Antonio Garrigues D¨ªaz-Ca?abate, abogado, diplom¨¢tico y ex ministro
Lleg¨® a los cien a?os el 9 de enero de 2004 y ayer falleci¨® en su casa de Madrid, despu¨¦s haber vivido una vida plena hasta el final. Antonio Garrigues D¨ªaz-Ca?abate, madrile?o de nacimiento, abogado, fue director general en la Rep¨²blica, embajador con el franquismo y ministro de Justicia en el primer Gobierno de la Monarqu¨ªa.
Era un hombre elegante y afectuoso, cuyas dotes para la diplomacia fueron ejercidas tanto en la vida cotidiana como en las canciller¨ªas, y en ambos lugares tuvieron el efecto de lograr acuerdos y de adentrarse en amistades muy duraderas.
Entre todas las pasiones que desempe?¨® en la vida -entre otras, las de la amistad y el amor-, la que le dej¨® m¨¢s satisfecho siempre fue el hecho de haber convertido su vocaci¨®n de abogado en el eje de una gran empresa jur¨ªdica que ahora mismo re¨²ne, bajo la jefatura de su hijo Antonio Garrigues Walker, a m¨¢s de mil profesionales en lo que es el despacho m¨¢s grande de la Europa continental.
Pero fue sobre todo un hombre sabio en el manejo de la vida. Tuvo el soporte de la fe cat¨®lica, gracias a la que abord¨® con entereza el fallecimiento de dos de sus hijos, Joaqu¨ªn, pol¨ªtico liberal, y Juan, empresario; su relaci¨®n con Dios, dec¨ªa, "me dio humildad", y esa misma fe le permiti¨® ser orgulloso siendo tambi¨¦n compasivo. Cuando cumpli¨® los cien a?os, su hijo Antonio nos dijo que los instrumentos de que se vali¨® su padre para estar siempre en forma, hasta ese mismo momento, ven¨ªan de la teor¨ªa de un psic¨®logo argentino: jam¨¢s hab¨ªa pensado en jubilarse, todos los d¨ªas se fabric¨® una curiosidad distinta para seguir viviendo y nunca perdi¨® -nunca- el inter¨¦s por el sexo opuesto.
Y este ¨²ltimo fue en su caso un mandamiento que a veces le gener¨® rumores que ¨¦l se encarg¨® de convertir en leyenda gracias a su propio silencio sobre ellos. Se dijo que Jacqueline Kennedy, la viuda del presidente norteamericano, hab¨ªa sido una rendida admiradora suya, y acaso mucho m¨¢s. Fue muy valorado por la familia Kennedy, y aunque se ha dicho que la suya con Jackie fue lo que se llama una amiti¨¦ amoureuse, para ella fue un soporte y un amigo fundamental tras el asesinato del presidente m¨¢s popular que ha tenido Estados Unidos.
En sus ¨²ltimos a?os no perdi¨® ni la lucidez ni las ganas de saber. Compart¨ªa conversaciones, sobre la pol¨ªtica y sobre la vida, e incluso concedi¨® entrevistas con motivo de aquella efem¨¦ride, y estaba conectado a todos los medios de comunicaci¨®n, excepto a la televisi¨®n, que le interesaba poco. Le¨ªa, como siempre hizo, EL PA?S y el Abc, y escuchaba con devoci¨®n la radio, que fue para ¨¦l un invento esencial en el siglo que abarc¨® su vida. A veces se extra?aba, a¨²n, del inmenso poder de ese medio, al que estuvo ligado hasta su muerte, pues fue presidente ejecutivo de la SER en varias etapas de la historia de esta cadena y desde 1990 ocup¨® el cargo de presidente de honor de la compa?¨ªa.
Cuando cumpli¨® los cien a?os recibi¨® muchas felicitaciones de amigos suyos, algunos de los cuales comentaron entonces el vigor con el que a¨²n se defend¨ªa su letra manuscrita. Con motivo de ese centenario, le fue concedido por la Monarqu¨ªa el t¨ªtulo de marqu¨¦s.
Su vida pol¨ªtica fue amplia pero siempre reticente, prefer¨ªa el ejercicio de la abogac¨ªa. Su primer cargo p¨²blico fue la direcci¨®n general de los Registros y el Notariado del Ministerio de Justicia, en el primer Gobierno de la Rep¨²blica. En ese periodo particip¨® tambi¨¦n en la fundaci¨®n de la revista de ra¨ªz cat¨®lica Cruz y Raya, que dirigi¨® Jos¨¦ Bergam¨ªn. En el ¨¢mbito cat¨®lico fue un militante que trat¨® de juntar tendencias y atemperar la intolerancia que sufri¨® Espa?a bajo el franquismo, cuyo r¨¦gimen le reclam¨® tambi¨¦n para realizar actividades p¨²blicas.
Fue embajador de Espa?a en Washington (1962-1964) y en el Vaticano (1964-1972). En ambos casos, fue el instrumento que tuvo el r¨¦gimen para solventar dos asuntos de extrema gravedad, la renegociaci¨®n de los acuerdos militares con Estados Unidos y los acuerdos con la Santa Sede, respectivamente. En las memorias que public¨® (Di¨¢logos conmigo mismo, Planeta, 1978), consider¨® que su contribuci¨®n hab¨ªa sido para modernizar la imagen del r¨¦gimen de Franco, que seg¨²n ¨¦l era "retr¨®grado" e imposible de vender en el extranjero.
Cuando se produjo la transici¨®n democr¨¢tica, Garrigues fue llamado a ocupar el cargo de ministro de Justicia en el primer Gobierno de la Monarqu¨ªa, cargo en el que despleg¨® una actividad con la que quiso dar cuerpo a su idea de lo que ha de ser un pol¨ªtico y de lo que ha de ser un intelectual: "Creo que un pol¨ªtico que s¨®lo sea acci¨®n no es nada, como un intelectual que s¨®lo sea pensamiento. El pol¨ªtico ha de ser actor y autor del drama...". Como "actor del drama", confi¨® su experiencia de la transici¨®n, que para ¨¦l fue un trabajo muy bien hecho, a pesar de todas las dificultades.
En 1986 ingres¨® en la Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas. Ah¨ª habl¨® del drama de la vida y de su descubrimiento de la poes¨ªa. Y cit¨® un poema de Quevedo, Amor constante m¨¢s all¨¢ de la muerte, para explicar su esperanza en la existencia: "Alma a quien todo un Dios prisi¨®n ha sido / Venas que humor a tanto fuego han dado / M¨¦dulas que han gloriosamente ardido / Su cuerpo dejar¨¢n, no su cuidado / Ser¨¢n ceniza, m¨¢s tendr¨¢n sentido / Polvo ser¨¢n, m¨¢s polvo enamorado".
Acaso ¨¦se sea el poema de su despedida, con estas palabras que entonces, en aquel ingreso, le dedic¨® su amigo Jos¨¦ Mar¨ªa de Areilza: "Un espa?ol eminente y un razonador profundo".
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