El rechazo al olvido
Frente al af¨¢n de tantos j¨®venes autores, deseosos de publicar, cuanto antes, sus primeros escarceos literarios, y la impaciencia de otros, ya con la juventud en el div¨¢n, que no quieren irse de este mundo sin ver su nombre en una portada, se agradece esa tercera v¨ªa, poco transitada hoy, de quienes no aparecen en la palestra p¨²blica, hasta asegurarse de que su oficio literario est¨¢ maduro. Sigilo o acaso pudor, lo cierto es que esa vida preliminar, dedicada a forjar un material verbal que no sea hijo del mercado o de la moda, sin ser garant¨ªa de excelencia, al menos acredita una firme determinaci¨®n a favor de la literatura, considerada un arte de sentido, no un c¨²mulo de an¨¦cdotas que trenzan una historia programada, mil veces le¨ªda.
En otras ocasiones se ha deplorado, en esta misma secci¨®n, la disminuida exigencia con que los nuevos autores certifican su valor literario y la lamentable generosidad de algunas editoriales para darles cabida en sus cat¨¢logos. Por suerte, hay excepciones, aunque la nutrida concurrencia de libros de d¨¦biles prop¨®sitos, tan pertinaz, parece una tendencia fatalmente contagiosa. Si el ocio, la curiosidad, o alg¨²n extra?o lenitivo, impusiera la lectura ¨²nica de primeras obras, no quedar¨ªa otra opci¨®n, para seguir respirando, que desertar de la literatura.
Una excepci¨®n admirable, por tanto un aliciente inesperado que corrige el chasco general, es el primer libro de Alberto M¨¦ndez (Madrid, 1941), Los girasoles ciegos, una serie de cuatro relatos sobre la derrota, con el horror de nuestra Guerra Civil como origen de la calamidad. Las historias, datadas en los a?os que van de 1939 a 1942, conforman una ¨²nica tira tr¨¢gica, con ecos de unas a otras, repeticiones y engarces que arman un friso narrativo y articulan el car¨¢cter unitario del libro; Alberto M¨¦ndez concede a cada relato su singularidad, pero s¨®lo el conjunto instaura su sentido, que no es otro que admitir la labor del duelo, seg¨²n el ep¨ªgrafe de Carlos Piera que abre el libro: "El duelo no es ni siquiera cuesti¨®n de recuerdo: no corresponde al momento en que uno recuerda a un muerto, un recuerdo que puede ser doloroso o consolador, sino a aquel en que se patentiza su ausencia definitiva. Es hacer nuestra la existencia de un vac¨ªo".
Los girasoles ciegos se publica en un momento en que la memoria hist¨®rica de este pa¨ªs, impulsada m¨¢s por organizaciones ciudadanas que por instituciones p¨²blicas, se encuentra empe?ada en recuperar y dignificar a las v¨ªctimas del bando derrotado, enterradas en las llamadas "fosas del olvido". A la vez, con distintos enfoques, han ido apareciendo novelas que tematizan este olvido: Soldados de Salamina, de Javier Cercas; La voz dormida, de Dulce Chac¨®n; Las trece rosas, de Jes¨²s Ferrero. La novela de Cercas pone un aura de consolaci¨®n en los vencidos que transfigura la derrota en victoria moral, un bucle sentimental que decora la tragedia; Chac¨®n exalta el sacrificio de las mujeres republicanas, y honra su condici¨®n de m¨¢rtires, algo no muy distinto del trato de los vencedores con sus "ca¨ªdos"; Ferrero, s¨ª, se aproxima al mito, la tragedia y el duelo. Ninguno llega m¨¢s lejos que Alberto M¨¦ndez. Los girasoles ciegos posee la impronta y el delirio de un libro pensado durante toda una vida; cada l¨ªnea se registra como si fuera la ¨²ltima que se escribe.
Por lo dem¨¢s, son historias muy complejas, de una implacable densidad realista, pero a la vez simb¨®lica y po¨¦tica: un militar de intendencia del Ej¨¦rcito de Franco, horas antes de la ca¨ªda de Madrid, se entrega a los vencidos, porque "no quer¨ªa formar parte de la victoria"; el diario de un poeta adolescente refleja el miedo y sufrimiento de la huida, agazapado en una bra?a entre Asturias y Le¨®n, en compa?¨ªa de su hijo reci¨¦n nacido y el cad¨¢ver de su novia, muerta durante el parto; la confusi¨®n de un di¨¢cono, excombatiente de la "Gloriosa Cruzada", cuya lascivia por la madre de un alumno provoca el suicidio del marido, un intelectual antifascista, oculto tres a?os en un armario camuflado de la casa.
El ¨ªmpetu que anima estas historias se doblega ante el atroz infortunio de la guerra y la precisi¨®n del dolor. Con un estilo m¨¢s bien seco, pero cadencioso, que se adapta a la inflexi¨®n de voz del narrador, y opera en el n¨²cleo mismo de la desgracia, M¨¦ndez instaura un modo de liturgia civil que invoca el duelo como la ¨²nica f¨®rmula de reconocimiento p¨²blico de la tragedia. Sus personajes no son del todo comprensibles, no pueden serlo; aunque acotados en su individualidad maltratada, se proyectan como una contradicci¨®n que s¨®lo resuelve la muerte. De ah¨ª que sean muertos que a¨²n hostigan la memoria de este pa¨ªs, que ser¨¢n fantasmas hasta que no se asuma su presencia. Los girasoles ciegos es, sin duda, un libro ejemplar sobre las consecuencias de la Guerra Civil. Contribuye, desde la m¨¢s ferviente aplicaci¨®n literaria, a una normalizaci¨®n no falseada de nuestra herencia hist¨®rica.
Los girasoles ciegos . Alberto M¨¦ndez. Anagrama. Barcelona, 2004. 155 p¨¢ginas. 12 euros.
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