"Tu sombra espera tras de toda luz"
El escritor corrigi¨® las pruebas de su ¨²ltimo libro, 'Negro el 10', en un hospital de Par¨ªs
Los ¨²ltimos tiempos de Julio Cort¨¢zar tuvieron que ver con ese verso estremecedor: "Tu sombra espera tras de toda luz". En una de las conversaciones, siempre l¨²cidas, que mantuvo con algunos de sus amigos, la luz y las sombras fueron su asunto. A Sa¨²l Yurkievich, albacea suyo, compatriota argentino, le dijo uno de aquellos d¨ªas del final de su vida: "Delante de m¨ª hay dos puertas: una lleva a la claridad y la otra lleva a la oscuridad".
"Pero el negro se ah¨ªnca primigenio. Toda luz en el carb¨®n se abisma, en el basalto"
La edici¨®n de ese libro fue una de las ¨²ltimas satisfacciones de su vida
Negro el 10 es un conjunto de breves poemas (tambi¨¦n en prosa) en los que la muerte es una presencia voraz. Lo escribi¨® para la pintura de su amigo Luis Tomasello, y no lo lleg¨® a ver editado. Empieza as¨ª: "Empieza por no ser. Por ser no. El caos es negro. Como es negra la nada". Y alcanza el sentido de su t¨ªtulo en este otro poema, el pen¨²ltimo de la serie: "Caballo negro de las pesadillas, hacha del sacrificio, tinta de la palabra escrita, pulm¨®n del que dise?a, serigraf¨ªa de la noche, negro el diez: ruleta de la muerte, que se juega viviendo".
Era su estado de ¨¢nimo, transpirando en esos poemas. La ¨²ltima vez que pase¨® por Par¨ªs lo hizo a principios de febrero, con su primera esposa, que le cuid¨® hasta el final, Aurora Bern¨¢rdez; el citado Yurkievich, y la esposa de ¨¦ste, Gladis. Como hab¨ªa sido uno de sus primeros lugares parisinos, y un lugar m¨ªtico para ¨¦l, quiso visitar la Biblioteca del Arsenal. Pero era un edificio muy alto, sin ascensor, y con Julio aquejado de una leucemia en estado avanzad¨ªsimo, era imposible que pudiera contemplar otra vez las salas antiguas en las que m¨¢s de una vez ley¨® sus libros favoritos.
As¨ª que se dirigi¨® a Aurora y le pidi¨®:
-Anda, sub¨ª, y dime si la biblioteca est¨¢ como siempre.
Luego quiso ir a su ¨²ltimo apartamento, en la calle de Martel, un cuarto piso sin ascensor. Tampoco pudo subir, as¨ª que, mientras contemplaba la escalera imposible, exclam¨®:
-Caramba, esta escalera es como un drag¨®n, qu¨¦ motivo para un cuento.
Volvieron al hospital, un trist¨ªsimo hospital del centro de Par¨ªs. All¨ª a¨²n tradujo -con Aurora Bern¨¢rdez- algunos de los cuentos que dej¨® escritos el ¨²ltimo amor -acaso el m¨¢s grande- de su vida, Carol Dunlop. Fallecida un a?o antes a causa de una mielitis, con ella hab¨ªa coprotagonizado -y coescrito- un libro, Los autonautas de la cosmopista, que constituye uno de los mejores relatos de viajes, y de amor, de la reciente historia de nuestra literatura.
La edici¨®n de ese libro -que primero public¨® su amigo el editor Mario Muchnik- fue una de las ¨²ltimas satisfacciones de su vida: un homenaje a Carol, y tambi¨¦n el inicio ya imparable de su melancol¨ªa, Negro el 10. Para promover esa tiern¨ªsima despedida vino a Espa?a en oto?o de 1983; le hizo Mercedes Mil¨¢ una entrevista para Televisi¨®n Espa?ola en Barcelona, y antes se encontr¨® con Mario Muchnik y con la esposa de ¨¦ste, Nicole, en el aeropuerto del Prat. ?stos estaban avisados de la enfermedad de Julio, as¨ª que la pregunta -"?c¨®mo est¨¢s?"- era absolutamente pertinente. Y ¨¦l respondi¨® as¨ª:
-Tranquilos, no es c¨¢ncer.
No era c¨¢ncer, era una enfermedad en la sangre que hab¨ªa contra¨ªdo en Nicaragua, su ¨²ltima gran pasi¨®n personal y pol¨ªtica. Se cuid¨®, visit¨® al hemat¨®logo cada 15 d¨ªas y llev¨® el dolor con dignidad, pero con rabia. "Mal, estoy mal, ?estoy harto de este cuerpo!".
Sa¨²l Yurkievich nos lo ha contado. Estaban en Aix en Provence, en verano, ¨¦l y su mujer, con Julio y con Carol, y ¨¦ste sufri¨® de improviso una hemorragia interna que requiri¨® atenci¨®n urgente. Y de ah¨ª naci¨® un diagn¨®stico fatal -el futuro tiene dos a?os- que se cumpli¨® casi al mil¨ªmetro. Esa condena que ¨¦l conoc¨ªa, aunque nunca hablara de ella, lo fue consumiendo. Ten¨ªa todos los motivos para saber qu¨¦ suced¨ªa, y qu¨¦ iba a suceder, pero nunca pregunt¨®.
Antes, en agosto de ese a?o, ya preso del pesar que le produjo la muerte de Carol Dunlop, estuvo en Segovia, pasando agosto, para estar con los Muchnik. "Claro", dice Mario, "estaba melanc¨®lico, triste, pero qu¨¦ dulce era con todo el mundo, con sus anfitriones, con los ni?os...". Un d¨ªa se le acercaron dos guardias civiles que le pidieron aut¨®grafos... Y un ni?o se le acerc¨® dici¨¦ndole: "Se?or, para mi padre, usted es Dios". "Pues dile a tu padre", le explic¨® Cort¨¢zar, "que Dios no existe".
"Pero el negro se ah¨ªnca primigenio. Toda luz en el carb¨®n se abisma, en el basalto". Muri¨® el 12 de febrero de 1984.
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