No sin Minobis
Para celebrar que el lunes ser¨¢ el D¨ªa de la Mujer Trabajadora me voy a un acto en el que interviene Montserrat Minobis, reconocida feminista. No le guardo rencor a pesar de que ahora ocupa un cargo -el de directora de Catalunya R¨¤dio- que, a todas luces, estaba dise?ado para m¨ª. Es m¨¢s: aprovechar¨¦ para presentarle mi proyecto para dinamizar tanto la emisora como mi sueldo. Se trata de crear el canal Catalunya Dona, coordinado por mi persona y en el que todas mis amigas ser¨¢n tertulianas. La sinton¨ªa ser¨¢ la misma que la de Catalunya R¨¤dio, s¨®lo que con la letra cambiada ("Cataluuunya Dona, tara tata tar¨¢"). As¨ª que me planto en La Casa del Llibre, donde mi objeto del peloteo presentar¨¢ el libro Cartes al cel, del ex monje de Montserrat Jordi Vila-Abadal, publicado por la editorial Mediterr¨¤nia.
Vila-Abadal es un hombre con gran capacidad para el humor sutil y cuestionar el mundo a base de paradojas c¨®micas de tema religioso
Me acodo en la barra del bar y el camarero Albert, hombre de gran talento, me pregunta qu¨¦ voy a beber. Tiene Marie Brizard, Di Saronno Originale, Tia Maria, ginebra Beefeater, ron Pujol, Martini y whisky JB. La sala ya est¨¢ abarrotada y Vila-Abadal hace rato que firma ejemplares. A las 19.30 el director de la librer¨ªa, Mart¨ª Roman¨ª, mira el reloj. Minobis no ha llegado y es la hora de empezar. "?Vol seure aqu¨ª?", le pregunta una se?ora de unos 50 a?os a otra de unos 70. Juguetea con un estuche para las gafas de cuadros rojos y verdes. Un hombre sujeta un libro bajo el brazo, que queda semioculto por el abrigo largo que lleva por encima de los hombros: Manual de dret p¨²blic de Catalunya. A las 19.40, el director de la librer¨ªa toma una decisi¨®n. Enciende el micr¨®fono, saluda y pide disculpas a los que est¨¢n de pie. Luego, explica que estaba anunciada la presencia de Montserrat Minobis, pero que no sabemos si ha tenido alg¨²n imprevisto. A continuaci¨®n nos confiesa que el autor del libro, al que admira, es su cu?ado.
Vila-Abadal es un hombre con gran capacidad para el humor sutil. Practica esa iron¨ªa propia de algunos miembros de la Iglesia que consiste en mostrarse humilde y poca cosa para, a base de paradojas c¨®micas de tema religioso, cuestionar el mundo. "El meu llibre es diu Cartes al cel i us podeu preguntar si ja m'han contestat des del cel", empieza. "Doncs s¨ª, i com pertoca que ho facin els d'all¨¤ dalt, amb miracles". Explica que si ha escrito estas cartas al cielo es porque en la tierra nadie le hac¨ªa ni caso y que en el cielo tiene amistades, como el padre Gregori Minobis. Mezcla frases que har¨ªan sonre¨ªr amablemente a Ana Botella con otras que har¨ªan palidecer de esc¨¢ndalo a Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar. Doy fe (con perd¨®n) de que, cuando dice que sus cartas son pol¨ªticamente incorrectas, est¨¢ en lo cierto. Explica, por ejemplo, que necesitamos dialogar con los terroristas, aunque los que lo intenten "sufran la difamaci¨®n m¨¢s miserable", y que ¨¦l incluso conoci¨® a un hombre que quer¨ªa dialogar con Franco. Hay risas. Tambi¨¦n las hay cuando, tras decir que en las c¨¢rceles y los centros de protecci¨®n de menores se practica la tortura, exclama: "Aix¨° ¨¦s una monstruositat, encara que els terroristes torturats fossin fills de... Maria". Critica la ley antiterrorista y, para sustentar que todos los terrorismos tienen explicaci¨®n, hasta los suicidas -son sus palabras-, destaca que los que estudiaron Historia Sagrada no se escandalizaban al saber que Sans¨®n se suicid¨® haciendo caer sobre ¨¦l (y los filisteos) el edificio en el que estaban, al grito de: "?Muera Sans¨®n y con ¨¦l todos los filisteos!". Es un one man show de lo sagrado.
Tras los aplausos, se empieza a servir el cava. "Em pot donar aquella crossa?", le pide una se?ora a la otra. "?s de vost¨¨?", pregunta la otra. "S¨ª, que me la pot donar?". A mi lado, dos se?ores bromean sobre cu¨¢l debe de ser la direcci¨®n del cielo y sobre si las cartas llegar¨¢n a trav¨¦s del correo electr¨®nico. Uno de ellos abre la cremallera de su bolso de piel negra y saca una tarjeta, que el otro guarda en su bolso de piel negra. Un se?or con barba blanca y larga, pero sin bigote, coge una copita de cava, de la marca Sumarroca. Dos hombres se saludan. "Senyor Moragues!", dice uno. "Senyor Ventura!", dice el otro. Los eficientes trabajadores de La Casa del Llibre ya est¨¢n recogiendo las sillas vac¨ªas, pero no molestan a las personas mayores que permanecen sentadas, as¨ª que las van dejando aisladas en sus asientos en medio del espacio, ya vac¨ªo. "?Aquest es el xampany que donen?", pregunta una se?ora de labios pintados de rojo. Y se bebe la copa de un trago. "No fem nosa, agafem el xampany", apremia un marido a su mujer. "Agafa'n una que en tingui poc", le contesta ella. Pero todas tienen la misma cantidad. La se?ora de los labios pintados deja la copa vac¨ªa en la barra. Duda. Coge otra. Le limpia el borde y vuelve a beber. "Esta se?ora es de las habituales", me explica el camarero. "Tenemos a cinco o seis que vienen a cada presentaci¨®n". Una se?ora me pregunta si he venido en acto de servicio y, al saber que s¨ª, me cuenta que las cartas del libro est¨¢n dirigidas al hermano de Montserrat Minobis, el pare Gregori, que muri¨®. A nuestro lado, una mujer bromea sobre si se puede llamar por tel¨¦fono al cielo y otra le contesta que a lo mejor no hay cobertura. Y en estas que, cuando ya nos ¨ªbamos, llega Pasqual Maragall, tambi¨¦n en busca de una firma.
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