UE: tiempos de mudanza
Cualquier reflexi¨®n sobre el debate constitucional, y en general sobre el futuro de la UE, ha de partir de la constataci¨®n que la Uni¨®n es la historia de un ¨¦xito, la concreci¨®n del sue?o de varias generaciones de europeos construido sobre innumerables tensiones, arduas negociaciones y compromisos dif¨ªcilmente alcanzados. La actual coyuntura negociadora no tiene, pues, nada de excepcional.
Frente a esta aproximaci¨®n, muchos son los que, entre nosotros, se han dejado llevar por una dramatizaci¨®n extrema de las consecuencias de la falta de acuerdo en el Consejo Europeo de diciembre.
La realidad es que alcanzar un acuerdo en aquel Consejo hubiera sido casi milagroso. Lo intentamos, es cierto, y con toda nuestra energ¨ªa. Tal vez, precisamente porque sabemos que, en materia de construcci¨®n europea, se dan los milagros. Pero ninguna reforma del Tratado ha tenido la ambici¨®n y el calado del salto cualitativo que los europeos pretendemos con la Constituci¨®n. Y en ninguna Conferencia Intergubernamental anterior la presidencia que la ha iniciado ha llegado a concluirla.
Sigue, as¨ª, actuante entre nosotros, de manera impl¨ªcita, una visi¨®n idealizada del proceso europeo. Varias generaciones de espa?oles hemos so?ado con Europa, con la vuelta a la normalidad hist¨®rica que pertenecer a Europa habr¨ªa de suponer. Y la imagen de un ideal es luminosa; en ella no hay lugar para nubarrones. Tenemos, as¨ª, tendencia a magnificar las consecuencias de cualquier discrepancia, sobre todo si otros, interesadamente, le atribuyen la denominaci¨®n de origen made in Spain. Todav¨ªa hoy, disentir seriamente en nuestro ¨¢mbito europeo nos provoca aprensi¨®n, como si introduj¨¦ramos en Europa, en esa armon¨ªa europea de nuestros sue?os, precisamente la discordia, identificada como una peculiaridad tan nuestra, causante hist¨®rica de nuestras desgracias.
Sin embargo, el concepto de construcci¨®n europea que tiene un franc¨¦s, un italiano o un alem¨¢n es mucho menos idealizado. No s¨®lo porque hablamos de fundadores o de quienes llevan m¨¢s tiempo en este proceso, sino porque, mientras para los espa?oles participar en la construcci¨®n europea era el marchamo de democracia y normalizaci¨®n pol¨ªtica a que aspir¨¢bamos, los europeos que nos han precedido tienen una visi¨®n m¨¢s pragm¨¢tica, de acuerdo con la cual estamos juntos por inter¨¦s. Y la raz¨®n ¨²ltima de nuestra comunidad ser¨ªa evitar una reedici¨®n de las guerras que, durante el siglo XX, asolaron por dos veces sus pa¨ªses, destruyeron sus econom¨ªas y diezmaron su poblaci¨®n. Guerras en las que, es importante recordarlo, la Espa?a aislada, la Espa?a diferente, no particip¨®.
Y, s¨ª, vivimos tiempos de mudanza. Mudanza por raz¨®n de un mundo donde la globalizaci¨®n no es ya una opci¨®n, sino nuestra nueva circunstancia, y los desaf¨ªos y amenazas asim¨¦tricas impensables hace 20 a?os se alzan como tel¨®n de fondo de nuestra pol¨ªtica. Mudanza, en particular, en asuntos puramente europeos. Pues, ?qu¨¦ otro calificativo cabe aplicar al presente a?o 2004? En efecto, a los comicios en varios pa¨ªses europeos, en particular Espa?a, se unen las elecciones al Parlamento Europeo y el cambio de la Comisi¨®n; primero, por la incorporaci¨®n de 10 nuevos comisarios y, m¨¢s adelante, en el ¨²ltimo trimestre, por la renovaci¨®n de todos ellos.
Y esto sucede en un escenario econ¨®mico de ralentizaci¨®n que Espa?a, afortunadamente, ha afrontado hasta ahora con ¨¦xito, pero que reclama superar las consecuencias de la ruptura, por parte de dos pa¨ªses emblem¨¢ticos en la construcci¨®n europea, del acuerdo de estabilidad presupuestaria que firmamos todos hace seis a?os. Adem¨¢s, hemos de renovar las pol¨ªticas de competitividad seg¨²n el dise?o de Lisboa perfeccionado en Barcelona bajo la ¨²ltima presidencia espa?ola. Y desde estas referencias hemos de negociar el marco financiero plurianual que regir¨¢ en el septenio 2007-2013, as¨ª como las bases de la pol¨ªtica de solidaridad.
Pero, con ser muchas e importantes las citas mencionadas, 2004 viene principalmente marcado por hitos que afectan a la estructura misma de Europa. El 1 de mayo se har¨¢ realidad la ampliaci¨®n a 25 miembros, la mayor de la historia de la Uni¨®n Europea, que va a significar la incorporaci¨®n a nuestra ciudadan¨ªa com¨²n de m¨¢s de setenta y cinco millones de nuevos europeos que, sin embargo, aportar¨¢n una suma de productos interiores brutos inferior al de Pa¨ªses Bajos. Por otra parte, en noviembre tendremos que decidir el inicio de las negociaciones para la incorporaci¨®n de Turqu¨ªa a la Uni¨®n Europea; acuerdo que habr¨¢ de tomarse con los criterios de Copenhague como contraste, aplicados, por cierto, con una interpretaci¨®n y unas exigencias semejantes a las utilizadas respecto de otros pa¨ªses hoy ya pr¨¢cticamente integrados en la Uni¨®n o en v¨ªas de hacerlo en 2007: las mismas exigencias que a los dem¨¢s; ni m¨¢s, ni menos.
Y por fin, 2004 tiene que encauzar el debate constitucional. Este debate es, en estos momentos, insoslayable. Pese a quienes opinan que la Constituci¨®n europea es inoportuna, bien por llegar demasiado tarde, bien porque lo hace antes de tiempo; que 2004 tiene una agenda demasiado cargada y que, por ello, no ser¨¢ posible llegar a un texto consensuado. Pero la Constituci¨®n es precisamente la clave de b¨®veda de una armoniosa conjugaci¨®n de las tres preguntas fundamentales cuya necesaria confrontaci¨®n 2004 nos ha tra¨ªdo en su morral.
?Qu¨¦ queremos los europeos de la Uni¨®n hacer juntos? Este debate -eminentemente constitucional- comprende, en particular, la decisi¨®n de las pol¨ªticas que, abandonando el terreno intergubernamental, queremos poner en la cesta com¨²n. La respuesta espa?ola se sintetiza en el que fue lema de la ¨²ltima presidencia: queremos m¨¢s Europa; m¨¢s y mejor Europa.
Hemos de abordar, asimismo, de frente el "qui¨¦nes". Y hemos de hacerlo sin complejos, sin hipocres¨ªas, mirando al futuro, que no al pasado: ?qui¨¦nes queremos ser los europeos de la Uni¨®n? Y esta cuesti¨®n discurre en un doble plano. Por una parte, el debate sobre los l¨ªmites geogr¨¢ficos de la Uni¨®n; por otra, el m¨¢s profundo sobre las bases, los cimientos de la emergente identidad europea. En este marco han de situarse la pol¨¦mica sobre lasra¨ªces cristianas de Europa, la cuesti¨®n de la incorporaci¨®n de Turqu¨ªa y las reflexiones sobre la construcci¨®n de una identidad europea que busca erigirse en contrapeso de los Estados Unidos o, por el contrario, cimentarse sobre principios y valores compartidos a ambos lados del Atl¨¢ntico.
Espa?a est¨¢ en primera l¨ªnea defendiendo la construcci¨®n de la identidad europea sobre principios y valores. Y lo est¨¢ desde el convencimiento de que el multilateralismo eficaz que propugnamos precisa de una concertaci¨®n estrecha entre quienes compartimos las estructuras fundamentales del Estado de derecho.
Por ¨²ltimo, adem¨¢s del qu¨¦ y el qui¨¦nes, los europeos hemos de responder al ?c¨®mo queremos los europeos de la Uni¨®n realizar estas ambiciones comunes? Esta reflexi¨®n se conjuga en varios ¨¢mbitos. En las perspectivas financieras que habr¨¢n de explicitar, en dinero contante y sonante, la realidad, la dimensi¨®n concreta de nuestras ambiciones te¨®ricas. Pero, adem¨¢s, tambi¨¦n en la Constituci¨®n.
Al afrontar estos retos de 2004, y en particular el debate constitucional desde Espa?a, entendemos que no existe un escalaf¨®n de europe¨ªsmo entre los socios, ni otra jerarqu¨ªa, a la hora de conseguir nuestros objetivos comunes, que la de esos valores que vertebran el proyecto de Constituci¨®n europea. Trabajamos en pro de una Europa en la que los intereses de todos encuentren su acomodo; en contra de que un directorio decida cu¨¢l es el inter¨¦s general para imponerlo -o "sugerirlo"- a los dem¨¢s. Porque la Constituci¨®n europea que estamos debatiendo no puede ser una "Carta otorgada" por unos pocos Estados. Todos somos accionistas de la marca "Europa", y nadie -ni aquellos miembros sin los cuales el proceso de integraci¨®n no se entender¨ªa- puede secuestrar la definici¨®n de nuestro futuro com¨²n.
Ana Palacio es ministra de Asuntos Exteriores de Espa?a.
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