Mi T¨¤pies particular
Vi mi primer t¨¤pies a los 13 a?os y fue en el escaparate de la tienda Gales del paseo de Gr¨¤cia, en Barcelona. ?Qui¨¦n me iba a decir entonces que diez a?os m¨¢s tarde dejar¨ªa mi cama a Antoni T¨¤pies? En el a?o 1966, durante el sitio que la polic¨ªa franquista hizo al convento de capuchinos de Sarri¨¤, conoc¨ª a T¨¤pies en persona y le atend¨ª. Por m¨¢s que mi cama, consistente en cuatro maderas y un jerg¨®n, no representaba ning¨²n confort, siempre me lo agradeci¨®. En mi mesilla de noche, encontr¨® un ejemplar de su primera monograf¨ªa, que por aquel entonces era mi libro de cabecera. En las paredes de la celda pudo adem¨¢s contemplar mis primeras pinturas, una de las cuales ha pasado a formar parte de la colecci¨®n del Macba. Aunque me cueste admitirlo, ?creo que los dioses existen!
En su materia est¨¢ inscrita toda la condici¨®n humana y es precisamente por ello que su pintura es esencialmente pol¨ªtica
El vac¨ªo en T¨¤pies no es nirvana, es tambi¨¦n materia. Su vac¨ªo, como el de Lucrecio, es igual de concreto que los cuerpos s¨®lidos
Despu¨¦s del tristemente c¨¦lebre sitio policial, T¨¤pies me invit¨® a visitar su estudio en la calle de Saragossa. Recuerdo uno por uno los cuadros que all¨ª vi y todav¨ªa podr¨ªa se?alar el lugar que ocupaba cada uno. Sobre todo recuerdo el olor del estudio, un olor que todav¨ªa llevo grabado en la memoria y que tengo la fortuna de reencontrar cada final de verano en su estudio de Campins. T¨¤pies me devolvi¨® la visita varias veces y m¨¢s de una vez le vi sufrir lo suyo contemplando mis esculturas de papel, unas piezas min¨²sculas que s¨®lo con respirar se ca¨ªan. Una vez me pregunt¨® si no me gustar¨ªa trabajar con formatos m¨¢s grandes y le dije que s¨ª, pero que no dispon¨ªa de recursos para comprar materiales. Dos d¨ªas despu¨¦s llamaron a mi puerta y me entregaron un cargamento de telas y pinturas de parte de T¨¤pies. Acostumbrado a la precariedad, continu¨¦ haciendo esculturas de papel y dej¨¦ las telas para el d¨ªa que llegara a ser un artista digno de ellas. Creo que uno es artista por pura subsistencia, porque sus propias limitaciones lo hacen creativo. T¨¤pies fue tambi¨¦n mi primer coleccionista, algo que le agradezco much¨ªsimo. Fue el primero y el ¨²ltimo en muchos a?os. En 1969 compr¨® unas burbujas disecadas, la ¨²ltima pieza que hice con voluntad conceptual. Por aquel entonces ya me hab¨ªa dado cuenta de que el conceptualismo era un callej¨®n sin salida. Fue seis a?os antes de que empezara la famosa disputa entre los artistas conceptuales y T¨¤pies.
Hoy, 48 a?os despu¨¦s de haber visto su primera obra, la pintura de T¨¤pies me sigue impresionando. El m¨¦rito no es s¨®lo suyo, sino tambi¨¦n m¨ªo. Si T¨¤pies ha seguido su camino sin escuchar a nadie, yo al contemplar su obra tampoco he atendido a ninguna voz que no fuera la m¨ªa. Desde su pintura me he dejado decir. Jorge Luis Borges afirmaba que "uno de los pecados de la literatura (y de paso podemos decir tambi¨¦n de la pintura) moderna es que tiene demasiada conciencia de s¨ª misma". Esta conciencia ansiosa que invade el mundo del arte es una neurosis nacida de la dependencia excesiva del discurso cr¨ªtico. Fascinado por lo circunstancial, el cr¨ªtico moderno es incapaz de entender que por encima de todo, el arte es vivencia. Para preservarnos de ella, nos aturde con discursos que nos intentan proteger del peligro del goce est¨¦tico y nos impide aprehender el arte como experiencia. El mundo del arte ignora hoy que las palabras son s¨ªmbolos para recuerdos compartidos. Una de las cosas que actualmente m¨¢s distorsiona la comprensi¨®n del arte es que la cr¨ªtica depende excesivamente de la sociolog¨ªa. A pesar de que la realidad del arte es m¨²ltiple, la sociolog¨ªa, de todos los perfiles posibles del arte, s¨®lo destaca uno, que es importante pero no suficiente. Estas ramas que oscurecen el bosque y que nos privan de comprender el arte son las culpables de que en el mundo de hoy s¨®lo puedan subsistir dos clases de artistas: los gigantes y los an¨®nimos, los ¨¢rboles imbatibles y las setas casi invisibles. Si T¨¤pies pertenece a la primera clase de artistas, yo formo parte de la segunda. Por ello puedo disfrutar de su sombra sin complejos.
Toda la obra de T¨¤pies puede resumirse en un solo cuadro. Eso es cierto incluso a pesar de que cada uno de sus cuadros permite infinidad de lecturas. ?l mismo es el primero en volver una y otra vez a sus piezas anteriores para producir cosas nuevas, sin que su obra se agote nunca. As¨ª, para acotar mejor mi T¨¤pies particular, intentar¨¦ resumir toda su obra en una sola. En contraste de lo que me sucede con la pintura de Picasso, frente a la cual siento un zumbido ensordecedor en los o¨ªdos, o con la de Mir¨®, que siento como un latigazo en la espina dorsal, la pintura de T¨¤pies la recibo en el est¨®mago, como un puntapi¨¦. Para m¨ª, la pintura de T¨¤pies es materia, una materia que se impone a mi pensamiento y me obliga a pensarla con tal profundidad que me fuerza a modificar hasta la percepci¨®n que tengo de ella. Es una materia que no es s¨®lo cosa que acoge cosas, sino tambi¨¦n espejo que me acoge como un v¨¦rtigo. El vac¨ªo en T¨¤pies no es nirvana, es tambi¨¦n materia. Su vac¨ªo, como el de Lucrecio, es igual de concreto que los cuerpos s¨®lidos. Hasta sus amputaciones son manifestaciones del todo, pero es un todo entendido como materia. En su materia est¨¢ inscrita toda la condici¨®n humana y es precisamente por ello que su pintura es esencialmente pol¨ªtica. Es materia que libera cosas que ni ella misma conoce pero que la memoria del artista proclama. La memoria arcaica y premonitoria en su obra es tambi¨¦n materia. En T¨¤pies, la materia no se deja decir del todo porque remite simult¨¢neamente a realidades opuestas. Remite a cosas que son belleza por el hecho de ser necesidades que se reclaman.
A?adir¨¦ que me gusta comparar la obra de T¨¤pies con la de Marcel Duchamp. Creo que entre ellas existe un cierto parentesco y no lo digo porque piense que los objetos de T¨¤pies tengan nada a ver con los ready-mades de Duchamp. Creo que ambos artistas tienen una manera bastante af¨ªn de entender la realidad. Que T¨¤pies utilice un lenguaje tradicional y Duchamp no lo haga es secundario. Ambos entienden que la disfunci¨®n es el motor que genera realidades. Por ejemplo, la m¨¢quina en El gran vidrio gira gracias a la imposibilidad de que sus pretendientes posean a la novia. La eficacia de la m¨¢quina que propone Duchamp no reside en lo sincr¨®nico sino en lo disfuncional. T¨¤pies propone algo parecido. Muestra ocultando y se busca para afirmarse y borrarse a la vez. Creo que la fascinaci¨®n que T¨¤pies siente por los cuerpos amputados lo relaciona estrechamente con Duchamp. La imagen de la mujer troceada en ?tant donn¨¦ participa del mismo discurso cr¨ªtico que encontramos en T¨¤pies. T¨¤pies y Duchamp cuestionan la cultura moderna porque se estructura sobre pilares que se sostienen ¨²nicamente gracias al conocimiento especializado y eso nos incapacita para la comprensi¨®n total de la realidad. Que uno de estos artistas manifieste su cr¨ªtica de forma ir¨®nica y el otro lo haga con un cierto dramatismo es tan s¨®lo una cuesti¨®n anecd¨®tica.
Para terminar me gustar¨ªa contar una an¨¦cdota. Una vez, en Par¨ªs, al volver la esquina de una calle me encontr¨¦ de cara con T¨¤pies y su mujer Teresa, que paseaban sin rumbo fijo. Les dije que yo iba al Louvre y les propuse que me acompa?asen, cosa que hicieron de buen grado. Siempre hab¨ªa esperado este momento: poder contemplar pintura a su lado y poder escuchar sus perspicaces observaciones. Una vez dentro del museo, sin embargo, rodeado de tantos siglos de pintura, T¨¤pies se sinti¨® inc¨®modo y empezamos a correr por las salas. ?Jam¨¢s hab¨ªa visitado el Louvre a tal velocidad! ?Creo que hasta ganamos la carrera a los protagonistas del filme de Godard! Era como si la sola presencia de la pintura lo indispusiera. Recuper¨® la calma en las salas del arte egipcio, pero incluso all¨ª daba la sensaci¨®n de que las piezas monumentales apenas le interesaban. Dirigi¨® su atenci¨®n a las piezas peque?as y las contemplaba con la mirada embelesada del coleccionista. Jam¨¢s he podido hablar de pintura con T¨¤pies y creo que en ello hay un cierto pudor. ?En realidad se puede hablar de pintura? La pintura s¨®lo se puede compartir emocionalmente.
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