La esquirla
Seg¨²n me contaron a?os despu¨¦s, el d¨ªa 7 de julio de 1938, en plena Guerra Civil, hacia las dos de la tarde, hab¨ªa una olla al fuego en la cocina de casa. Durante algunas jornadas, las piezas de artiller¨ªa instaladas en Villarreal estaban arrojando proyectiles sobre el frente republicano para abrir paso a la lV Divisi¨®n de Navarra que bajaba por la sierra de Espad¨¢n buscando el Mediterr¨¢neo. Lo que se coc¨ªa en la olla de la abuela no lo s¨¦. Probablemente ser¨ªa un potaje escueto de miserables verduras, nabos, acelgas, cardos, jud¨ªas blancas sin tocino ni carne alguna, pero el agua del caldo era mineral y proced¨ªa de la fuente del pueblo, un manantial en el que ya abrevaron las legiones romanas, puesto que la v¨ªa Augusta pasaba por el lugar donde nac¨ª. No era Escipi¨®n el Africano el que ahora llegaba, sino el militar africanista Garc¨ªa Vali?o, del bando de los nacionales, y ¨¦ste fue directamente el responsable de aquel desaguisado que sucedi¨® en la cocina. Era mi abuela la que gobernaba aquel potaje. Tal vez lo habr¨ªa probado ya de sal mientras las bater¨ªas franquistas segu¨ªan sonando con pulsiones densas y no muy lejanas. El resto de la familia, incluy¨¦ndome yo mismo, que entonces a¨²n andaba a gatas, estaba refugiado en la despensa bajo la escalera de piedra. De pronto se oy¨® muy cerca el impacto de un proyectil, una de cuyas esquirlas penetr¨® en casa, anduvo rebotando entre las paredes con un silbido confundido con los destrozos que causaba a su paso, entr¨® en la cocina, dio de lleno en la olla hasta partirla en dos y derramar todo el caldo. La abuela, que fue respetada por la metralla, vino al refugio de la despensa, donde la t¨ªa Pura rezaba un trisagio para aplacar la ira de Dios, y desde el vano de la puerta, con su silueta en jarras, dijo: "Hoy no comemos". Y, despu¨¦s de un silencio selv¨¢tico, comenz¨® a sonar en la calle el himno de Cara al sol. Las tropas nacionales, compuestas por moros y cristianos, entraron en el pueblo. La familia sali¨® del refugio, llev¨¢ndome mi madre en brazos, para saludar a los vencedores, pero la abuela se neg¨® a vitorear a un ej¨¦rcito que parec¨ªa hacer una guerra con el ¨²nico objetivo militar de arruinarle el potaje. Recuperar esa olla perdida ha sido para m¨ª un ejercicio de perfecci¨®n. No he pretendido en esta vida otra cosa que reconstruir filos¨®ficamente en mi interior aquel espacio asc¨¦tico, blanco y pacifista de la cocina familiar como una forma delicada del esp¨ªritu. Aquel desaguisado me ha hecho antimilitarista.
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