¨¦s por el sexo opuesto, o por el propio si ¨¦sa es tu tendencia. Don Antonio ha cumplido todos los requisitos; ¨¦se es el secreto de su actual vitalidad.
Sale todos los d¨ªas y todos los d¨ªas lee por entero EL PA?S y el Abc; su inter¨¦s por la radio es antiguo, y profesional, pues fue presidente de la cadena SER hasta 1990, cuando asumi¨® la presidencia de honor. Al m¨¢ximo puesto de esta cadena de radio lleg¨® en 1951, lo dej¨® mientras fue embajador en Washington y en el Vaticano, y lo retom¨® 10 a?os m¨¢s tarde. Cuando fue nombrado ministro de Justicia en el primer Gobierno de la Monarqu¨ªa, en 1976, suspendi¨® otra vez esa presidencia, que reasumi¨® un a?o despu¨¦s... Siempre ha estado pendiente de la radio, y aun hoy se asombra de c¨®mo ese instrumento maravilloso es capaz de conectar a diario a tanta gente en tantos sitios.
Sus verdaderos orgullos son la abogac¨ªa -el despacho que fund¨® tiene ahora 1.200 abogados, el mayor de la Europa continental- y su contribuci¨®n a la modernizaci¨®n internacional de la Espa?a de Franco. ?l cre¨ªa que aquel r¨¦gimen no sobrevivir¨ªa a su creador (y lo dice as¨ª en su libro de memorias, Di¨¢logos conmigo mismo, Planeta, 1978), era retr¨®grado y destilaba una imagen imposible de divulgar en el extranjero, pero colabor¨® con ¨¦l en dos destinos que en ese momento fueron cruciales: como embajador en Washington (1962- 1964) renegoci¨® los acuerdos militares con Estados Unidos, y mientras fue embajador en el Vaticano (1964-1972) se produjeron los acuerdos con la Santa Sede.
En su estancia en Washington consolid¨® su relaci¨®n con el presidente John F. Kennedy y con la mujer de ¨¦ste, Jacqueline, a los que lleg¨® a trav¨¦s de la rama espa?ola de la familia Potocki. Se gan¨® la confianza de Kennedy, le visitaba a menudo en la Casa Blanca y desarroll¨® con Jackie una amistad de la que se hizo leyenda, aunque quienes la conocieron de cerca consideran que no fue m¨¢s all¨¢ de lo que puede llamarse, en el idioma en que mejor se definen los amores, una amiti¨¦ amourese...
Los acontecimientos m¨¢s dolorosos de su vida reciente fueron las muertes sucesivas de sus hijos Joaqu¨ªn (que fue un importante pol¨ªtico liberal en la transici¨®n) y Juan, un destacado empresario. Hombre de firmes convicciones religiosas, acept¨® ambos contratiempos como hechos marcados por el destino, pero no ha aceptado nunca a resignarse ante la contradicci¨®n terrible que significa que un padre sobreviva a sus hijos.
Sigue dispuesto a vivir, atento a su pa¨ªs y al mundo; y aunque su vida ha sido intensa e incesante, y divertida casi todo el tiempo, a veces se duele consigo mismo de lo poco que ha hecho... El otro d¨ªa le preguntaron en La Gaceta de los Negocios d¨®nde aprendi¨® lo que sab¨ªa de la vida. Contest¨®: "Con la vida y con la gente; viviendo, acertando y errando, escuchando a buena gente y sabia... Pero tambi¨¦n escuch¨¢ndose a uno mismo, cosa que no solemos hacer".
En ese libro de memorias, Di¨¢logos conmigo mismo, dice don Antonio que su fe en Dios es lo que late en su m¨¢s honda autobiograf¨ªa. "En ese don maravilloso residen mi humildad y mi orgullo".
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