En la muerte de Michi Panero
Como si despu¨¦s de tanta muerte hubiera preferido no contarse ya entre los vivos, a unos d¨ªas escasos de la terrible masacre de Madrid, ha muerto Michi Panero, el menor de los Panero. Hijo de poeta, hermano de poetas. Actor de dos pel¨ªculas sobre la vida familiar, actor de su propia vida, que, muchas veces, como nos sucede a todos, le parec¨ªa insuficiente. Insuficiente. Siempre es as¨ª.
Sobre todo, cuando se ha conocido la felicidad, cuando se ha perdido. ?ramos tan felices. Creo que ¨¦sta era la frase que Michi Panero repet¨ªa a lo largo de El desencanto, la pel¨ªcula de Jaime Ch¨¢varri. 1976. La frase que, de pronto, causa un profundo dolor. Una frase que mira hacia atr¨¢s, que deja al presente desasistido y solitario. No, ya no somos felices.
En l994, Ricardo Franco, que tambi¨¦n ha muerto, hizo una nueva versi¨®n de El desencanto, una especie de continuaci¨®n. Despu¨¦s de tantos a?os. ?Eran tantos? No llegaban a veinte. Pero eran muchos, eran a?os que pesaban como plomo. Felicidad Blanch, la madre, ya ha muerto. La familia se ha disgregado. Curiosamente, aquel jovencito que en la pel¨ªcula de Ch¨¢varri miraba hacia atr¨¢s con nostalgia, ese Michi de mirada risue?a, un poco p¨ªcara, se ha convertido, prematuramente envejecido, en el basti¨®n familiar. En su brazo se apoya su hermano Leopoldo Mar¨ªa mientras caminan juntos por el sendero desdibujado del jard¨ªn de la vieja, abandonada, casa de Astorga, la casa del padre. El primero en morir. El que deja el legado de esa familia rota que decide exponer ante nuestros ojos las miserias de las dif¨ªciles relaciones humanas, de los lazos de la sangre.
Enfermo, cansado, Michi Panero parec¨ªa al borde de la extenuaci¨®n. Pero a¨²n sonre¨ªa levemente, a¨²n le brillaban un poco los ojos, en medio del polvo que hab¨ªan dejado a su alrededor los a?os desencantados. En la pel¨ªcula de Ricardo Franco y en la pel¨ªcula de la vida. Michi era otro. Dej¨® radicalmente de beber. Empez¨® a escribir sus memorias. Sin acidez, dec¨ªa, ?qu¨¦ sentido tiene la acidez? Iron¨ªa, s¨ª, humor. Pero nada de reproches ni de acusaciones, nada de amargura. Eso me dec¨ªa, mientras consum¨ªa un vaso tras otro de agua embotellada y miraba, sin asomo de nostalgia, mi cerveza o lo que fuere que estuviera bebiendo yo. No dejaba de parecerme heroico que Michi pudiera estar bebiendo agua mientras, a su alrededor, los dem¨¢s consum¨ªamos bebidas alcoh¨®licas. Pero ese Michi, el que se crec¨ªa con el alcohol, el que nos hac¨ªa re¨ªr con sus comentarios punzantes, ya estaba lejos. Nuestra risa era ahora una risa tranquila. Segu¨ªa siendo un observador de la realidad. Cada vez m¨¢s lejano.
Pero la realidad a¨²n le her¨ªa. Poco antes de marcharse a Astorga a pasar los dos ¨²ltimos a?os de su vida, a morir en el ¨²ltimo y modesto refugio que le quedaba, a morir solo, sin causar molestias a nadie, me coment¨® que se sent¨ªa muy dolido por algo que alguien, un conocido, hab¨ªa dicho de ¨¦l. No importa qu¨¦. Hablamos de la maldad gratuita. Michi lo dec¨ªa con sorpresa, con perplejidad. Ah¨ª estaba el acento con que, en plena juventud, exclamaba, mirando hacia atr¨¢s, qu¨¦ felices ¨¦ramos. ?Por qu¨¦ perdimos la felicidad?, ?por qu¨¦ la gente es tan mala, mala en lo peque?o, mala de una forma absurda, mala como para dejar caer unas malas palabras sobre ti, mala como para querer causarte, cuando ya apenas te queda nada, un poco de da?o?
Pero todos causamos algo de da?o a los dem¨¢s, a fin de cuentas. A todos nos remuerde un poco la conciencia cuando juzgamos a los otros con intolerancia. A todos nos duele lo que no hicimos para ayudar a alguien, la mano que no dimos.
En los ¨²ltimos a?os de su vida, en aquellas conversaciones tranquilas alrededor de su vaso agua, Michi buscaba rescatar. Le propuse un t¨ªtulo para sus memorias: Instantes de felicidad. Porque, cuando sus ojos eran atravesados por r¨¢fagas de alegr¨ªa -de esa risa que, inesperadamente, nos sacude el cuerpo-, yo sent¨ªa que volv¨ªa, aunque fuera con tanta fugacidad, un m¨ªnimo pedazo de esa dicha perdida. Estaba all¨ª de nuevo, entre nosotros. ?No buscamos eso todos?
?Qu¨¦ de cosas nos arrebata la muerte! M¨¢s que nunca, lo sabemos ahora. Entre tanta muerte, buscamos rescatar. Buscamos signos de vida, la felicidad de todas las vidas perdidas. Buscamos los fugaces momentos de alegr¨ªa en que todo se recupera. Buscamos la forma de convertir la fugacidad en algo imperecedero. Michi, seguiremos intent¨¢ndolo.
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