En la muerte de Antonio Santucci
Ha muerto en Roma, a los 54 a?os, Antonio Santucci. Era sin duda el mejor conocedor de la obra de Antonio Gramsci y, despu¨¦s de la desaparici¨®n de Valentino Gerratana, la persona que m¨¢s ha hecho para difundir el pensamiento gramsciano en el mundo. De joven fue el principal colaborador de Valentino Gerratana en su excelente edici¨®n cr¨ªtica de los Quaderni del carcere, publicada por Einaudi en 1977. Con Gerratana prepar¨® tambi¨¦n la edici¨®n de los escritos de Gramsci de la ¨¦poca de L'Ordine Nuovo (Einaudi, Tur¨ªn, 1987).
Durante a?os fue el alma del Instituto Gramsci de Roma. All¨ª, en aquella sede romana en la que compartieron precarios medios j¨®venes comunistas voluntariosos y viejos resistentes que a¨²n recordaban los d¨ªas de la guerra de Espa?a, acog¨ªa Antonio Santucci a los investigadores que llegaban de los cinco continentes para consultar los manuscritos gramscianos. Siempre lo hizo con una generosidad inigualable y con una simpat¨ªa que no olvidaremos. Eran tiempos en los que Gramsci formaba parte esencial de la cultura pol¨ªtica italiana y se hab¨ªa convertido en el escritor italiano m¨¢s consultado (y tal vez le¨ªdo) en el mundo.
Antonio Santucci puso mucho de su parte para que esto ocurriera. Y lo que es tan importante como eso: sigui¨® trabajando en el mismo sentido cuando lo que hab¨ªa representado Gramsci para la cultura pol¨ªtica italiana se vino abajo, al final de la d¨¦cada de los ochenta, y cuando empez¨® a ser dif¨ªcil encontrar en librer¨ªas la edici¨®n cr¨ªtica de sus obras, ya en la d¨¦cada de los noventa. En esos a?os dif¨ªciles, Santucci hizo varias aportaciones sustanciales a los estudios gramscianos, aportaciones de las que quedar¨¢n. A ¨¦l se debe la edici¨®n m¨¢s completa de las cartas de Gramsci: Lettere, 1908-1926 (Einaudi, Tur¨ªn, 1992) y Lettere dal carcere, 1926-1937 (Sellerio, Palermo, 1996). ?l edit¨® la m¨¢s amplia antolog¨ªa de los escritos de Gramsci: Le opere (Editori Riuniti, Roma, 1997).
Las introducciones que Antonio Santucci escribi¨® para estas y otras ediciones de escritos de Gramsci tienen una particularidad dif¨ªcilmente parangonable en la ya inmensa literatura gramsciana. En ellas se junta el rigor filol¨®gico, el respeto escrupuloso a los textos y un equilibrio notabil¨ªsimo en la interpretaci¨®n de los mismos. En todas las cuestiones discutidas relativas a la vida y la obra de Gramsci, y ha habido muchas (algunas de ellas discutid¨ªsimas), la interpretaci¨®n de Santucci ha sido siempre decisiva. Lo ha sido por su conocimiento de los textos y de los contextos; por su alejamiento de las modas y de las instrumentalizaciones pol¨ªticas; por su prudencia al tratar los documentos nuevos que iban apareciendo; por la seria discreci¨®n con que abordaba las cuestiones privadas, ¨ªntimas, de la vida de Gramsci; por su respeto profundo hacia la persona y sus familiares; por su equilibrio en la forma de tratar la tragedia comunista del siglo XX. Por su veracidad, en suma. No he conocido a nadie que se tomara tan en serio como ¨¦l aquella frase de Gramsci que dice que la verdad es revolucionaria. Sobre la veracidad gramsciana y sobre lo que significa mantener esta veracidad para los revolucionarios sin revoluci¨®n, sin comunismo (Senza comunismo fue precisamente el t¨ªtulo de una de sus ¨²ltimas obras), escribi¨® Santucci uno de sus mejores ensayos (Editori Riuniti, Roma, 2001).
Siempre conservar¨¦ en el recuerdo sus intervenciones en los congresos gramscianos: en Formia, en Cagliari, en Tur¨ªn, en Madrid. En los pasillos, en los encuentros espor¨¢dicos, en los tiempos de descanso, Santucci bromeaba, ironizaba sobre el pasado, el presente y el futuro: sobre lo que fuimos y sobre lo que somos. Pero cuando llegaba su turno en los plenarios, todo el mundo sab¨ªa que estaba escuchando lo esencial: las especulaciones en curso sobre este o aquel avatar de la vida de Gramsci, las ¨²ltimas sospechas y las nuevas instrumentalizaciones pol¨ªticas se disipaban de repente con su palabra y su saber. Un saber que era tambi¨¦n saber estar. Con su iron¨ªa, a veces con un sarcasmo no exento de melancol¨ªa, Antonio Santucci sab¨ªa orillar lo que otros estaban considerando, quiz¨¢s presuntuosamente, descubrimientos u originalidades. Con ¨¦l, Gramsci volv¨ªa a ser un cl¨¢sico: un cl¨¢sico del pensamiento revolucionario, un cl¨¢sico de la acci¨®n comunista. Incluso al llegar a ese punto recurr¨ªa a la iron¨ªa: cuando en Formia, en 1989, se plante¨® que hab¨ªa que leer a Gramsci como a un cl¨¢sico, all¨ª estaba Antonio Santucci para matizar, con una sonrisa, que no convendr¨ªa convertir el Instituto Gramsci en una asociaci¨®n acad¨¦mica para competir con la asociaci¨®n de estudios sobre Dante, perdiendo con ello lo que m¨¢s import¨® al hombre Gramsci: saberse parte de una tradici¨®n, la tradici¨®n comunista, y actuar en consecuencia.
Por eso, cuando la tradici¨®n comunista se quebr¨® en Italia, Antonio Santucci qued¨® fuera del Instituto Gramsci. Fue entonces uno de los fundadores de la International Gramsci Society y nos sigui¨® recordando, desde ella, que no deber¨ªa haber contradicci¨®n entre considerar a Gramsci un cl¨¢sico, aspirando a que este cl¨¢sico fuera le¨ªdo y amado por todos (como quer¨ªa Togliatti), y decir sin miedo, y con verdad, que aquel hombre fue un cl¨¢sico comunista. Esto lo dec¨ªa Santucci sin aspavientos, sin alzar la voz, evitando los tonos pol¨¦micos, con aquella iron¨ªa seria que seguramente hab¨ªa heredado de otro de sus amores intelectuales, tan querido por Marx: Diderot.
En Espa?a, la obra de Antonio Santucci es poco conocida. S¨®lo se han traducido un par de ensayos suyos sobre Gramsci, cuando ya Gramsci hab¨ªa dejado de ser "una moda" y una parte de los antiguos gramscianos renegaron de ¨¦l. Es una l¨¢stima, porque su lectura nos habr¨ªa enriquecido. Pero creo poder hablar en nombre de los que quedan si digo que tambi¨¦n aqu¨ª le recordaremos siempre.
Adi¨®s y gracias, Antonio, compa?ero. S¨¦ que compa?ero y compa?¨ªa fueron las palabras preferidas, y muchas veces repetidas, de tu espa?ol gramsciano. Incluso cuando la enfermedad y el dolor empezaron a hacer mella en tu iron¨ªa. Notaremos, y c¨®mo, tu falta en los congresos gramscianos. Pero recordaremos tu presencia y lo que hiciste.
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