Noticias del imperio
Hace varios a?os apareci¨® en las p¨¢ginas de la revista Vuelta un extraordinario texto de Leszek Kolakowski: haciendo uso de un mal¨¦volo sentido del humor y de sus conocimientos sobre historiograf¨ªa, el escritor polaco imaginaba el hallazgo de los restos de una civilizaci¨®n antigua dominada por un supuesto "emperador Kennedy". Imaginando la perspectiva de un futuro remoto, Kolakowski se burlaba de los errores, los anacronismos y las categor¨ªas falsas empleadas por los historiadores, al tiempo que esbozaba una aguda cr¨ªtica del poder. A s¨®lo unos a?os de su muerte, cientos de historiadores, periodistas y polit¨®logos parecen decididos a confirmar sus predicciones, pues no pasa d¨ªa sin que denuncien la prepotencia del actual "Imperio Americano" y los caprichos del "emperador Bush", a quien algunos ya denominan Bush II, y otros, menos solemnes y m¨¢s kafkianos, simplemente W.
A partir de la disoluci¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica en 1991, y sobre todo de las invasiones de Afganist¨¢n e Irak, dos territorios tradicionalmente vedados a su influencia, la Vieja Europa -para utilizar el t¨¦rmino del guardia pretoriano Donald Rumfsfeld- comenz¨® a descubrir las tentaciones imperiales de su viejo amigo americano. Como si acabasen de nacer, los antiguos aliados de Estados Unidos -esas naciones que insisten en llamarse "Occidente"- han comprobado de pronto que el pa¨ªs que los salv¨® de Hitler y los protegi¨® del comunismo no es una democracia modelo, sino una potencia voluble y temerosa capaz de imponer su voluntad sin consultarlos. Desde entonces, las acusaciones contra el unilateralismo y la arrogancia de Washington se han multiplicado, sin que ello contribuya a aclarar la naturaleza del poder hegem¨®nico que ejerce Estados Unidos en nuestros d¨ªas.
A diferencia de sus cada vez m¨¢s inquietos socios europeos, los latinoamericanos -y en especial los mexicanos- siempre hemos tenido una visi¨®n m¨¢s cruda y acaso m¨¢s realista de la esencia dual de Estados Unidos: si bien su sistema pol¨ªtico ha fungido como un modelo de democracia, durante m¨¢s de un siglo hemos padecido la vocaci¨®n imperial de muchos de sus presidentes. Transformada en su "zona de influencia" exclusiva -Adolfo Aguilar Z¨ªnser la ha llamado "su patio trasero"-, Am¨¦rica Latina ha recibido numerosos beneficios de su cercan¨ªa con Washington, pero tambi¨¦n ha pagado muy caros los costos de su complej¨ªsima relaci¨®n con el vecino del norte. Por ello, si en verdad queremos saber si la idea imperial sirve para comprender la esencia de Estados Unidos en el inicio del siglo XXI, es necesario recuperar la idea de Kolakowski e inventar un punto de vista que permita advertir las conductas efectivamente imperiales de Bush II sin caer en los prejuicios comunes.
Para muchos, el actual poder estadounidense carece de precursores: nunca un solo Estado control¨® de modo tan eficaz, y casi sin contrapesos, el desarrollo pol¨ªtico y econ¨®mico del mundo. No obstante, creo que la analog¨ªa con Roma puede ser ¨²til para juzgar a los Estados Unidos posteriores al 11 de septiembre de 2001. ?A qu¨¦ ¨¦poca de la historia romana corresponder¨ªa Estados Unidos en la actualidad? Si bien sus detractores sostienen que nos acercamos al final de su era de gloria, y no cesan de ofrecer ejemplos extra¨ªdos de la Historia de la decadencia del Imperio Romano de Gibbon, a mi modo de ver, esta apreciaci¨®n resulta equivocada: quienes insisten en se?alar el declive estadounidense m¨¢s bien se muestran incapaces de soportar la idea de que el Imperio Americano a¨²n gobernar¨¢ al mundo por mucho tiempo. Por el contrario, creo que Estados Unidos vive un periodo que se parece m¨¢s bien al final de la Rep¨²blica romana. Sin ir muy lejos, el aplastante triunfo estadounidense sobre la Uni¨®n Sovi¨¦tica al t¨¦rmino de la guerra fr¨ªa recuerda la destrucci¨®n de Cartago por las tropas de Escipi¨®n. Una vez consumada la victoria sobre su ¨²nico rival de envergadura, Roma se precipit¨® en un periodo de crecimiento que acentu¨® sus contradicciones a la hora de administrar un poder y unas riquezas tan vastos.
Lo mismo ocurre ahora con Estados Unidos. Al igual que los romanos de la Rep¨²blica, sus ciudadanos siempre se han vanagloriado de su tradici¨®n democr¨¢tica, sus instituciones pol¨ªticas poseen una solidez admirable y su defensa de la libertad individual sigue siendo la piedra de toque de su vida p¨²blica. Sin embargo, a la hora de gobernar al resto del mundo, Estados Unidos nunca ha aplicado estos mismos principios: tanto en materia econ¨®mica (su proteccionismo interno contrasta con el neoliberalismo que le impone a los dem¨¢s) como pol¨ªtica (su sistema democr¨¢tico nunca le ha impedido sostener reg¨ªmenes dictatoriales en otras partes), el Imperio Americano siempre ha medido con dos varas distintas. Es aqu¨ª donde yace su mayor peligro, pues, en contra de lo que piensan los europeos, Estados Unidos no se convirti¨® en un monstruo de la noche a la ma?ana: siempre tuvo una personalidad doble, como el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Siempre que se ha sentido amenazado, sus dirigentes han sido presa de una voluntad expansionista, han olvidado sus principios constitucionales y, en aras de beneficiar a su poblaci¨®n, no han dudado en aplastar a sus rivales.
En este sentido, las guerras de Afganist¨¢n e Irak no se distinguen demasiado de otras aventuras estadounidenses, como las emprendidas en M¨¦xico, Guatemala, Vietnam, Chile, Nicaragua, Panam¨¢ o Granada. Desde luego, las campa?as recientes han contribuido a reforzar su hegemon¨ªa, pero en el fondo Estados Unidos s¨®lo aplica sus pol¨ªticas de costumbre (s¨®lo que ahora su ¨¢rea de influencia se extiende a todo el planeta). Francia lo ha comprendido muy bien: ?qu¨¦ significa ser "aliado" del Imperio cuando ya no hay un enemigo al cual combatir? A diferencia de lo que ocurr¨ªa con la URSS, el terrorismo no es una potencia extranjera, sino una red de grupos aut¨®nomos con agendas particulares. Para luchar contra ellos, Estados Unidos no necesita aliados como los de la guerra fr¨ªa, sino vasallos que se dobleguen ante sus ¨®rdenes: en caso contrario, las represalias -militares, como con Irak, o econ¨®micas, como con Francia- no se hacen de esperar.
Pese a ser la ¨²nica potencia global -o acaso por ello-, Estados Unidos se siente realmente vulnerable y no est¨¢ dispuesto a tolerar ninguna insubordinaci¨®n. En momentos de peligro, las leyes de la Roma republicana permit¨ªan el nombramiento de un dictador -un dirigente temporal cuyos dictados equival¨ªan a una ley- a fin de afrontar de modo eficaz las amenazas externas. Tal como me recordaba hace poco el jurista Diego Valad¨¦s, la Constituci¨®n estadounidense no contempla una figura parecida, pero de facto Bush II ha tomado sus atribuciones con el pretexto de su lucha contra el terrorismo. Por el momento, no ha logrado subvertir del todo el sistema legal estadounidense (aunque s¨ª ha logrado perpetrar aberraciones jur¨ªdicas como la de los presos de Guant¨¢namo), pero resulta claro que las medidas que ha tomado tienen como objetivo ¨²ltimo incrementar su poder personal. No est¨¢ de m¨¢s tener presente que ¨¦se fue el camino emprendido por C¨¦sar y Augusto a la hora de transformar la Rep¨²blica en un Imperio.
Aun as¨ª, si dispusi¨¦semos de la mirada de un historiador del futuro, creo que no podr¨ªamos confirmar la existencia de un Imperio Americano en los albores del siglo XXI; por desgracia, nada indica tampoco que la Tierra se aproxime a una democracia global. A escala planetaria, nos hallamos m¨¢s cerca de una oligarqu¨ªa. Me explico: en nuestra ¨¦poca, el destino de muchas naciones no es decidido por sus ciudadanos, sino por esos miembros privilegiados de la sociedad global que son los ciudadanos estadounidenses. Aunque nos neguemos a aceptarlo, ellos son los ¨²nicos que pueden votar a su presidente -es decir, a nuestro emperador- y, por tanto, los ¨²nicos que inciden realmente en el destino de la Tierra. Para colmo, en ¨¦pocas como ¨¦sta, de hecho toda la agenda mundial parece supeditada a las elecciones estadounidenses. Y si a ello se a?ade que, para convertirse en candidato con posibilidades reales de vencer es necesario acumular enormes cantidades de dinero que s¨®lo los grandes consorcios son capaces de proporcionar, la idea de que el mundo es gobernado por una oligarqu¨ªa -o m¨¢s bien una plutocracia- no hace sino reforzarse. En contra de los avances democr¨¢ticos registrados en las ¨²ltimas d¨¦cadas, lo cierto es que seguimos siendo gobernados por unos pocos.
A semejanza de lo que ocurr¨ªa en la Roma del siglo I a. C., en el mundo del siglo XXI d. C. los seres humanos tambi¨¦n se hallan divididos en s¨®lo dos categor¨ªas: quienes disfrutan de la ciudadan¨ªa estadounidense y quienes carecen de ella. Conforme aumentaba su territorio, Roma siempre se preocup¨® por conceder a los habitantes de las nuevas provincias, como una especie de privilegio o de premio por su lealtad, la ciudadan¨ªa romana. Primero fueron los latinos; luego, los italianos, y poco a poco, todos los hombres libres del Imperio quienes disfrutaron de esta condici¨®n. En realidad, Roma no ten¨ªa otro remedio que conferir este privilegio para aumentar su fuerza econ¨®mica y militar, as¨ª como la seguridad de sus fronteras. No es otro el sentido de la reciente iniciativa para regularizar a los trabajadores ilegales en territorio estadounidense -en su mayor¨ªa de origen mexicano- presentada por el magn¨¢nimo emperador Bush.
Jorge Volpi es escritor mexicano.
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