Una belleza

El apellido Redman ser¨ªa mucho menos conocido en el mundo del jazz si no fuera porque existe un Joshua Redman, joven saxofonista que enseguida supo hacerse buenas amistades, la de Pat Metheny entre ellas, y acomodarse en el primer vag¨®n de la larga y a menudo mon¨®tona caravana de promesas. Pero resulta que, adem¨¢s, hay un Dewey Redman, padre del viajero privilegiado, que le da ciento y pico vueltas a su reto?o en todo. Sobra decir que Joshua ha visitado Madrid varias veces, mientras Dewey, a punto de cumplir los 73 a?os, se estrenaba en la capital. Frente al cotorreo t¨¦cnico con el que Joshua tiende a encandilar audiencias, Dewey defiende una elocuencia honrada y sincera, y prefiere ligar sonidos sin el pie de la t¨¦cnica encima del cuello.

Su concierto fue una belleza. Sonido poderoso y recio, autentificado por esas grietas y desconchones que todos los artistas ¨ªntegros aprovechan en beneficio de un punto de expresividad adicional. Dewey record¨® que sigue siendo uno de esos vanguardistas que se aburre tocando en clave de vanguardia todo el tiempo. En su estreno madrile?o hubo marchas ideales para desfiles callejeros, baladas cl¨¢sicas tratadas como porcelanas, retazos sabiamente avinagrados de las formas libres de los sesenta (Dewey permaneci¨® siete a?os en el grupo de Ornette Coleman) y una pieza de rhythm & blues aprovechada por el saxofonista para pedir palmas y pasear entre las mesas: en fin, m¨²ltiples impactos gozosos. La espl¨¦ndida Rita Marcotulli, pianista romana de enjundia nunca rebuscada, y una r¨ªtmica poli¨¦drica contribuyeron a convertir la noche en un peque?o acto de reconciliaci¨®n con el mundo.