Naranjos y humo en la ciudad de las bombas
Lo ¨²nico que ten¨ªan la inmensa mayor¨ªa de los bagdad¨ªes para protegerse de las bombas era cinta de celo. Pegadas sobre los cristales, se supone que imped¨ªan que estallasen en mil pedazos. As¨ª que casi todas las ventanas de la ciudad se fueron llenando de X. En algunos barrios la vida continuaba como si el pa¨ªs no estuviese a punto de caer en una guerra y en otros las calles se parec¨ªan a esos poblados desolados de las pel¨ªculas del Oeste donde no falta ni el matojo redondo de hierbas que va de una acera a la otra.
Pero el aire ol¨ªa a naranjos en flor. Justo antes de la guerra daba gusto pasear por la ma?ana entre tanta gente que agasajaba a los extranjeros con una hospitalidad dif¨ªcilmente superable. Hay quien dice: "?sa hospitalidad es la misma de todos los pa¨ªses musulmanes". De acuerdo. Pero no todos los pa¨ªses musulmanes estaban a punto de ser atacados por la mayor potencia militar del mundo, de quien Espa?a era aliada.
El mundo avanzaba hacia la guerra. Y los que est¨¢bamos all¨ª en Bagdad no sab¨ªamos si eso de las armas de destrucci¨®n masiva era real.
Una noche cay¨® la primera bomba en la ciudad. Una guerra puede dejar muchos ruidos y olores mezcl¨¢ndose durante a?os en la memoria. Pero nada comparado a la primera alarma antia¨¦rea. Alarma que no lleg¨® antes de los primeros misiles, sino inmediatamente despu¨¦s. ?Imaginan algo semejante en Madrid, en Sevilla o Barcelona? Un sonido que se extienda por toda la ciudad, que suene como un inmenso animal herido. Despu¨¦s de la alarma llegaron m¨¢s bombas. Y despu¨¦s el silencio. Unos sub¨ªan a las terrazas con las manos en los bolsillos, otros con los brazos cruzados... Entre bomba y bomba, el silencio de la impotencia.
Y los d¨ªas siguientes, varios anillos de humo rodearon la ciudad. Con el calor que desprend¨ªa el petr¨®leo quemado en las afueras de Bagdad, Sadam Husein pretend¨ªa desviar la trayectoria de los misiles estadounidenses. Pero lo ¨²nico que consigui¨® claramente fue que la ciudad se impregnara de un aire irrespirable y un aspecto t¨¦trico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.