El uniforme
Los uniformes escolares siempre me parecieron cosa de monjas. Reconozco que es un prejuicio absurdo, porque son muchos los colegios administrados por seglares donde exigen a sus alumnos la uniformidad en el vestir. Eso de las monjas me viene de chaval, cuando en mi barrio s¨®lo usaban uniforme las chicas que cursaban estudios en centros religiosos. A¨²n recuerdo cada uno de los modelos y el vuelo de la falda que distingu¨ªa a las mercedarias de las catalinas o las francesas, caladeros en los que entonces trat¨¢bamos de faenar con desigual fortuna. As¨ª que lo de ir uniformados nos parec¨ªa una mariconada que, de habernos intentado imponer entonces, hubiera encendido una rebeli¨®n que los curas de mi cole habr¨ªan sofocado, como sol¨ªan hacerlo, a palos.
Esto es lo primero que trae a la memoria la iniciativa de la Comunidad de Madrid para uniformar a los escolares y lo que debo desterrar del subconsciente para no hacer el rid¨ªculo con un comentario anacr¨®nico. El consejero de Educaci¨®n, Luis Peral, ha solicitado ya reservar una partida econ¨®mica en los presupuestos para fomentar la uniformidad en los centros p¨²blicos. Una idea que defiende con el mayor entusiasmo respondiendo fielmente a la consigna que ha recibido de la presidenta del Gobierno regional. Esperanza Aguirre es partidaria del uniforme por considerarlo un elemento de igualaci¨®n social. Es decir, se trata de evitar que las aulas sean escenario de competencia entre los chicos por ver qui¨¦n lleva el modelo m¨¢s fashion de cazadora o el ¨²ltimo grito en zapatillas deportivas.
Supongo que no les descubro nada si les digo que desde hace a?os tenemos a la menudencia algo agilipollada con lo de las marcas y que en la edad del pavo el problema llega a alcanzar niveles patol¨®gicos. Hay chicos que sienten verg¨¹enza al no poder estar a la altura de sus compa?eros m¨¢s agraciados y otros que son capaces de ningunear despiadadamente a un colega porque su atuendo no es lo bastante guay. El fen¨®meno, seg¨²n parece, llega a propiciar tensiones indeseables, peleas e incluso robos de prendas especialmente codiciadas. Otro problema a?adido es el uso de ropa "sugerente" por parte de los adolescentes en celo. El grado de descoque en las aulas llega a veces a tal extremo que en algunos colegios han prohibido el uso de pantalones de talle bajo. Para los profesores no resulta f¨¢cil mantener la atenci¨®n sobre las guerras p¨²nicas o el teorema de Arqu¨ªmedes mientras los chicos descuelgan sus cabezas por los pupitres para contemplar la disposici¨®n del tanga en el coxis de las ni?as o las chicas comentan las marcas que los chavales exhiben en la cinturilla de los slips.
Todo eso, desde luego, lo evitar¨ªa el uniforme, como evitar¨ªa tambi¨¦n la discusi¨®n dom¨¦stica de cada ma?ana para ver qu¨¦ se ponen. Son ventajas incuestionables a las que hay que a?adir las de car¨¢cter econ¨®mico, porque, a la larga, el uniforme resulta m¨¢s barato para el presupuesto familiar. Como en cualquier caso siempre ser¨ªa una medida voluntaria acordada con las asociaciones de padres y ratificada por los consejos escolares, lo m¨¢s pol¨¦mico de este asunto es el uso que se le da al dinero p¨²blico. La oposici¨®n y los sindicatos piensan que hay otras prioridades y que con lo que quieren gastarse en subvencionar uniformes podr¨ªan costear los libros de texto, comprar m¨¢s ordenadores o fomentar el biling¨¹ismo. Es verdad que la ense?anza p¨²blica necesita inversiones por todos lados, pero, realmente, lo de los uniformes, tal y como pretende plantearlo la Consejer¨ªa de Educaci¨®n, es el chocolate del loro.
Los jers¨¦is, los babis o los ch¨¢ndales s¨®lo ser¨ªan gratis para las familias que no dispongan de recursos suficientes, es decir, algo parecido a las becas de comedor. Lo cierto es que la propuesta est¨¢ en el aire y todav¨ªa nadie tiene muy claro c¨®mo ser¨¢ recibida por los que finalmente tendr¨¢n que decidir, que son los padres. De momento, y mientras le dan un hervor al asunto, se han levantado algunas voces preventivas para que en ning¨²n caso el uniforme constituya un elemento de discriminaci¨®n de g¨¦nero. Nada de implantar faldas para las chicas y pantalones para los chicos. Se supone que las ni?as podr¨¢n elegir la prenda que m¨¢s les guste. Las monjas de mi barrio no hubieran tragado con eso. Oportunidades.
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