Atocha
Yo estuve all¨ª despu¨¦s de la metralla, cuando Atocha era un p¨¢ramo de sangre y de silencio. Estuve entre el crujido de las huellas sin nadie, en el vac¨ªo de las vagonetas, junto al esp¨ªritu que vaga sin direcci¨®n exacta, al lado de las bocas que vomitan penumbra sobre los ra¨ªles y el carb¨®n. Estuve entre el amianto que iluminaba rostros sin mirada, entre los ojos que dejaron de apuntar hacia el cielo, en la hendidura fr¨ªa de las almas que exigen su raci¨®n de labios para no ser vencidas. Vi el torso talado entre el fuego y la furia, el gesto de la carne, el ¨¢cido que saja el rictus somnoliento, el p¨¢rpado que nunca se plegar¨¢ de nuevo ante la aurora, o el furor, la espina sin paisaje que perfora la piel y trama una aventura de ceniza y desierto. All¨ª, a la entrada de Atocha, mientras los malditos trituraban su porci¨®n de ruise?ores y afilaban, sombr¨ªos, la piedra del espanto, el tu¨¦tano fr¨ªo de sus tristes calaveras, la vida se deshizo al comp¨¢s de la esquirla, al ritmo del acero, a la velocidad del n¨²mero con voz agonizante.
Yo he visto la ¨²ltima estaci¨®n de los que ya no viven, el bosque encendido de aquellas galer¨ªas donde el gemido acude cada vez que lo nombran. He visto las palabras escritas en los muros, el grito agazapado, la desesperaci¨®n colgada en forma de bandera, el signo del dolor. He acudido a la cita despu¨¦s de la masacre, cuando todo era un campo de alas en delirio. He escuchado el silencio de doscientas ausencias reclamando su abrazo, su derecho a disponer de un sitio en la memoria. He le¨ªdo sus nombres, el mapa de sus cuerpos vulnerados y solos. He mirado despu¨¦s hacia el lugar del ¨¢ngel y su sombra no estaba.
Hay manos manchadas de plomo derretido. Yo acuso a los malditos, convoco a muchedumbres que griten contra ellos, certifico ahora mismo su estatus de cad¨¢ver, propago desde las azoteas el final de esos muertos que asesinan cobardemente untados de ars¨¦nico y de roca. Maldigo a los malditos de azucena acabada que dinamitan trenes y sepulcros. Los maldigo por siempre izando el coraz¨®n entre el tumulto, esperando que el ¨¢ngel reparta sus espigas de b¨¢lsamo y de oro por la llaga profunda de la tierra.
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