Retrato de Ginebra o "Ver¨¦ qu¨¦ puedo encontrar"
La ciudad de Ginebra es tan enigm¨¢tica y contradictoria como un ser vivo. Yo podr¨ªa rellenar su documento de identidad. Nacionalidad: Neutral. Sexo: Femenino. Edad: (seamos discretos) parece m¨¢s joven de lo que es. Estado civil: Separada. Rasgo f¨ªsico: Ligeramente cargada de espaldas debido a su miop¨ªa. Observaciones generales: Sexy y reservada. No encontrar¨¢n confirmaci¨®n de ninguna de estas cosas en gu¨ªa tur¨ªstica alguna, pero s¨ª en ciertos escritos de Conrad, Graham Greene y Jorge Luis Borges.
En el cielo de Ginebra las nubes -dependiendo de los vientos, de los cuales los dos m¨¢s notorios son el bise y el foehn- provienen de Italia, Austria, Francia o, bajando por el valle del R¨®dano, de Alemania, los Pa¨ªses Bajos o el B¨¢ltico. A veces llegan desde lugares tan lejanos como el norte de ?frica y Polonia. Ginebra es un lugar de convergencia y ella lo sabe.
Ginebra no es ni portera ni juez. Es una observadora, fascinada por la pura variedad de aprietos y consuelos de los humanos
Cara a cara con la prostituta, el Borges de diecisiete a?os estaba paralizado por la timidez
Durante siglos, los viajeros de paso han dejado cartas, instrucciones, mapas, listas y mensajes, para que Ginebra los entregue a otros viajeros que llegar¨¢n despu¨¦s. Ella los lee todos con una mezcla de curiosidad y orgullo, llegando a la conclusi¨®n de que aqu¨¦llos no son lo bastante afortunados como para haber nacido en nuestro cant¨®n, parecen estar obligados a vivir cada una de sus pasiones, y la pasi¨®n es una calamidad que ciega. Su oficina central de Correos fue dise?ada para resultar tan imponente como la catedral.
A comienzos del siglo XX, Ginebra era un lugar habitual de reuni¨®n para los revolucionarios y conspiradores europeos, del mismo modo que ahora es uno de los puntos de encuentro de los mafiosos del nuevo orden econ¨®mico mundial. Y, de forma m¨¢s permanente, alberga a la Cruz Roja Internacional, a Naciones Unidas, a la Organizaci¨®n Internacional del Trabajo, a la Organizaci¨®n Mundial de la Salud y al Concilio Ecum¨¦nico de Iglesias. El 40% de la poblaci¨®n es extranjera. Veinticinco mil personas viven y trabajan all¨ª sin papeles. En la ONU, unos 24 hombres trabajan a jornada completa simplemente para llevar archivos y cartas de un departamento a otro.
Para los conspiradores, as¨ª como para todos los negociadores, atribulados o autocomplacientes, Ginebra ha ofrecido y sigue ofreciendo tranquilidad, su vino blanco con sabor a conchas marinas fosilizadas, traves¨ªas por el lago, nieve, estupendas peras, puestas de sol reflejadas en el agua, escarcha en los ¨¢rboles por lo menos una vez al a?o, los ascensores m¨¢s seguros del mundo, pescado ¨¢rtico procedente de su lago, chocolate con leche y un confort que es tan incesante, discreto y cabal que llega a ser lascivo.
A pesar de ser descendiente directa de Calvino, nada de lo que oye o contempla la sorprende. Nada le tienta tampoco, o por lo menos nada que sea obvio. Su pasi¨®n secreta (porque naturalmente tiene una) est¨¢ bien oculta y s¨®lo unos pocos la han percibido, entre ellos Jorge Luis Borges que, en 1955, cuando estaba casi ciego, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.
En el extremo sur de Ginebra, muy cerca del R¨®dano en su flujo de salida del lago, hay unas cuantas calles rectas, m¨¢s bien cortas y estrechas, con edificios de cuatro pisos, construidos originalmente en el siglo XIX como apartamentos residenciales. Algunos se convirtieron m¨¢s tarde en oficinas, otros siguen siendo utilizados como viviendas.
Estas calles parecen pasillos
que corrieran entre gigantescas estanter¨ªas de libros en una especie de biblioteca. Cada fila de ventanas cerradas, vista desde la calle, es la puerta de cristal a otra balda de una estanter¨ªa. Las cerradas puertas delanteras de madera barnizada son los cajones cerrados de cat¨¢logos de la biblioteca. Tras las paredes de estas calles todo aguarda a ser le¨ªdo. Yo las llamo las calles archivo.
No tienen nada que ver con los inmensos archivos reales de la ciudad de informes de comit¨¦s, memorandos olvidados, resoluciones aprobadas, actas de un mill¨®n de reuniones, descubrimientos de investigadores desconocidos, peticiones p¨²blicas desesperadas, expedientes de alto secreto, primeros borradores de discursos con garabatos amorosos en el margen, profec¨ªas tan acertadas que tuvieron que ser enterradas, quejas sobre los int¨¦rpretes, e innumerables presupuestos anuales; todo esto est¨¢ almacenado en otro sitio, en las oficinas de las organizaciones internacionales. Lo que aguarda a ser le¨ªdo en las estanter¨ªas de las calles archivo es privado, sin precedentes y casi ingr¨¢vido.
La Rue de la Maitresse es una de esas calles. Borges vivi¨® all¨ª en un hotel durante los ¨²ltimos seis meses de su vida. Hab¨ªa decidido que no quer¨ªa morir en Buenos Aires, sino en Ginebra, la ciudad que, como le gustaba decir, era una de sus patrias chicas.
Setenta a?os antes, en el verano de 1914, cuando Borges ten¨ªa 15 a?os, su familia, que hab¨ªa venido de visita desde Argentina, se vio atrapada en Ginebra por el estallido de la guerra, y ¨¦l fue a la escuela en el Instituto Calvino. La familia vivi¨® durante cinco a?os en la Rue Ferdinand Hodler, que es otra calle archivo, no muy distante de la antigua sinagoga. Hoy el hotel de la Rue de la Maitresse ha sido transformado en una discoteca llamada Piccadilly Dancing, y al lado hay una agencia de una l¨ªnea a¨¦rea.
Sin embargo, si pasean por la calle, observan sus puertas y miran hacia sus ventanas que se env¨ªan se?ales unas a otras, percibir¨¢n los secretos met¨®dicamente dispuestos que aguardan discretamente a ser desvelados y estudiados alg¨²n d¨ªa.
La pasi¨®n de Ginebra es descubrir, catalogar y comprobar lo que se ha dejado de lado. No es de extra?ar que sea corta de vista. ?Y qu¨¦ le aporta su pasi¨®n secreta? ?Qu¨¦ es lo que mitiga? Satisface su curiosidad insaciable.
Una curiosidad que tiene poco, o nada, que ver con el fisgoneo o la habladur¨ªa. Ginebra no es ni portera ni juez. Es una observadora, fascinada por la pura variedad de aprietos y consuelos de los humanos.
Ante cualquier situaci¨®n, por muy escandalosa que sea, es capaz de murmurar "lo s¨¦" y a?adir despu¨¦s con gentileza: Si¨¦ntese ah¨ª, ver¨¦ qu¨¦ puedo traerle.
Imposible adivinar si ese algo provendr¨¢ de una estanter¨ªa de libros, un botiqu¨ªn, un s¨®tano, un armario o el caj¨®n de su mesilla de noche. Y, curiosamente, es esta duda acerca del origen de lo que va a traer lo que la hace tan sexy.
Tuve un encuentro en Ginebra con mi hija Katya. Ten¨ªa que recogerla en las oficinas del peri¨®dico donde trabajaba y luego ¨ªbamos a ir a dar una vuelta en coche por los vi?edos que bordean el R¨®dano. Era junio y hac¨ªa calor.
Tomemos antes un caf¨¦ en la cafeter¨ªa italiana de la esquina, dijo ella.
Encontr¨® un lugar en pleno sol.
Yo me sent¨¦ a la sombra. Charlamos mientras tom¨¢bamos el caf¨¦, y luego ella dijo: Mira esos ¨¢rboles, ah¨ª es donde est¨¢ enterrado Borges. Vamos. Hemos hablado de ello a menudo, pero nunca lo hemos hecho.
El cementerio tiene amplias praderas y ¨¢rboles altos. A primera vista apenas se notan las tumbas. Un cementerio muy exclusivo llamado La Cimiti¨¨re des Rois.
Los p¨¢jaros cantaban obedientemente entre el ramaje. Las tumbas son principalmente de eminentes artistas locales o de catedr¨¢ticos universitarios. Emanan un cierto aire de suficiencia. Sus fantasmas, supongo, llevar¨¢n toga. Un zorzal pisaba melindroso la hierba reci¨¦n cortada. Pedimos a un jardinero, que result¨® ser bosnio, que nos indicase la direcci¨®n.
Por fin encontramos la tumba en un rinc¨®n alejado. Ning¨²n adorno. Una l¨¢pida sencilla y un rect¨¢ngulo de grava en el que estaba posado un cesto de mimbre que conten¨ªa tierra y un arbusto de hojas verdes peque?as y muy oscuras que ten¨ªa bayas. Tengo que encontrar su nombre porque Borges amaba la exactitud de las listas; cuando escrib¨ªa le daban la posibilidad de posarse, como un zorzal, en el lugar exacto que hab¨ªa elegido. Toda su vida estuvo penosa o escandalosamente perdido en pol¨ªtica, pero jam¨¢s en la p¨¢gina que estaba escribiendo.
Tengo que justificar lo que me hiere
Mi fortuna o desdicha no importan
Soy un poeta.
?l muri¨®, proclamaba la l¨¢pida, el 14 de junio de 1986.
Los dos nos quedamos ah¨ª de pie en silencio. Katya llevaba puesto un veraniego vestido estampado gris marengo y blanco. Afligido por su ceguera, ¨¦l s¨®lo habr¨ªa visto un desdibujado borr¨®n gris. Yo estaba sujetando mi casco negro en el que hab¨ªa metido los guantes.
Los motoristas llevan guantes de cuero ligeros incluso en los d¨ªas m¨¢s c¨¢lidos del verano por una raz¨®n en concreto. Te¨®ricamente, los guantes son para protegerse en caso de ca¨ªda, y para aislar las manos sudorosas de las pegajosas gomas de los pu?os. Sin embargo, m¨¢s ¨ªntimamente, protegen las manos de las fr¨ªas r¨¢fagas de viento que, aunque se agradecen cuando hace calor, embotan la sensibilidad del tacto. Los motoristas llevan guantes de verano en las manos por el placer de la precisi¨®n.
El arbusto, seg¨²n el jardinero bosnio, era un Buxus sempervirens. ?Deb¨ª haberlo reconocido! En los pueblos de la Alta Saboya uno moja un ramillete de esta planta en agua bendita para rociar de bendiciones por ¨²ltima vez el cuerpo de un ser querido tendido en su lecho de muerte.
Cuando ten¨ªa 17 a?os, Borges vivi¨® una experiencia en Ginebra que lo marc¨® profundamente. S¨®lo habl¨® de ello mucho despu¨¦s con uno o dos amigos. Su padre hab¨ªa decidido que ya iba siendo hora de que su hijo perdiera la virginidad. En consecuencia organiz¨® una cita para ¨¦l con una prostituta. Un dormitorio en un segundo piso. Una tarde de primavera tard¨ªa. Cerca de donde viv¨ªa la familia. Quiz¨¢ en la Place Bourg du Four, quiz¨¢ en la Rue General Dufour. Borges pudo haber confundido los dos nombres. Yo optar¨ªa por la Rue General Dufour porque es una calle archivo. Y todas las calles archivo discurren m¨¢s o menos perpendiculares al R¨®dano, y por ello son paralelas.
Cara a cara con la prostituta, el Borges de diecisiete a?os estaba paralizado por la timidez, la verg¨¹enza y la sospecha de que su padre era cliente de la misma mujer. Su cuerpo le angusti¨® a lo largo de su vida. S¨®lo se desnudaba en poemas, que, al mismo tiempo, eran sus ropas.
Si¨¦ntate ah¨ª. Ver¨¦ qu¨¦ puedo traerte, dijo ella suavemente.
Quiz¨¢ lo que Ginebra fue a llevarle, aquella tarde en la Rue General Dufour, cuando se percat¨® del desasosiego de aquel hombrecito y despu¨¦s de haberse puesto un salto de cama sobre sus blancos hombros -el bronceado todav¨ªa no se hab¨ªa puesto de moda- era media p¨¢gina arrancada de un archivo.
Katya y yo nos acuclillamos junto a su tumba. Hab¨ªa un grabado en bajorrelieve de unos hombres en lo que parec¨ªa ser una especie de embarcaci¨®n medieval, ?o quiz¨¢ estaban en tierra firme y era su f¨¦rrea disciplina de guerreros la que les hac¨ªa permanecer tan cerca e inmutablemente juntos? Parec¨ªan muy antiguos. En la parte de atr¨¢s hab¨ªa otros guerreros sujetando lanzas o remos, confiados, dispuestos a cruzar cualquier terreno o aguas que tuvieran que cruzar.
Cuando Borges vino a Ginebra a morir, lo hizo acompa?ado de Maria Kodama. A principios de los a?os sesenta hab¨ªa sido una de sus alumnas que estudiaba literatura anglosajona y n¨®rdica. Ten¨ªa la mitad de a?os que ¨¦l. Cuando se casaron, ocho semanas antes de que ¨¦l muriera, se mudaron del hotel de la Rue de la Maitresse a un apartamento.
ma. ?Debo decirte que esta inscripci¨®n incluye los crep¨²sculos, el ciervo de Nara, la noche que est¨¢ sola y las pobladas ma?anas, las islas compartidas, mares, desiertos, y jardines, lo que pierde el olvido y lo que la memoria transforma, la aguda voz del muec¨ªn, la muerte de Hawkwood, algunos libros y grabados?
S¨®lo podemos dar lo que nos ha sido dado. S¨®lo podemos dar lo que ya es de otro...
Un hombre joven con su hijo en un cochecito pas¨® a nuestro lado mientras Katya y yo trat¨¢bamos de ponernos de acuerdo sobre el idioma en que estaban inscritas las palabras de la estela. El ni?o se?al¨® con el dedo al zorzal que estaba en la hierba y el p¨¢jaro se adelant¨® pavone¨¢ndose; el ni?o se part¨ªa de risa, seguro de que hab¨ªa sido ¨¦l el que hab¨ªa hecho moverse al p¨¢jaro. Le se?al¨® otra vez. Y otra. El p¨¢jaro vol¨®.
Las cuatro palabras en la parte frontal resultaron estar en anglosaj¨®n. And Ne Forhtedan Na. No hay que tener miedo.
Ahora se acercaba una pareja a un banco vac¨ªo que hab¨ªa un poco m¨¢s lejos. Titubearon un poco y despu¨¦s decidieron sentarse. La mujer se sent¨® en las rodillas del hombre, de cara a ¨¦l.
Es una pena, pens¨¦, que no traj¨¦ramos ningunas flores para dejar a los pies de la tumba. Entonces, tuve una idea: en vez de flores, le dejar¨ªa uno de los guantes de piel que ten¨ªa metidos en mi casco.
El recuerdo de una ma?ana.
L¨ªneas de Virgilio y Frost.
La voz de Macedonio Fern¨¢ndez.
El amor o la conversaci¨®n de unos pocos.
Ciertamente son talismanes, pero in¨²tiles contra
la oscuridad que no puedo nombrar,
la oscuridad que no debo nombrar.
Comenc¨¦ a dudar. ?Simplemente parecer¨ªa que se le hab¨ªa ca¨ªdo a alguien! Un ajado guante negro, ca¨ªdo. No significar¨ªa nada. Olv¨ªdalo. Mejor vuelve otro d¨ªa con un ramo de flores.
Katya me mir¨® interrogativamente. Asent¨ª. Era hora de irse. Volvimos paseando lentamente hacia la entrada, sin hablar ninguno de los dos.
desenganch¨¦ el segundo casco que hab¨ªa tra¨ªdo para ella. A punto de ponerme el m¨ªo, saqu¨¦ los guantes. Faltaba uno.
Volveremos, debe hab¨¦rsete ca¨ªdo, dijo Katya, s¨®lo nos llevar¨¢ un minuto.
Le cont¨¦ lo que hab¨ªa pasado por mi cabeza mientras est¨¢bamos de pie junto a su tumba.
?Le infravaloraste!, replic¨® ella, ?le infravaloraste!
Met¨ª el guante que me quedaba en el bolsillo y nos fuimos en la moto. Katya se abri¨® la visera y, apoyando su barbilla en mi hombro, pregunt¨®: ?Era el de la mano derecha?
No lo s¨¦, grit¨¦.
No me sorprender¨ªa, dijo ella.
No me cerr¨¦ la visera. A veces oyes hablar en las r¨¢fagas de aire si llevas la visera levantada. Las voces de las propias palabras, o varias palabras fundi¨¦ndose en una sola voz. Cuando dej¨¢bamos atr¨¢s el pueblo, o¨ª a Ginebra decir con su voz habitual, evasiva, sexy: Espera un momento. Ver¨¦ qu¨¦ puedo traerte...
Traducci¨®n de News Clips.
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