Grigori Sokolov, gratitud y silencio
A un m¨²sico grande no s¨®lo se le reconoce por la calidad de su sonido: a los mejores los distingue adem¨¢s la calidad ¨²nica del silencio sobrecogido y atento que parece irradiar de ellos mientras tocan, que se mantiene intacto en las pausas entre las partes de una obra y dura todav¨ªa unos segundos preciosos despu¨¦s del final, antes de que rompan los aplausos. Muy pocas veces tiene ocasi¨®n un aficionado de escuchar un concierto de piano como el que ofreci¨® el lunes en el Auditorio Nacional Grigori Sokolov, pero es m¨¢s raro todav¨ªa escuchar un silencio como el que se percib¨ªa esa noche, tan puro, tan hondo, que incluso parec¨ªa que por un milagro s¨²bito de la salud p¨²blica se hab¨ªan curado todos los catarros cavernosos que aquejan inveteradamente a una parte del p¨²blico, y que incluso las alarmas insidiosas de los relojes y de los tel¨¦fonos m¨®viles hab¨ªan enmudecido con sigilo un¨¢nime.
Sali¨® Sokolov a escena con expresi¨®n hura?a y sus andares de hombr¨®n torpe al que nunca le sentar¨¢ bien un frac, y unos segundos m¨¢s tarde la m¨²sica y el silencio que la circundaba ya hab¨ªan alcanzado un grado tal de intensidad y maestr¨ªa que era como si el tiempo se hubiera detenido, y como si en la sala tan grande no hubiera nadie m¨¢s que ese hombre solo y grandull¨®n con una delicadeza de p¨¢jaro en las manos, con una portentosa energ¨ªa, no s¨®lo intelectual, sino tambi¨¦n f¨ªsica, porque ofreci¨® un programa de dimensiones heroicas, que empezaba por lo m¨¢s alto, sin pre¨¢mbulos ni piezas de ocasi¨®n o de relleno, yendo al coraz¨®n mismo de la m¨²sica para teclado. Toc¨® la sexta partita de Bach, coron¨¢ndola sin pausa con la Fantas¨ªa y fuga en la menor, y despu¨¦s de un descanso en el que uno hubiera deseado no hablar con nadie, no desperdiciar mundanamente ni un solo matiz de la emoci¨®n reci¨¦n experimentada, vinieron, una tras otra, dos sonatas cruciales de Beethoven, la und¨¦cima y la trig¨¦sima segunda. El talento sutil de la interpretaci¨®n revelaba los saltos en el tiempo y la quiebra de los estilos -de Bach a Beethoven, del Beethoven clasicista de 1800 al asombrosamente iconoclasta de 20 a?os despu¨¦s-, pero tambi¨¦n mostraba las l¨ªneas de continuidad entre el pasado y el porvenir, entre la tradici¨®n heredada y las tensiones a las que la somete cada m¨²sico. La larga sombra de Bach se proyectaba en Beethoven, y las audacias y temeridades de ¨¦ste iluminaban retrospectivamente la vitalidad innovadora y el rigor especulativo del antiguo maestro. Delicadeza y arrojo, sabidur¨ªa y abandono, recogimiento y arrebato, flu¨ªan con igual vehemencia de las manos de aquel hombre que inclinaba sobre el teclado su gran cabeza tosca con un mech¨®n de pelo blanco y sus hombros enormes. En el arte de Sokolov, como en su figura, hay un rasgo de exceso, una cualidad de sobreabundancia y derroche. Otros pianistas miden cautelosamente sus fuerzas: Sokolov, despu¨¦s de un empe?o que extenuar¨ªa a cualquier otro, agradece el fervor de los aplausos con una generosidad que parece tan inagotable como su energ¨ªa, y cada vez que vuelve al escenario con los mismos andares de hombre grandull¨®n y el mismo gesto hura?o en la cara, se sienta al piano y nos regala un breve prodigio, dilatando todav¨ªa m¨¢s su viaje por las anchuras de la m¨²sica: un estudio, una mazurca, un preludio de Chopin, dos piezas cristalinas de Rameau, un preludio de Bach. Con la mitad de las butacas ya vac¨ªas y el p¨²blico de pie en las escaleras o en los pasillos de salida, el silencio se repite cada vez, igual de limpio y sobrecogido, prolongado unos segundos m¨¢s antes del aplauso, para apurar la resonancia de la ¨²ltima nota. Entre los bravos finales, alguien grit¨®: "Gracias". Una gratitud ¨ªntima nos sigue embargando en el recuerdo a quienes escuchamos la otra noche a Grigori Sokolov.
Babelia
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